Hablar y hablarnos es positivo y terapéutico. Protege la autoestima y favorece nuestro bienestar físico, mental y social. Lo dice Luis Rojas Marcos, uno de los psiquiatras más reconocidos del mundo, premiado por Fundación MAPFRE en 2017 por el primer servicio médico móvil para atender y hospitalizar a enfermos mentales graves sin techo. Su última investigación pone el foco en el poder de la palabra. Asegura que los niños que se crían en ambientes parlanchines son más afortunados. Hablan más y mejor y son más inteligentes y solidarios. Y predica con el ejemplo.
TEXTO: NURIA DEL OLMO. @NURIADELOLMO74 FOTOS: LAURA MARTÍNEZ
Acaba de llegar a España, un país que visita con frecuencia. Está cansado porque apenas ha dormido. Sin embargo, se encuentra lleno de vitalidad. Su tono es optimista y positivo. Reconoce que todavía le queda algo de la hiperactividad que sufrió de niño y que, pese a algunas experiencias traumáticas, cree que ha tenido suerte en la vida. Lo debe principalmente al amor que recibe, que es mucho, y al que da. Actualmente, Luis Rojas Marcos (Sevilla, 76 años) compagina su labor académica como profesor de Psiquiatría y Salud Pública en la Universidad de Nueva York, donde reside desde hace 50 años, con la gestión, como director ejecutivo, de Médicos Afiliados de Nueva York (PAGNY). Esta organización sin ánimo de lucro está compuesta por 3.500 médicos y profesionales de la salud que prestan sus servicios en siete hospitales públicos para atender a cerca de un millón y medio de personas enfermas y con bajos recursos. Tras numerosos libros, como Las semillas de la violencia o La pareja rota, ahora publica Somos lo que hablamos. El poder terapéutico de hablar y hablarnos, un completo análisis sobre uno de los temas que más ha influido en su vida personal y profesional.
¿Qué le ha hecho escribir este libro? ¿Por qué ahora?
Siempre he hablado mucho, tal vez más de la cuenta. Ha sido algo muy importante en mi vida. En casa me decían que callara, que no interrumpiera. Y siempre tenía que controlarme. También ha sido clave en mi profesión, especialmente cuando llegué a Estados Unidos, con tan solo 24 años, y tuve que empezar a trabajar en otro idioma, que apenas conocía. Con el libro he querido incidir en la importancia de hablarse a uno mismo, algo que siempre ha estado mal visto porque se ha asociado con sufrir locura o alucinaciones, que en realidad solo afectan a una minoría. Y nada más lejos. Cuando hablamos con nosotros mismos estamos contestando a preguntas que nos hacemos. Es curioso, porque desde pequeños nos enseñan a hablar correctamente, a dar las gracias, a ser respetuosos, pero sin embargo no nos enseñan a hablarnos, pero desde el cariño, la comprensión, con el fin del aceptarnos, ayudarnos. Debemos saber que hablarse a uno mismo es muy positivo. Hay que normalizarlo.
«Hay personas que, sin tener un trastorno concreto, vienen a la consulta a hablar, a compartir sus emociones, sus preocupaciones. Presumen de ello porque lo ven como un acto de madurez, de responsabilidad hacia sí mismos»
Siempre ha defendido que las mujeres vivimos más porque hablamos más.
Efectivamente y está demostrado científicamente. Cuando estudiamos a las personas de más de 100 años, que son más de medio millón en el mundo, uno de los rasgos que más las distinguen es la extroversión, es decir esa cualidad de nuestro carácter que implica una tendencia a comunicarnos, a hablar y a buscar conexiones con los demás, socializar en definitiva. Dentro de esa capacidad de hablar, también destaca la de hablarnos, que, como decía, es clave para aprender a tomar decisiones y promover el autocontrol. Ese lenguaje interior es muy común por ejemplo entre los deportistas, que necesitan darse ánimo. Por ese motivo creo que hay que enseñar a las personas, sobre todo a los hombres, a que se hablen más, porque también les ayudará a conocerse mejor y controlar su impulsividad, que es más propia del hombre que de la mujer.
Dice que todo es según el color de las palabras que usas. ¿Qué quiere decir?
Las palabras tienen mucho poder. Reflejan unos sentimientos. No ayuda hablarse desde el pesimismo, el juicio negativo. La esperanza es clave para pensar que algo que queremos va a ocurrir, que el dolor de cabeza se va a quitar, que cuando crezca tu hija va a tener sentido común y muchas otras situaciones. La esperanza nos ayuda a sentirnos mejor y tiene un valor añadido, que consiste en buscar el centro de control en ti mismo, es decir pensar en qué puedes hacer para resolver un problema difícil. El decirse, «esto es cuestión de suerte» o «que sea lo que Dios quiera» no facilita las cosas. Hay que pasar a la acción. Lo veo constantemente entre mis pacientes. Aquellos que se preocupan por hacer algo, por aportar y son conscientes de que gran parte de la solución está en sus manos, son los que salen adelante.
