Joan Punyet Miró, nieto del artista mallorquín y gestor de su legado. Foto: Jesús Antón

¿Por qué Madrid? ¿Qué implica este nuevo espacio de Fundación MAPFRE en Madrid?

Mi abuelo, Joan Miró, tuvo siempre un gran aprecio por esta ciudad, se sentía muy a gusto en ella. Evidentemente, nosotros somos muy críticos a la hora de elegir un espacio expositivo para la obra de Joan Miró. Y después de valorar distintas opciones, dentro del consenso de la familia, pensamos que Fundación MAPFRE era la mejor y tiene una línea de exposiciones que se ha ganado un prestigio internacional.

En el espacio, hay una presencia destacada de la relación de su abuelo con Alexander Calder. La sintonía entre ambos llegó a lo personal. ¿Conoce alguna anécdota de esa relación?

La sala Miró-Calder para mí es algo único e irrepetible en el mundo, porque representa la amistad íntima entre dos genios del siglo XX, Calder, el rey del alambre, y Miró, el amo del pincel. Sé que cuando mi abuelo, mi abuela y mi madre llegaron a Nueva York por primera vez después de la Guerra Mundial en 1947, Calder los fue a recoger al aeropuerto con un coche descapotable destartalado lleno de alambres, tornillos, herramientas, placas de metal… y mi abuelo estaba fascinado porque fueron por la 5ª Avenida en su viaje hacia Roxbury al norte de Nueva York donde estaba el estudio Calder.

¿Tiene algún recuerdo que permita acercarnos de una manera más humana al universo creativo de Joan Miró?

La memoria más bonita que recuerdo de mi abuelo fue cuando en 1978 pude ir a con él a su estudio de Mallorca, él tenía 85 años y yo tenía 10. Y de repente me encontré con este cuadro que se llama Mujer y me fascinó ver la textura, el color, la luz, la poética y la forma y yo iba preguntándole cosas y solo me respondía con silencio y miradas, buscando una complicidad entre el anciano y el niño, entre el abuelo y el nieto y quizás con los silencios fue cuando más entendí la realidad de mi abuelo. Fue el momento más bonito e irrepetible.

Mallorca tiene un papel fundamental en el imaginario de Miró. Pese a su reconocimiento en las grandes ciudades del arte del siglo XX como París o Nueva York, su abuelo siempre volvía a su esencia, a sus orígenes.

Miró volvía siempre a Mallorca porque necesitaba estar cerca de sus orígenes, de lo esencial, de la energía telúrica, comer su comida, beber su bebida, sentirse cerca del universo, de la luz del mediterráneo, cerca de la isla donde nació su madre, de la isla donde se casó con mi abuela. De ahí nacía la fuerza de su pintura.

¿Qué significa ser un Miró? ¿Cómo percibe su misión respecto al legado de su abuelo? ¿Se siente más un guardián o un divulgador?

Para mí llevar el apellido Miró es todo un honor, todo un privilegio. Siempre he respetado al máximo su legado y me siento evidentemente como un guardián y divulgador de su obra. Constantemente hay exposiciones en todo el mundo, diferentes escritores, diferentes comisarios, diferentes directores de museo, desde Los Ángeles, San Francisco, Nueva York, hasta Tokio, Kioto o Moscú que quieren hacer grandes muestras de su obra y mi misión en la vida es simplemente darlo a conocer, explicar quién era mi abuelo y la gran generosidad que tuvo por nuestro país y cómo quiso ayudar y colaborar en el nacimiento y la consolidación de lo que él llamó la nueva España después de la muerte de Franco.