¿Por qué cada vez excluimos más ingredientes de nuestra dieta? ¿Qué consecuencias puede tener? Analizamos la tendencia social a apostar por dietas de exclusión sin un diagnóstico médico.

TEXTO: ÁNGEL MARTOS

«Que tu alimento sea tu medicina y que tu medicina sea tu alimento» es un aforismo griego con casi 2500 años de antigüedad atribuido a Hipócrates, el padre de esta ciencia en Occidente. Pero hoy, comer es tanto industria y marketing como salud y tradición, y para muchos se ha convertido en una actividad de riesgo jalonada por alergias, intolerancias, síndromes y otras enfermedades.

Por eso, cuando tenemos problemas gastrointestinales (según un análisis de la American Gastroenterological Association, el 40 % de habitantes del planeta los sufre), se ha vuelto habitual volcar una mirada de sospecha sobre la cesta de la compra, para encontrar entre sus ingredientes aquello que nos hace bien y aquello que nos hace mal. Una dinámica en algunos casos más moral que científica, que convierte nuestra dieta en un campo de batalla para ángeles y demonios, superalimentos y villanos. Los segundos, como sabemos por la Biblia, fueron desterrados del cielo, y es a esta dinámica a la que la Fundación MAPFRE y la Academia Española de Nutrición y Dietética (AEND) dedican precisamente el estudio Tendencia de exclusión alimentaria en la población española.

En España, según el estudio Tendencia de exclusión alimentaria en la población española, realizado por Fundación MAPFRE y la Academia Española de Nutrición y Dietética (AEND), un 25 % de personas sigue una dieta sin lactosa, siendo probablemente la más practicada, y un 8 % intenta eliminar totalmente el gluten. De todos ellos, hasta un 72 % «podrían estar haciéndolas sin que estuviera plenamente justificada la exclusión de dichos componentes», afirman los autores, sobre todo, por la prevalencia del autodiagnóstico: cada vez más, tomamos decisiones sobre lo que comemos sin que medie la prescripción médica. Estamos convirtiendo el «conócete a ti mismo» socrático, por seguir con la herencia de los padres griegos de la filosofía, en un «diagnostícate a ti mismo» y aplicando las correspondientes dietas de exclusión que podrían suponer «un riesgo para el mantenimiento de la salud óptima de la población».

Estas cifras están en línea con estudios realizados a nivel europeo y, sobre todo, en el mundo anglosajón, donde antes convirtieron en moda y, a la vez, en industria, el consumo de alimentos «sin». Según un artículo publicado en The European Medical Journal, un 35 % de las personas se autodiagnostican alergias o intolerancias alimentarias, o las diagnostican en sus hijos, cuando el ratio general de estas afecciones se estima que afecta al 2-5 % de la población general. Y, lo que es más grave, toman medidas por sí mismos en lugar de buscar un diagnóstico clínico. En Reino Unido, el 45 % de los británicos dice padecer alergia o intolerancia alimentaria y solo un 15 % lo ha confirmado con el médico, según un estudio de DNAFit, firma de tests de salud. Y en Estados Unidos, una investigación de la Universidad Northwestern encontró que aproximadamente el 20 % de las personas encuestadas creía ser alérgica a algunos alimentos, cuando solo el 10 % experimentó reacciones compatibles con esa afección.

«Una alergia o intolerancia alimentaria es una patología que debe ser diagnosticada por un médico», subraya la doctora Eva Arranz, de Fundación MAPFRE. Sin embargo, el estudio español constata que más de un 40 % de los encuestados reconoce excluir un alimento de la cesta de la compra sin contar con el consejo o la prescripción médica, sino «fruto de la reflexión personal».

Pero, como señala la doctora Arranz, seguir una dieta de exclusión sin justificación y sin el asesoramiento adecuado, puede tener consecuencias inesperadas: «En el caso de la dieta sin lactosa, puede haber un riesgo de ingesta inadecuada de calcio, con el posible impacto negativo sobre nuestra salud y, en particular, sobre la salud ósea. Y en la dieta sin gluten, puede faltar aporte de fibra, de vitaminas (B12, D, ácido fólico) y otros nutrientes (hierro, calcio, zinc, magnesio)». Para contrarrestar estos riesgos, la Academia Española de Nutrición y Dietética llama «a la responsabilidad social individual y de los colectivos que le rodean, ya que tanto la familia como los amigos son potentes influyentes de las conductas alimentarias, tanto positivas como negativas».

«Debemos seguir las recomendaciones de los profesionales sanitarios de lo que es una dieta saludable y, en el caso de que sea necesario dejar de tomar algún alimento o haya que seguir un tipo de dieta específica, es a ellos a los que debemos acudir», abunda la doctora Arranz. Desde Fundación MAPFRE también resumen, a modo de recordatorio, cuáles son los consejos de los organismos internacionales para llevar una dieta saludable: «Aumentar el consumo de frutas y verduras; disminuir el consumo de azúcares simples, sal y el de grasas saturadas, especialmente los ácidos grasos trans». En nuestra cultura, esas directrices ya habían sido destiladas por la tradición y la sabiduría popular en forma de dieta mediterránea, rica en frutas y verduras, cereales integrales, pescado y carnes magras, aceite de oliva, leche o derivados lácticos… Pero la alimentación no lo es todo, por mucho que la sentencia hipocrática pusiera el foco sobre ella. «Recordemos que debemos mantener un estilo de vida saludable, siguiendo una dieta sana y equilibrada, realizando ejercicio físico y absteniéndonos del consumo de tóxicos», concluye la doctora Arranz.

Portada del informe Tendencia de exclusión alimentaria en la población española, elaborado por la Academia Española de Nutrición y Dietética (AEND) y Fundación MAPFRE.