TEXTO: ÁREA DE CULTURA DE FUNDACIÓN MAPFRE
La exposición Redescubriendo el Mediterráneo, que podrá visitarse en la sala Fundación MAPFRE Recoletos en Madrid, del 10 de octubre de 2018 al 13 de enero de 2019, pretende hacer un recorrido a través de pinturas y esculturas de diversos artistas que, entre finales del siglo XIX y principios del XX, encontraron un momento feliz en el modo de hacer arte y de representarlo, un estado de bienestar que desearon proyectar en el arte posterior. El Mediterráneo como reconciliación con el pasado pero también un lugar de libertad artística se convertirá así, en sus distintas declinaciones, en una de las grandes referencias para la creación y evolución de un arte moderno.
Francia: los talleres del Midi
En el cambio del siglo XIX al XX se produjo en toda Europa un redescubrimiento del mar, y en concreto del Mediterráneo. Comenzaron a ponerse de moda los baños de sol, beneficiosos para la salud tanto del cuerpo como del alma y los herederos del impresionismo y de la pintura plein air continuaron buscando la luz y el color vibrante de las olas y la alegría de un mundo que vieron como la recuperación de la Arcadia. Si hasta el momento la costa francesa había sido mero lugar de paso para los viajeros del grand tour que se dirigían a Italia, el tren París-Lyon, que llegó hasta Marsella en 1856, hasta Niza en 1864, y hasta Ventimiglia en 1878, facilitó los viajes hacia el sur, acogiendo a escritores y pintores. Este paisaje redescubierto a partir de ahora estará íntimamente ligado al concepto de modernidad.
En la década de 1880, siguiendo los pasos del pintor marsellés Adolphe Monticelli, Vincent Van Gogh se instala en Arlés. Alquila allí una casa con la intención de convertirla en el «taller del sur», y anima a sus amigos Émile Bernard y Paul Gauguin a que se reúnan con él. Durante ese período, Van Gogh se convirtió en un maestro del color, a través del cual podía traducir sus emociones.
El clasicismo mediterráneo está presente en las obras puntillistas de Signac, que descubre en 1892 el pequeño puerto de Saint-Tropez, donde se relaciona con sus amigos Henri-Edmond Cross, Théo Van Rysselberghe y Louis Valtat; en el Cézanne más maduro que vuelve a Aix-en-Provence para convertir en mito La montaña de Sainte- Victoire; en la visión hedonista del litoral mediterráneo de Monet; en las bañistas que Renoir pinta en Les Collettes, en Cagnes-Sur-Mer, donde permaneció los últimos años de su vida; en el color de Matisse; en las obras que Friesz realiza en L’Estaque junto a Derain, Dufy y Braque. Esa presencia del clasicismo mediterráneo se encuentra también en la influencia que los anteriores artistas ejercen sobre pintores que son un tanto diferentes, Camoin, sobre todo, pero también Manguin y Marquet; o en el paisaje de Bonnard, que aclaró su paleta para poder reinterpretar los paisajes de Le Cannet. Un clasicismo que habla de tradición y primitivismo, pero que también nos habla de modernidad, porque hacia ella camina, aquí nace.
La culminación del Mediterráneo: Matisse y Picasso
En el verano de 1904, Matisse se traslada a Saint Tropez junto a su amigo Signac. La visión del paisaje, los motivos que descubre se transforman en acuarelas y dibujos que anuncian el camino al que se dirige. Es entonces cuando realiza los bocetos para Lujo, calma y voluptuosidad, donde vemos la influencia del divisionismo de Seurat y que también observamos en Jeune fille à l’ombrelle. A partir de 1907 el estallido fauve comienza a atenuarse e influido por la pintura de Cézanne, que deseaba hacer «una pintura como la de los museos» la figura femenina ocupa gran parte de su obra.
