La historia del arte no es solo el relato de las propuestas visuales de artistas y movimientos, sino también el estudio de las técnicas y los materiales utilizados; esta exposición se centra en una de ellas: el pastel, un medio tradicionalmente calificado como algo superior al dibujo pero inferior a la pintura.
TEXTO: ÁREA DE CULTURA DE FUNDACIÓN MAPFRE
Aunque siempre se ha considerado al siglo XVIII como la edad de oro de su difusión y empleo, no fue hasta el siglo XIX cuando el pastel conquistó poco a poco su autonomía respecto a otras técnicas como la pintura al óleo. Las cualidades del material (intensos colores, aire difuminado, ejecución ágil y facilidad de manejo) enlazaban perfectamente con una cierta idea de modernidad que se gestaba en la época. Es en ese momento de renacimiento de la técnica donde arranca la exposición Tocar el color. Comisariada por Philippe Saunier, la muestra podrá visitarse entre el 3 de octubre de 2019 y el 5 de enero de 2020 en la Casa Garriga Nogués de Barcelona.
La muestra, articulada en diez secciones, ahonda en la historia de ese resurgimiento del pastel desde una perspectiva internacional y pone de relieve tanto sus principales episodios como sus figuras más destacadas, las que lo convirtieron en una forma de arte por derecho propio.
El siglo XVIII como espejo
Al repasar el arte del pastel en los siglos XIX y XX, nos encontramos con algo que parece una tendencia: la referencia al siglo XVIII. Dado que sobre los pastelistas recae siempre la sospecha de practicar una pintura de segunda categoría, al invocar el siglo xviii, estos persiguen no solo una forma de legitimidad, sino que intentan apropiarse de las enseñanzas de sus predecesores; a sus ojos, el arte del siglo xviii, todo ligereza, encanto, elegancia y naturalidad, es como una invitación a emanciparse de las convenciones. Y así lo entiende Jules Chéret, que electriza las composiciones con una energía que la crítica de la época vio como «fanfarrias de color es» y «fulgores de fantasía».
¿Un arte femenino?
En el imaginario colectivo, el pastel es un arte asociado de manera intrínseca al trabajo de las artistas mujeres. De hecho, su práctica atrajo desde el siglo XVIII a diversas creadoras, con Rosalba Carriera a la cabeza, en parte porque sabían que les resultaría difícil imponerse en las disciplinas reinas. En cambio, dedicándose al pastel, ámbito aún poco valorado, podrían acceder a una profesionalización de su práctica.
Sin abstenerse de practicar la pintura al óleo, numerosas mujeres tienen excepcionales carreras como pastelistas; la belga Louise De Hem obtendrá en 1901 una Medalla de Oro en el Salón de París; por su parte, la estadounidense Mary Cassatt pronto toma conciencia del valor que tiene este medio; los pasteles de Cassatt, de trazos vigorosos y coloridos audaces, modernizan el género del retrato y el motivo recurrente de la maternidad.
![Mary Cassatt
Mother and Child, 1900-1914
[Madre e hijo]](https://www.revistalafundacion.com/media/2019/08/mother-child.jpg)
High Museum of Art, Atlanta. Compra con fondos
de la Forward Arts Foundation y la familia Robert D. Fowler
Impresiones fugitivas: paisajes al pastel
Durante mucho tiempo, el pastel fue casi exclusivamente un arte del retrato. Sin embargo, en el siglo XIX, la comodidad de su empleo impulsa a diversos artistas a utilizarlo para captar con pocos trazos el aspecto de un paisaje. A partir de la década de 1830, cuando los artistas comienzan a salir del taller buscando el contacto con la naturaleza, los paisajes al pastel se multiplican. Entre estos paisajistas, Camille Flers es el mayor promotor del empleo de las barritas de colores. La importancia que concede a sus paisajes se refleja en la decisión de exponerlos en el Salón. Una decisión opuesta a la de Eugène Boudin: en la década de 1850, el «rey de los cielos» (como lo llama Camille Corot) acumula los estudios al pastel, pero lo hace para utilizarlos después en las telas que reserva para el Salón.
La Sociedad de Pastelistas Franceses: un colectivo ecléctico
En 1885, Roger Ballu (1852-1908), inspector de Bellas Artes de Francia, crea la Sociedad de Pastelistas Franceses, encargada específicamente de «mostrar, desarrollar y alentar el arte del pastel». En sus treinta años de existencia, esta Sociedad logra colocar el pastel bajo los focos. Sin embargo, el reconocimiento no deja de ser imperfecto porque, a falta de renovación, la Sociedad envejece y se aísla de los artistas realmente innovadores. Y el hecho es que tampoco entra en el espíritu de los artistas modernos, tan abiertos al uso desprejuiciado de diferentes medios, adherirse a una sociedad que defiende una técnica por encima de otra y sigue poniendo en el pedestal el remoto siglo XVIII.
Expansión internacional
Una de las señales de que se estaba reforzando la legitimidad del pastel es que a partir de la década de 1880 atrae cada vez a más artistas, especialmente extranjeros, que, tras acudir en muchos casos a París para formarse, quedan subyugados sobre todo por las obras coetáneas de Giuseppe De Nittis, cuyos pasteles de esos años figuran entre los más espectaculares de su producción. El perfume de modernidad y de elegancia que desprendía por aquel entonces esta técnica convenció a figuras como Edelfelt, Thaulow, Kroyer, Larsson, Baertsoen, Khnopff o Guthrie a probar las tizas de colores y aclimatar en sus países un arte hasta entonces muy francés.
