Con el descubrimiento de la estructura del ADN por Watson y Crick en 1953 se inició una nueva era en la medicina. La herencia podría explicar el origen de algunas enfermedades. Sin embargo, el avance en la investigación ha demostrado que el ambiente tiene una influencia determinante en nuestra salud. ¿Genes o hábitos?

TEXTO: ÓSCAR PICAZO. Dietista-nutricionista y licenciado en química. Fundación MAPFRE                   IMAGEN: THINKSTOCK

 

Corría el año 1953 cuando James Watson y Francis Crick publicaron su gran descubrimiento: la estructura del ADN. Esta molécula, presente en todas las células de nuestro organismo, almacena toda la información necesaria para «construir» un ser humano. Desde nuestro color de ojos o nuestra altura, hasta la predisposición a la calvicie o a padecer un cáncer.

La revolución del ADN llevó a cierta euforia y en parte al «determinismo» genético, esto es, la creencia de que el destino de nuestra salud está escrito en nuestros genes y poco podemos hacer para cambiarlo. Sin embargo, algo no cuadraba. Se fue observando que algunas personas con predisposición a una determinada enfermedad no la desarrollaban, pero por el contrario, otras no predispuestas enfermaban.

El peso de los hábitos

Cuando hablamos de predisposición nos referimos sobre todo a las llamadas enfermedades no transmisibles: obesidad, diabetes, enfermedades cardiovasculares, todas ellas en aumento en los países occidentales. Aunque inicialmente se intentó explicar las mismas en base a los genes, la ciencia ha demostrado que los hábitos tienen mucho que decir en aspectos como nuestro peso corporal. Un ejemplo es un gen llamado FTO. Su descubrimiento en 2007 despertó entusiasmo, ya que parecía estar fuertemente asociado con la ganancia de peso corporal (un riesgo 70% mayor en aquellos individuos con dos copias del gen). Sin embargo, posteriormente se ahondó en su interacción con nuestro estilo de vida. Y se vio que a pesar de que una persona sea portadora de la variante menos afortunada de este gen, sus hábitos van a ser determinantes.

Nuestro estilo de vida puede de algún modo «encender o apagar» ciertos genes

Es lo que se llama epigenética, la interacción entre los genes y el ambiente. Nuestro estilo de vida, incluyendo hábitos como la alimentación, la actividad física, el descanso, el estrés, el consumo de alcohol o tabaco, pueden de algún modo «encender o apagar» ciertos genes. El Dr. Elliot Joslin resumió esto en una acertada frase: «los genes cargan la pistola, pero el ambiente aprieta el gatillo».

La fuerza del destino

Aquí no estamos sin embargo incluyendo algunas enfermedades del metabolismo, marcadas por uno o varios genes y que pueden afectar de forma irremediable a la salud. Tendríamos aquí desde alteraciones como la intolerancia a la lactosa o la fenilcetonuria, controlables a través de la dieta, hasta otras como la enfermedad de Huntinton, de aparición progresiva, y que en la actualidad no tiene más tratamiento que el paliativo.

En otros casos, hay genes que si bien no implican necesariamente el desarrollo de la enfermedad, están tan claramente asociados a ella que algunas personas toman decisiones drásticas. Es el caso de la famosa actriz Angelina Jolie, que decidió someterse a una mastectomía por descubrir que era portadora de una variante del gen BRCA que aumenta el riesgo de cáncer de mama.

La herencia de los hábitos

Mantener unos hábitos saludables siempre va a merecer la pena. No podemos caer en excusas como «mi genética es así». Además, haríamos un flaco favor a nuestros hijos.o solo pasamos a nuestra descendencia la información genética contenida en nuestra secuencia de ADN o les inculcamos malos hábitos.

Nuestro estilo de vida también deja marcas epigenéticas, que pueden afectar a la salud de las siguientes generaciones.

Estudios recientes demuestran que no solo pasamos a nuestra descendencia la información genética contenida en nuestra secuencia de ADN o les inculcamos malos hábitos. Nuestro estilo de vida también deja marcas epigenéticas, que pueden afectar a la salud de las siguientes generaciones.

Esto se ha visto en ratones tratados con ciertas sustancias, que conservaban el efecto hasta dos generaciones después, sin estar ya expuestos a las mismas. Estos descubrimientos están resucitando el Lamarckismo, que proponía que un ser vivo puede transmitir a su descendencia características adquiridas durante su vida, en su interacción con el medio ambiente. Esta teoría fue abandonada por la de la evolución de Darwin.

La pregunta es por tanto obvia: ¿algunas de las epidemias que soportamos actualmente son una bola de nieve? ¿Estamos predisponiendo a las futuras generaciones a estas lacras? Aún es pronto para saberlo, pero no podemos esperar a tener la respuesta, o será demasiado tarde. No disparemos el gatillo.

 

El mercado de los test

En 2007 la compañía estadounidense 23andme lanzó su test genético dirigido al gran público, un test que estimaba la predisposición genética a algunas enfermedades. Pocos años después, en 2013, la FDA (Administración de Medicamentos y Alimentos de EE.UU.) solicitaba la retirada del test, por tener dudas sobre la fiabilidad de algunos resultados. En concreto preocupaba la posibilidad de un falso positivo o falso negativo, que pudiera llevar a alguna persona a tomar decisiones inadecuadas sobre su salud, como las mastectomías preventivas, o la modificación o abandono de tratamientos en curso basándose en el resultado del test. Actualmente 23andme tiene autorización para indicar el nivel de riesgo para 10 enfermedades vinculadas de forma muy clara a diferentes variantes genéticas.