Tras una suerte de viajes que le llevaron a Briska, Sevilla, Granada y Tánger y que llenaron sus pinturas de arabescos y odaliscas, Matisse viaja a Niza en 1917 donde permanecerá prácticamente el resto de su vida. Poco a poco las figuras monumentales de años anteriores quedarán desplazadas por una pintura de tipo más cotidiano e intimista protagonizada por el color y la línea. Pero es sin duda la relación entre la luz y el color puro y plano, en unión con la línea del dibujo, lo que ocupa su trabajo.
Para Pablo Picasso, tanto las tradiciones mediterráneas como la luz y la vegetación de la zona resultan estímulos imprescindibles a la hora de crear. Sus primeros viajes a la Costa Azul datan de los años veinte y treinta; lugar donde encontrará ese clasicismo, que, en unión con el primitivismo, impregna toda su obra.
Cada vacación veraniega en la Costa Azul significaba un cambio de escenario para Picasso y por lo tanto un cambio en los motivos en los que trabaja. Seducido por el aislamiento y las vistas a la bahía de Cannes, en 1955, Picasso compra La Californie. Una gran casa-taller donde reúne todos los motivos que le han interesado hasta el momento: la representación del taller, el pintor y la modelo y la figura femenina. Durante este período trabaja también en distintos «paisajes interiores» como él mismo los denomina: los motivos que observa desde su ventana — Los pichones— o variaciones del interior de La Californie a partir de los distintos tonos de luz que entra por las ventanas. La intensidad luminosa, el poder cromático de sus obras pintadas en el taller de La Californie condensan y exaltan su herencia mediterránea.
Italia: lugares del alma
En noviembre de 1918 nace en Roma la revista Valori Plastici, bajo la dirección de Mario Broglio y con la colaboración de Carlo Carrà, Giorgio de Chirico y Alberto Savinio. Esta publicación, si bien no tiene una línea programática, parece cuestionarse el papel del artista en el mundo contemporáneo, así como el desarrollo de nuevos lenguajes que se encuentran en una dialéctica continua entre la recuperación del pasado, y por lo tanto, la vuelta al realismo, y el deseo de inscribir este discurso en el seno mismo de la modernidad.
En la pintura de Giorgio de Chirico las referencias al pasado, a Piero della Francesca, Paolo Uccello, Rafael, Tiziano, Ingres y Courbet están presentes. También podemos contemplar esa idea de tiempo detenido, que se relaciona con su período metafísico, y con la necesidad de volver sobre los mitos, a un lugar que parece estar incluso más allá del clasicismo: lo vemos en dos estatuas sin rostro a las que titula Las musas, así como en los caballos que representa a la orilla del mar, circundados de fragmentos de ruinas griegas.
También las barcas de Carrà o las escenas de Campigli continúan por esa senda en la que el tiempo parece haberse detenido. Escenas que podrían resultarnos familiares dejan de hacerlo y se muestran bajo el aspecto de lo extraño y lo inquietante; imbuidas de melancolía, las pinturas de estos artistas italianos parecen hablarnos de la pérdida, una pérdida difícil de definir, de describir o de representar. Imágenes del alma que nos recuerdan que el pasado, el clasicismo, la felicidad de la Arcadia mediterránea, nunca volverá a ser la misma.
Valencia y la alegría de lo cotidiano
La pintura moderna española encuentra en Valencia uno de sus referentes desde mediados del siglo XIX. Ya en el siglo anterior, el grand tour, con su paso por Italia y la relectura de los clásicos comenzaron a despertar el interés por las marinas y las vedute. En la segunda mitad del XIX fueron muchos los artistas valencianos que se interesaron por este género y supieron abordar fielmente la descripción del Mediterráneo, poniendo el acento en su condición de paisaje tanto como subrayando su cualidad de escenario vital.
Como buen pintor moderno, Ignacio Pinazo es uno de los primeros que se interesa por los aspectos de la vida mediterránea. Casi siempre sobre tablillas de pequeño formato, su pincelada es suelta y rápida, lo que denota su amor por el dibujo y la acuarela. En obras como Anochecer en la escollera III, los efectos lumínicos y atmosféricos predominan sobre la anécdota y la narración, adelantándose así a toda una generación de pintores que utilizarán estos elementos para expresar sensaciones, como es el caso de Joaquín Sorolla.