Reconoce que el poder terapéutico del habla le sigue asombrando.
La psicoterapia o terapia de la conversación es fundamental para el desarrollo personal, para entenderse y conocerse más y mejor. También para llevarse mejor con los demás. En Nueva York, donde vivo, hay muchas personas que, sin tener un trastorno concreto, vienen a la consulta a hablar, a compartir sus emociones, sus preocupaciones. Allí se paga para que te escuchen. La gente hasta presume de ello porque lo ven como un acto de madurez, de responsabilidad hacia sí mismos. Reconocen que con la ayuda adecuada pueden mejorar y abandonar ciertas rutinas que les están perjudicando o que les están impidiendo cumplir con sus objetivos. En España, como en muchos países, la situación está empezando a cambiar y existe menor reparo a la hora de asistir al psicólogo, que hasta hace poco tiempo era señal de debilidad.

¿Cómo nos hacemos más habladores?
Hay que regar a los niños con palabras, hablarles mucho desde que son pequeños, incluso desde antes de que nazcan, explicándoles qué es cada cosa que les decimos. Y que nos oigan hablar, sobre todo en los cinco primeros años. Está demostrado que aquellos que se crían en un ambiente parlanchín, no solo hablan más y mejor, sino que también se sienten más satisfechos y son más inteligentes, extrovertidos y solidarios. Y la televisión no funciona. Tienen que ser los padres, los abuelos, los hermanos quienes realicen un intercambio real de palabras.
Ha dicho en alguna ocasión que estamos en una sociedad muy conectada pero cada vez más aislada. ¿Cómo se puede combatir?
A mí el teléfono me salvó la vida. Fue en 2001, cuando se produjeron los ataques terroristas contra las Torres Gemelas. Pude llamar y avisar para que me ayudaran a mí y a otras personas. Sin duda la tecnología es muy útil, nos ayuda a comunicarnos en momentos difíciles. Ese año era responsable del Sistema de Salud y Hospitales Públicos de la ciudad. Pudimos comprobar que todos los mensajes de las víctimas eran positivos. El problema llega cuando existe dependencia, cuando se abusa de la tecnología, cuando el teléfono se convierte en adicción, algo sin lo que no puedo vivir. Y esto genera un problema de falta de libertad, que interfiere con la capacidad de comunicarnos cara a cara, que nos aleja de tener relaciones reales, un problema muy serio, y que nos resta tiempo para hacer otro tipo de actividades, como practicar deporte por ejemplo. Los padres tenemos que predicar con el ejemplo y desde luego poner límites.
¿Cómo ha evolucionado en los últimos años la psiquiatría?
Se ha producido un cambio enorme. En primer lugar, debido a la investigación, que ha permitido dar a conocer formas distintas de pensar, de ser, que pueden relacionarse con trastornos del cerebro, descubrimientos que hace 100 años eran impensables. Tanto la psicología como la psiquiatría son ciencias modernas que han permitido que enfermedades como la esquizofrenia o la depresión puedan diagnosticarse y tratarse mucho mejor que hace años. La educación también ha contribuido a que las personas se cuestionen mucho más que antes y no tengan reparo en ponerse en manos de un experto cuando creen que algo no está funcionando bien.

¿Qué es lo que más preocupa a las personas?
Ya no se habla tanto de buscar la felicidad, que está cargada de connotaciones, sino de sentirse satisfechos con la vida en general. La mayoría de mis pacientes me piden ayuda porque tienen problemas con un hijo, porque no son capaces de disfrutar, de realizarse en su trabajo o porque ya no se gustan a sí mismos. También porque les falta algo, porque creen que la vida ya nos les merece la pena y no son capaces de dormir, de relacionarse con otras personas. También tratamos enfermedades nuevas como el alzheimer, para lo que desgraciadamente no hay cura, y otras, como el trastorno por déficit de atención con hiperactividad, que yo sufrí, o trastornos de la alimentación, como la bulimia o la anorexia, algo que hace 20 años no se estudiaba en la universidad.
En pocas palabras
CIUDAD: conocimiento
MUJER: amor
REGALO: reloj
FELICIDAD: la mía y la de todos
MÚSICA: algo fundamental
DINERO: solo lo esencial
RELIGIÓN: la mayoría de creyentes se mueren más tranquilos
FAMILIA: para bien y para mal
JÓVENES: fantásticos SOLEDAD: elegida
EDUCACIÓN: muy útil
UNA PALABRA: me quedo con dos, «perdona» y «te quiero»