El impresionismo, un renacer
El manifiesto interés de la mayoría de los pintores impresionistas por el pastel no es fruto del azar: este material cómodo, que permite un trabajo rápido y al aire libre, es del todo compatible con su estética. Ello no impide que en su gran mayoría los impresionistas dieran preeminencia a la pintura al óleo. Entre estos artistas, la excepción es Edgar Degas, el pastelista por excelencia del grupo, y el único que adoptó el pastel como vía preferente de expresión. Degas era sensible a las cualidades del pastel, que daban más brillo, y por lo tanto más presencia, a las escenas que representaba.

Musée Eugéne Boudin, Honfleur © H. Brauner
El color incandescente
El éxito creciente del pastel durante el último cuarto del siglo XIX no se debe solo al aumento de su legitimidad, también deben tenerse en cuenta las características del propio material, cuyos vivos colores poseen la ventaja de facilitar efectos de enorme intensidad. Los pasteles encendidos de Jules Chéret o de Edmond Aman-Jean, subrayan las virtudes, singulares y en más de un aspecto inigualables, del pastel. Las figuras de Aman-Jean, carentes de toda psicología, son ante todo magníficas disposiciones cromáticas. La incandescencia de los pasteles de Louis Anquetin como Jeune femme lisant un journal [Joven leyendo un periódico] fuerzan tanto la estilización de los contornos y la intensidad de los colores que parecen la transposición de unos vitrales.
Enigmas simbolistas
Llevada por su deseo de emanciparse de la reproducción fiel y plana de lo real, la generación nacida en torno a 1860 aspira al sueño y la imaginación. El pastel se convierte en una preciosa ayuda: este medio delicado y pulverulento, que desprende un aura de preciosismo y fragilidad, permite obtener efectos vaporosos y misteriosos. Mientras que los impresionistas privilegiaron los paisajes diurnos y bien soleados, los simbolistas, en cambio, aprecian las atmósferas entenebrecidas, propicias al misterio. En este sentido, el belga William Degouve de Nuncques resulta emblemático: realiza al pastel paisajes nocturnos, que despoja de toda presencia humana para subrayar mejor su carácter silencioso y fantasmagórico.
Odilon Redon: el pastel transfigurado
Odilon Redon (1840-1916) es considerado el pastelista más inspirado de finales del siglo XIX y principios del XX: es él quien se consagra al pastel con más constancia y convicción y quien le dedica unas consideraciones estéticas y espirituales rotundas, que lo convierten en mucho más que un simple material. Tras haberse dedicado durante veinte años exclusivamente al carboncillo (sus famosos «Negros»), Redon recurre al cromatismo a través del pastel en un momento en que el color se afirma en diversos artistas como un objetivo primordial. En todo su arte vibran las aspiraciones trascendentes y en particular los pasteles deben entenderse como auténticas epifanías.

Colección Lucile Audouy © Thomas Hennocque
El siglo xx: del símbolo al gesto
Respecto a las discusiones en torno a la posición del pastel en la jerarquía de las técnicas, los artistas de vanguardia se muestran pragmáticos al respecto; su interés estriba más en la renovación de lenguajes y en tratar de independizar la pintura del yugo de lo real que en el respeto a las reglas académicas, de modo que el pastel es para ellos un medio más que, simplemente, facilita la enunciación de un mensaje determinado. Ese es el sentido que tiene para el Pablo Picasso del período clásico (Étude de mains, 1921), quien recurre a esta técnica con la intención de investigar las texturas dérmicas, la riqueza cromática y la densidad escultórica.
La exposición se cierra con una obra de Hans Hartung, un artista capaz de reinventar el pastel como pintura. Su obra T1963 K9, 1963, ejemplifica cómo los artistas del siglo XX tocaron el color con gestos de la mano iconoclastas y multiformes, y así consiguieron ampliar las fronteras del pastel, liberado ya de prejuicios y, acaso, de su propia historia.
Pablo Picasso
Étude de mains, Fontainebleau, verano de 1921
[Estudio de manos, Fontainebleau]
Musée National Picasso, París. Dación Pablo Picasso, 1979
© RMN-Grand Palais (Musée national Picasso-Paris) / Thierry Le Mage
© Sucesión Pablo Picasso, VEGAP, Madrid, 2019Joseph Stella
Nativity, 1919-1920
[Natividad]
Whitney Museum of American Art, Nueva York. Adquisición
© 2019. Digital image Whitney Museum of American Art / Licensed by ScalaOdilon Redon
La cime, 1894
[La cima]
Van Gogh Museum,
ÁmsterdamLouis Anquetin
Jeune femme lisant un journal, 1890
[Joven leyendo un periódico]
Tate, Londres. Ofrecido por Francis Howard 1922
© Tate, London 2019Jules Chéret
La Sérénade, 1912
[La serenata]
Musée des Beaux-Arts Jules Chéret, Niza. Donación del barón Vitta, 1925
© Ville de Nice Musée des Beaux-Arts Jules Chéret –Photo Muriel ANSSENSCarl Larsson
Paysage d’hiver, c. 1886
[Paisaje de invierno]
Musée des Augustins, Toulouse
© Daniel Martin
© Carl Larsson, VEGAP, Madrid, 2019Edgar Degas
Chevaoux de courses dans un paysage, 1894
[Caballos de carreras en un paisaje]
Colección Carmen Thyssen-Bornemisza, en depósito en el Museo Nacional Thyssen- Bornemisza, Madrid
Inv. CTB.1981.11