TEXTO: PHILIPPE SAUNIER
El belga William Degouve de Nuncques (1867- 1935) se encuentra, sin lugar a dudas, entre los pastelistas más inspirados de finales del siglo xix. En efecto, ese amigo de Jan Toorop, Henry de Groux y también Fritz Thaulow (fervientes practicantes todos ellos de las tizas de colores) multiplica a lo largo de la década de 1890 unos impactantes paisajes al pastel, envueltos de onirismo y misterio.
Sus composiciones, con frecuencia nocturnas o crepusculares y de las que está ausente toda figura humana, parecen habitadas por una presencia indefinible; los cisnes, los pavos reales, los viejos edificios medievales e incluso los árboles (como aquí, en este bosque que parece directamente surgido de una obra de Maeterlinck) se alzan hasta la categoría de símbolos misteriosos o presagios funestos. Y no cabe duda de que sus paisajes no tendrían un encanto tan penetrante si no se hubieran realizado al pastel. Porque Degouve de Nuncques, como otros artistas de su generación (Émile- René Ménard, Fernand Khnopff, József Rippl- Rónai, Henry Le Sidaner, Lucien Lévy-Dhurmer, etcétera), comprendió todo el partido estético que podía extraer de ese material pulverulento, frágil y delicado, que franqueaba un acceso al vasto ámbito del sueño y la imaginación: un hábil uso del difumino, sobre todo, junto con una paleta frecuentemente sombría, del azul al malva, pasando por el gris, el verde agua, el celadón, etcétera, le permiten crear unas atmósferas crepusculares de intensa poesía.
El Interior de bosque (1894) es, en dicho sentido, emblemático: en ese sotobosque donde está ausente cualquier forma de vida que no sea vegetativa, en ningún momento se distingue el follaje de los árboles y menos aún el cielo; y, sobre todo, en ese espacio intrigante a fuer de confinado, los verdosos troncos adquieren una presencia perturbadora, acentuada por el carácter casi irradiante de los pigmentos. Es cierto que el brillo incomparable de los colores al pastel y su pulverulenta materia poseen una innegable virtud háptica. Contra todos aquellos que encierran el pastel en los estrechos límites de la tradición, o incluso que recurren a él sólo por la comodidad de su uso (ausencia de tiempo de secado, manejo) o por triviales consideraciones comerciales (menor coste), Degouve de Nuncques (junto con otros) devuelve a ese procedimiento toda su necesidad profunda.
Equiparado en ocasiones a un «Vermeer holandés», el pintor infunde a sus pasteles una dimensión sobrenatural con resonancias místicoreligiosas: en efecto, la propia delicadeza de ese medio suscita un sentimiento de recogimiento frente a lo que adivinamos como sumamente precario. Unos años antes, el poeta simbolista Henri de Régnier ya había comprendido que el encanto del pastel residía en semejante fragilidad: «De una superposición de polvos disgregados […] el pastel emplea y toma su encanto melancólico», escribió. Y más adelante: «por medio de curiosas analogías […] parece ser la forma más filosófica de preservar en una fantasmagoría idéntica el recuerdo de la apariencia desaparecida […] Polvo multicolor y caduco que se interpone, durante un instante, a través de la Muerte, entre la Vida y el Olvido».
![William Degouve de Nuncques Intérieur de forêt, 1894 [Interior de bosque] Musée de l’École de Nancy, Nancy © Nancy, musée de l’Ecole de Nancy. Photo Studio Image](https://www.revistalafundacion.com/media/2019/08/interior-bosque.jpg)
Intérieur de forêt, 1894 [Interior de bosque]
Musée de l’École de Nancy, Nancy © Nancy, musée de l’Ecole de Nancy.
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