CARLOS GOLLONET*

Albuquerque, Nuevo México, 1972 Imagen de plata en gelatina Cortesía del artista y de Fraenkel Gallery, San Francisco

Esta es una de mis imágenes preferidas de Lee Friedlander. Seguro que también lo es de mucha más gente; es simple y compleja a la vez. No hay nada de especial en la fotografía y sin embargo es redonda, un milagro de diseño. Esa proliferación de elementos cristaliza en un complicado puzle que encaja a la perfección. Si eliminamos el perro, el semáforo o la toma de agua…, la foto se descompensa. Friedlander no necesita recurrir al conocido «instante decisivo», que aporta la visión de Cartier Bresson, a la fugacidad inherente al hecho fotográfico que tan maravilloso resultado había dado a Helen Levitt o a su amigo Garry Winogrand. Si con ellos tenemos la sensación de que todo ocurre en un instante, que en un abrir y cerrar de ojos lo que estamos viendo ya será otra cosa, que no se repetirá en su forma presente, cuando Friedlander toma la fotografía Albuquerque, Nuevo México en 1972, imaginamos que un segundo más tarde todo seguirá igual, pero que todo cambiaría si alguno de los elementos de la fotografía desapareciera. La magia no está en el «instante decisivo», sino en el «encuadre preciso», en cómo el mundo que se extiende ante la cámara se convierte en fotografía, y la novedad no reside solo en la forma de describir el mundo, sino en los temas elegidos para hacerlo, que ya no se someten a la tradición de los conceptos de lo bello y armonioso, sino en dar sentido formal al desorden del paisaje, a veces desolado, lleno de elementos agresivos como los tendidos eléctricos, las señales de tráfico o de publicidad.

La imagen se crea en una confluencia de pequeñas decisiones casi instantáneas con las que el fotógrafo va delimitando el resultado final. El encuadre realza esos elementos escogidos por él de entre los muchos encuadres potenciales que tiene ante sí y elimina otros que quedan en los márgenes; hace que cobren vida, que se cree una relación nueva entre ellos y que cada elemento tenga tanto sentido como cualquier otro, sin jerarquías. Todo resulta familiar, es un entorno ordinario, pero la fotografía no lo es, esa aparente arbitrariedad se organiza dentro del marco como un mágico registro de un lugar común. Más que enfatizar cada elemento, podemos ver también la imagen como una composición abstracta en la que es inútil buscar un significado, basta con disfrutar. El resultado es un Friedlander, un mundo donde coexisten en un mismo espacio elementos reales con reflejos y sombras, y donde se pone de manifiesto su enorme habilidad para encontrar ese algo impreciso, que de manera inesperada y repentina resultará interesante para comprender el mundo.

*Carlos Gollonet (Granada, 1962), licenciado en Historia del Arte por la Universidad de Granada, es Conservador Jefe de Fotografía de Fundación MAPFRE