ESTRELLA DE DIEGO*
En 1927 Berenice Abbott retrata a Eugène Atget, el fotógrafo adorado por los surrealistas, de frente y de perfil. Es un juego asombroso que remeda cierto inesperado trabajo documental, de archivo, casi policial —al estilo de Bertillon en el siglo XIX—, al tiempo que subraya la extraordinaria calidad de Abbott como retratista de una clase intelectual y moderna, con la que se encuentra por primera vez el llegar al neoyorquino Greenwich Village desde su Ohio natal.
Entonces, el Greenwich Village aún no se había convertido del todo en el barrio bohemio chic que llegaría a ser con el tiempo.
Pero en 1918 sus pobladores más vanguardistas ya trataban de dar la vuelta al arte, la literatura y las costumbres imperantes. Allí se congregaban, al fin, algunas «nuevas mujeres», personajes independientes que exploraban la libertad de género desde finales del siglo XIX. La baronesa Elsa von Freytag-Loringhoven —modelo, artista de vaudeville y encarnación del dadaísmo en Estados Unidos—; la poeta inglesa Mina Loy; la norteamericana Clara Tice —diseñadora y modelo—; o la escritora Djuna Barnes —a quien retrata Abbott— iban en busca de su destino, rompiendo con todos los esquemas establecidos, igual que la propia Abbott.
Son las mismas «nuevas mujeres» que la fotógrafa encuentra años más tarde en París, donde retratará a otras atrevidas figuras de la escena artística —Marie Laurencin, Peggy Guggenheim…—, junto a escritores como André Gide o Jean Cocteau. De hecho, si es verdad que se trata de maravillosos retratos, no es menos cierto que a través de los mismos documenta ese segmento de la población al que ella misma pertenece: gentes creativas y modernas, como lo es la misma forma de construir estas imágenes.
En todas sus instantáneas —desde su serie de retratos, pasando por sus imágenes de Nueva York pertenecientes a la fabulosa serie Changing New York, con mucho de retrato de la ciudad, y hasta sus últimos trabajos sobre ciencia— Berenice Abbott, amiga de Man Ray —con quien da sus primeros pasos en la técnica fotográfica—, planteó una idea clara: los viejos puntos de vista ya no son válidos para retratar a los nuevos héroes o a las nuevas ciudades.

Al igual que Atget, tan venerado y promocionado por Abbott en los Estados Unidos, hiciera con las calles de París, la fotógrafa persiguió con su cámara ese Nueva York que desvela una ciudad convertida en retrato. La foto es para ella, además, un medio para ser libre, para recorrer incluso aquellos lugares no apropiados para una joven respetable. «No soy una chica decente. Soy una fotógrafa. Voy a cualquier sitio», contestó al escuchar a alguien manifestar cierta preocupación por sus escapadas a los barrios conflictivos.
Como su admirado Atget, Abbott se convertiría en una de las más fascinantes reporteras de su tiempo, la novelista de una época entera. «Será recordado como un historiador del urbanismo, un romántico genuino, un amante de París, un Balzac de la cámara, desde cuyo objetivo podemos tejer una gran alfombra de la civilización francesa», dijo Abbott de Atget. También ella será recordada como la narradora de una época entera.
* Estrella de Diego es catedrática de Historia del Arte Moderno y Contemporáneo en la Universidad Complutense de Madrid y comisaria independiente. En noviembre de 2016, ingresó como miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.