En 1898 Zuloaga había pintado Víspera de la Corrida en la localidad sevillana de Alcalá de Guadaira, una obra que mostraba ese mundo de luz y pintoresquismo costumbrista que se conoce como «período blanco» del pintor eibarrés: un conjunto de pinturas de temática andaluza —entre las que cabe citar, entre otras, El paseo después de la corrida, 1901, destruida en la II Guerra Mundial— o Mujer de Alcalá de Guadaira, 1896, donde los protagonistas son los asuntos taurinos, las gitanas y las mujeres de mantilla. En Víspera, unas mujeres presencian desde lo alto de un cerro el encierro de los toros que se lidiarán al día siguiente.
Tras lograr la primera medalla en 1898 en la exposición de Bellas Artes de Barcelona, la obra fue rechazada por el jurado español para su inclusión en la Exposición Universal de París de 1900 que prefirió al más social Joaquín Sorolla y su Triste herencia, entre otras. Esta decisión provocó la indignación del propio artista pero también la de un gran número de críticos, que escribieron largamente sobre la injusticia que se había producido y defendieron su pintura, en la que admiraron la influencia de Goya y Velázquez pero también destacaron el influjo de Manet. Finalmente el cuadro fue mostrado en la exposición de La Libre Esthétique de Bruselas antes de ser adquirida ese mismo año por el Estado belga.
A partir de ese momento, la «España blanca», luminosa, alegre y llena de vida, que bebía de fuentes naturalistas e impresionistas, representada por Sorolla, convivió con la llamada «España negra», influida por el simbolismo y el decadentismo finisecular: la España de la tragedia, de lo hondo e incomprensible, a veces mágica pero siempre profundamente trágica. Según esta visión, Zuloaga sería el gran representante de esta España negra que tendría su génesis en la severidad de la pintura del Siglo de Oro y en la estética velazqueña, una tradición que viviría uno de sus momentos culminantes con las Pinturas negras (1819-1823, Museo del Prado, Madrid) de Francisco de Goya y que, tras Zuloaga, podremos encontrar no solo en el Picasso «azul», sino también en artistas como José Gutiérrez Solana o Antonio Saura e incluso en las películas de Luis Buñuel o Pedro Almodóvar. Se trata de un mundo que comienza en el Siglo de Oro, y que en parte ha llegado hasta nosotros, un pasado inmediato que, como sugiere Stefan Zweig, en su libro autobiográfico El mundo de ayer: Memorias de un europeo, se desintegra a pasos agigantados y casi empezamos a desconocer.
Pablo Jiménez Burillo, comisario de la exposición Zuloaga en el París de la Belle Époque, es director del Área de Cultura de Fundación MAPFRE. Ha sido asesor de Artes Plásticas para el Centenario de Juan Ramón Jiménez y para la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales. Es miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Artes, de la Comisión Directiva de la Asociación amigos de Arco y ha sido distinguido, primero como Caballero y después como Oficial de la Orden de las Artes y Letras de la República de Francia. En 2013 publica en la Universidad de Medellín (Colombia) el libro de poemas Esto no es el amor.
Leyre Bozal Chamorro es conservadora de colecciones de Fundación MAPFRE desde 2009. Licenciada en Historia de Arte por la Universidad Complutense, ha impartido clases de Historia del Arte y Semiología en el Istituto Europeo di Design (IED). Ha participado en distintas publicaciones, entre las que destacan Suite Vollard. Pablo Picasso. 1930-1937. Colecciones Fundación MAPFRE, La mano con lápiz. Dibujos del Siglo XX. Colecciones Fundación MAPFRE, Francisco de Goya. Desastres de la Guerra. Colecciones Fundación MAPFRE y Retorno a la belleza. Obras maestras del arte italiano de entreguerras.
Crédito de la imagen:
Ignacio Zuloaga Víspera de la corrida, 1898 Musées royaux des Beaux Arts de Belgique, Bruselas Inv. 3535 © Ignacio Zuloaga, VEGAP, Madrid, 2017