Gozando ya de gran reconocimiento internacional a finales del siglo XIX, Sorolla va a hacer del mar el eje de toda su obra, interesándose por la vida y el trabajo de los pescadores, los paseos y los baños de los veraneantes. Las escenas de playa presentes en la exposición, como ¡Al agua!, Rocas de Jávea y el bote blanco o Clotilde y Elena en las rocas, con su captación de la profundidad y la transparencia del agua, con su despliegue de gamas de color, celebran ese escenario de los juegos de los niños y de los baños de las mujeres. Un mar lleno de luz y alegría, un hábitat natural que puede ser identificado con la descripción de la edad de oro en el Mediterráneo.
Un mundo propio: Palma de Mallorca en Mir y Anglada Camarasa
Joaquim Mir fue uno de los paisajistas más notables del período fin de siècle. A su llegada a Mallorca —por primera vez, en 1899 y, en repetidas ocasiones, entre 1901 y 1903—, la pintura de Mir cambió radicalmente, alejándose de las composiciones de carácter social que le habían dado fama. En la isla balear, el pintor se sintió fascinado por las zonas rocosas y escarpadas de la costa, las grutas que se abrían paso entre ellas y su extraña luz, que sugería un aspecto fantasmagórico e irreal. En este período, Mir realizó también decoraciones murales para la casa del industrial textil Avel·lí Trinxet. Presente en esta exposición, una de las más famosas, que muestra el jardín, resulta armoniosa tanto en la composición como en el color de la pincelada.
Por su parte, Anglada Camarasa se instala en 1914 en Port de Pollença y comienza a pintar paisajes mallorquines que se acercan al sentido de pureza que caracteriza a los de Mir. El contacto con el paisaje de la isla significó un cambio radical en los temas de su pintura. Famoso por ser uno de los mayores impulsores de la modernidad en España, Anglada había realizado una pintura en la que predominaba la mancha y el color sobre la línea, destacando la representación de mujeres en escenas del París nocturno y, más adelante, de figuras femeninas típicamente españolas.
Los paisajes y las escenas marinas que realiza en Mallorca son, sin embargo, de un tono bien distinto, aunque la violencia del color que utiliza está si cabe más presente. Un color que le lleva una y otra vez a los límites de su pintura, tal y como vemos en Gruta en el fondo del mar y Fondo del mar, obras que claramente caminan hacia la abstracción.
El noucentisme y la formación de la identidad catalana
En el recorrido por el redescubrimiento del Mediterráneo que planteamos, Cataluña mantiene, por su ubicación, un lugar privilegiado. Desde 1900, y a partir del simbolismo, aún vigente, cuajará una nueva mirada al Mediterráneo que dará pie al primer movimiento genuinamente catalán del siglo XX, el noucentisme. La renovación del ambiente artístico barcelonés será uno de los leitmotiv en los escritos artísticos de Eugenio d’Ors, en una voluntad de recuperar la visión moral del arte para regenerar la sociedad. Rápidamente, el clasicismo d’orsiano se equiparó al mediterraneísmo, al tiempo que Cataluña se erigió en emblema de la tradición cultural mediterránea.
Joaquim Sunyer y Joaquín Torres-García son, en este sentido, los artistas que mejor supieron traducir las ideas d’orsianas, basadas en el abandono del decadentismo finisecular en pro de una recuperación del espíritu del Renacimiento y del clasicismo, haciendo de la belleza el objeto del arte. En este sentido, el noucentisme de D’Ors se convirtió en una cuestión vinculada a la identidad como punto de partida.
Tras una breve etapa modernista, Joaquín Torres-García, heredero él mismo del simbolismo de Puvis de Chavannes, llega a Cataluña y plantea una pintura serena y clásica poblada de figuras idealizadas. Creó en Tarrasa su Escola de Decoració, donde acuden alumnos destacados como Josep Obiols, Rafael Benet o Josep de Togores.
