En medio de la pobreza hay un oasis en el barrio de Alianza, en Tres Isletas, Argentina, que ofrece a los habitantes de la zona educación, salud y comida. Y, sobre todo, la posibilidad de tener un futuro.
TEXTO CRISTINA BISBAL FOTOS CELIA PRIMORAC
«La salud es la base para vivir. Pero la educación es la base para cambiar la realidad». Lo dice María Alcira García Reynoso, hermana de la Congregación de Jesús María y directora del Centro Comunitario Jesús María de Tres Isletas, municipio de la región argentina del Chaco, que cuenta con la financiación de Fundación MAPFRE desde 2004. Lo dice porque lo siente. Pero, sobre todo, porque lo vive cada día desde que empezó a trabajar en este lugar en el año 2000. Lo ha vivido, por ejemplo, con Milton.
Él fue uno de los primeros niños que se benefició de la actividad del centro, de su comedor, su centro de salud y su
colegio. Ahora, casi 17 años después, Milton está estudiado el último año de Profesorado de Biología. Completa sus estudios en otro pueblo, lejos de Tres Isletas. Y para ello, cuenta con una beca gestionada por el centro, además de un trabajo que le ayuda a completar los recursos que necesita. «Milton tiene un futuro real. Porque ese es uno de los primeros derechos que deberían tener los chicos: un buen futuro». Él no es el único que está ya en la senda del mercado laboral. «Rosita Ujeda está finalizando Profesorado de Letras. Y Eliana, Educación Física. Y tiene mucho mérito porque ella es aborigen, es de otra cultura, y el esfuerzo que tiene que hacer es aún mayor»
María Alcira es mucho más que la directora del centro. Es el alma máter, el espíritu y la alegría de este espacio nacido para ayudar a los habitantes del barrio. Para ayudarles a cambiar de vida pero también para educarles. No solo formarles, sino también mostrarles de qué son capaces y enseñarles a respetarse a sí mismos, a su entorno y los demás. Este es un centro para la convivencia. «Aquí acuden tres tipos bien diferenciados de población: descendientes de emigrantes de la Europa del Este llegados hace dos generaciones, con un gran sentido del trabajo; criollos, a quienes les cuesta más incorporarse a la vida laboral, quizás por el clima caluroso de esta tierra; y aborígenes, los primitivos dueños de la tierra». Y todos ellos viven en paz y con un concepto de la amistad multicultural. Lo demuestra cada día la pequeña María Ángeles, cuyos abuelos nacieron en Praga. Todas las mañanas, cuando llega al colegio, lo primero que hace es ir a ver a su mejor amiga, Kanatay, que es aborigen.
Pero para entender lo que significa este lugar lo mejor es empezar por el principio, cuando María Alcira llegó en 1999. Se encontró en Alianza, uno de los barrios más pobres del pueblo, situado a su vez en una región de verdadera pobreza. Y con la mayor densidad de población infantil de la zona. Aquí no hay industria. Hay algo de trabajo en la recogida del algodón y la tala de árboles para los aserraderos y algunas mujeres trabajan en el servicio doméstico del centro del pueblo. El horizonte económico es muy corto. «Los primeros niños que se acercaron al centro eran chiquitos tristes, a los que les acompañaban adultos que no sonreían nunca. Llamaba la atención la seriedad de sus rostros».
Entre calles llenas de polvo y viviendas medio derruidas, comenzaron con el servicio de comedor. «Una de las primeras en acceder fue una abuela que llevaba a su nietecita tan flaquita y pálida que hasta le dolían los huesos». Así empezó su inmensa labor. «A la primera comida, muchos de ellos aparecieron con sus mejores ropas. Era casi una fiesta para ellos. Una fiesta con postre incluido. ¡No lo podían creer!».
No sólo les daban de comer, sino que también les enseñaron normas básicas de higiene. Por ejemplo, a lavarse las manos antes de sentarse a la mesa: «Siempre quisimos que todo lo que hacíamos tuviera tintes educativos». Empezaron dando 120 comidas diarias. Durante un tiempo pasaron a dar cerca de 400 y ahora han bajado a unas 250. «Cierto es que la situación es algo menos mala porque cuentan con ayudas del gobierno a las familias. Además, creemos que es bueno que coman en sus casas». Con este trabajo han conseguido llegar a desnutrición cero en niños pequeños. «Sólo tenemos chiquitos desnutridos cuando vienen por primera vez o tras una enfermedad». Todo un triunfo.