Por su parte, Joaquim Sunyer había vuelto de París en 1908. Instalado en Sitges, abandona poco a poco la influencia de Steinlen y se consagra, al igual que Torres- García, al mediterraneísmo. Poco después pinta Mediterránea y Pastoral, que, herederas ambas de Matisse y de Cézanne, supondrán un hito en su carrera.
En 1905, Aristide Maillol expuso una versión en escayola de su escultura Mediterráneo en el Salón parisino, cuyo marcado carácter clasicista se aprecia tanto en la fisionomía del rostro de la figura femenina sentada como en el tratamiento de su volumen y masa escultórica. La estancia de Togores en Banyuls junto a Maillol en 1921 supuso la evolución de la obra del pintor catalán hacia su plenitud; paisajes y rotundos desnudos femeninos surgieron de su pincel bajo el influjo del célebre escultor.
La presencia de la figura femenina, constante en los pintores catalanes, se inscribe en una tradición clasicista a la que pertenecen asimismo escultores como Enric Casanovas, Josep Clarà o Manolo Hugué, si bien el caso de este último presenta diferencias notables. Hugué, incluido en el noucentisme por D’Ors, no muestra, en cambio, interés por esa Cataluña idealizada de Torres-García; su personal interpretación del clasicismo, con atención a una Cataluña más real y rural, y con el predominio de formas redondeadas, denota su gusto por las culturas egipcia y mesopotámica. Una imbricación entre clasicismo y primitivismo que también interesa a Julio González, en cuyas manos la figura femenina se tornará ya vanguardista en los años treinta y cuarenta.
CRÉDITOS DE LAS IMÁGENES
- Pierre Bonnard Paysage, Le Cannet, ca. 1927 Collection du Centre Pompidou, MNAM/CCI, Paris, en dépôt au Musée de l’Annonciade de Saint-Tropez. Inv. 1955.1.42; AM 3841 P © Pierre Bonnard, VEGAP, Madrid, 2018
- Paul Signac L’Entrée du port de Marseille, 1911 Musée Cantini (depósito del Musée d’Orsay) Foto: ©Ville de Marseille, Dist. RMN-Grand Palais / Jean Bernard
- Claude Monet La Méditerranée, (Cap d’Antibes), 1888 Columbus Museum of Art, Ohio. Bequest of Frederick W. Schumacher Inv. 1957.061.064
- Pablo Picasso Los pichones, 1957 Museu Picasso, Barcelona MPB 70.457 Foto : © Martí Gasull © Sucesión Pablo Picasso, VEGAP, Madrid, 2018
- Georges Braque Paysage à l’Estaque, 1906 Musée de l’Annonciade, Saint Tropez Collection du Centre Pompidou, Mnam/Cci, Paris. Legs de M. Georges Grammont. Legs à l’Etat français pour dépôt au Musée de l’Annonciade, Saint Tropez en 1959 nºinv. D 1955.1.44; AM 3847 P
- Joaquim Sunyer La primavera, 1915 Colección particular © Joaquim Sunyer, VEGAP, Madrid, 2018
- Joaquim Mir Fragmento decoración Casa Trinxet, 1903 Fundación Francisco Godia, Barcelona Foto: Jaume Blassi
- Joaquín Sorolla Al agua, 1908 Fundación Bancaja Foto: Juan García Rosell
- Carlo Carrà La barca, 1928 Collezione Augusto e Francesca Giovanardi Foto: Alvise Aspesi © Carlo Carrà, VEGAP, Madrid, 2018
- Giorgio de Chirico Le muse (Le muse in villeggiatura; En villégiature), 1927 MART 2169 Mart, Museo di arte moderna e contemporanea di Trento e Rovereto Collezione L.F. © Giorgio de Chirico, VEGAP, Madrid, 2018