«A la primera
comida, muchos
de ellos aparecieron
con sus mejores
ropas. Era casi
una fiesta»
Aquello fue solo el primer paso. El siguiente era llegar más allá. «Era importante que esas cabecitas pudieran pensar mejor, funcionaran de otra manera. En las familias enseguida les sacaban de la escuela para ayudar en casa o trabajar». El centro educativo comenzó a funcionar en 2002. Y lo hizo con niños a partir de 4 y 5 años. «Fue un error. Era la primera vez que se sentaban en una mesa y cogían un lápiz. No sabían qué hacer con él. Sin embargo sí sabían cocinar, encender el fuego, lavar a sus hermanitos. Eran adultitos. Impresionaba su espíritu de sacrificio».
Decidieron que había que empezar antes con la educación. Abrieron un aula para niños a partir de cuatro o seis meses que acudían con sus madres a aprender juntos. En 2014 construyeron el edificio que alberga el centro escolar, con tres aulas por curso. «Las familias están felices con el colegio». Por ahora cubren todo el ciclo de primaria. Y han conseguido becas para alumnos de secundaria. Además dan clases de formación profesional para los padres y los hermanos de los alumnos. Les enseñan a ser mecánicos de motos, electricistas, costureras… «Dos antiguos alumnos tienen ya su propio taller».
Todo lo que se ha conseguido en el centro Jesús María ha sido a base del esfuerzo de mucha gente que se ha implicado en él para sacarlo adelante. Una de esas personas es la española Susana Cañón, voluntaria y contacto en España del centro. Algo así como la voz de María Alcira en nuestro país: «Nos visitó en el año 2001, nos ayudó a hacer un censo visitando las familias y desde entonces sigue la vida del centro aportando sus ideas, muy atenta a nuestras necesidades para solucionarlas y ofreciéndonos ayuda económica». Por su parte, Susana nos cuenta: «La realidad que vi allí me desbordó. Estaba todo por hacer. Y decidí dar pasos firmes para ayudar». Esos pasos consisten en poner en contacto a los responsables del centro con fundaciones en nuestro país con ganas de contribuir económicamente a su causa. Una de ellas, Fundación MAPFRE.
Especialistas en prótesis
El centro Jesús María cuenta, desde 2001, con un centro de salud que atiende a 7.500 pacientes, nada menos que un tercio de la población. Hay servicio de pediatría, obstetricia («ahora mismo llevamos más de 100 embarazos que se benefician de un aparato de ecografías como no hay otro en la zona») y medicina general. Pero su fama se debe, sobre todo, al servicio de traumatología. «Los profesionales del centro son famosos por las prótesis que colocan. Tanto, que del hospital de la ciudad de Resistencia, la capital, mandan a los pacientes amputados aquí». En efecto, se atienden muchos de estos casos: «Se dan por dos razones. En primer lugar, la precariedad del trabajo en el monte, al cortar árboles con motosierras. Pero también por la diabetes. No conocen la enfermedad, no se tratan y a menudo pierden las piernas». También tienen al menos dos campañas anuales de oftalmología, cardiología y odontología. Esta última es de las más agradecidas. «Tenemos un 95% de bocas sanas en niños de jardín de infancia». En parte por su insistencia en enseñarles a lavarse los dientes. «Lo hacen en el patio y escupen en la tierra porque cuando lo hacían en los lavabos, delante del espejo, se pasaban horas». Muchos de ellos no habían visto su reflejo antes. Ahora, con espejos colocados en casi todas las aulas, estos niños van aprendiendo a saber quiénes son. Y lo lejos que pueden llegar…
DATOS
Nombre de proyecto: Con Educación y Salud construimos Comunidad
Localidad: Tres Isletas, Chaco. Argentina
Colectivo al que va dirigido: Niños y niñas menores de 14 años; jóvenes de hasta 18; personas con discapacidad y adultos.
Líneas de actuación: Educación, nutrición, salud y acceso al mercado laboral.
Cantidad aportada por Fundación MAPFRE: 66.800 euros. Este dinero se destina a los programas de educación y salud del centro. Para el primero de ellos, se ofrecen cursos de capacitación a los profesores del pueblo para mejorar la calidad educativa de Tres Isletas. En el segundo, se ofrece asistencia primaria, atención odontológica, oftalmológica, cardiológica, servicio de ecografías, curso de primeros auxilios y servicio de traumatólogos.
Web: www.tresisletasjm.org.ar