Esta exposición coorganizada por Fundación MAPFRE, el Musée Cantini de Marsella y La Piscine Musée d’art et d’industrie André Diligent de Roubaix, está comisariada por Itzhak Goldberg y podrá visitarse en la Sala Recoletos de Fundación MAPFRE en Madrid del 9 de febrero a 9 de mayo de 2021.
TEXTO: ÁREA DE CULTURA DE FUNDACIÓN MAPFRE
«Todo es de lo más sencillo. Me encontré a mí mismo cuando entendí que mi yo, que mi mirada sobre la vida y mi interés por el arte son tan intensos que requieren otra manera de pensar; al fin y al cabo, la sensación persistente del color de la naturaleza vive en mí. […] Encuentro una alegría inmensa en el trabajo y busco una forma propia de expresar mis impresiones». Con estas palabras, escritas en 1909, señalaba el pintor ruso Alexéi von Jawlensky (1864-1941) el cambio que se había producido en su obra una vez transcurrida la etapa de aprendizaje en San Petersburgo, pues había encontrado, tras su llegada a Múnich, la manera de expresar «sentimientos, pasión y espontaneidad» en sus pinturas.
Jawlensky fue uno de esos artistas que participó en la formación de El Jinete Azul en 1911 y, junto a su amigo y colega Wassily Kandinsky, es considerado hoy uno de los padres del expresionismo alemán. Tanto en Múnich como en Murnau, el autor se convirtió en una de las figuras fundamentales para el desarrollo de un lenguaje libre, en el que el color y la forma servían para expresar los sentimientos íntimos del artista. A pesar de la profunda evolución de su obra, en la que aborda temas como la naturaleza muerta y el paisaje, es el retrato, y en particular la indagación sobre el rostro humano, lo que de manera más clara personaliza la producción pictórica de Jawlensky, pues es a través de este motivo como el artista cree poder alcanzar la espiritualidad que tanto anhela. Desde la serie de cabezas de preguerra, hasta las Cabezas místicas, las Cabezas geométricas y las Meditaciones, hay en su pintura una constante tensión entre la plasmación del individuo y la reducción del mismo a un arquetipo.
Hay dos sucesos en la vida de Jawlensky que parecen haber marcado esta búsqueda espiritual, casi religiosa y que él cuenta en sus memorias, dictadas cuatro años antes de su muerte. En el primero, narra la impresión que le provocó, siendo niño, la visión de un icono de la Virgen en una iglesia polaca llamada Kostjol. En el segundo, se refiere a su visita a la exposición Universal de Moscú de 1880: «Al final descubrí la sección dedicada al arte. Solo había cuadros y fui tocado por la gracia, como el apóstol Pablo en el momento de su conversión. Mi vida se vio por ello enteramente transformada. Desde ese día el arte ha sido mi única pasión, mi sanctasanctórum, y me he dedicado a él en cuerpo y alma.»
La exposición ofrece un amplio recorrido cronológico por la trayectoria del pintor y establece un diálogo con piezas de distintos artistas que tuvieron influencia sobre él, entre los que destacan Andr. Derain, Henry Matisse, Marianne von Werefkin o Gabriele Münter
La asociación entre lo espiritual y el arte es particularmente evidente en la mente del pueblo ruso, para el que los iconos religiosos representan no tanto la realidad visible, sino una abstracción de la divinidad. De alguna manera, Jawlensky dedicó buena parte de su carrera a realizar iconos modernos, de los que partió en los inicios de su carrera y a los que volvió en sus últimas obras, las Meditaciones. La tendencia que tenemos siempre de buscar una forma humana para cualquier representación hace que el rostro sea un objeto propicio para la experimentación. Para Jawlensky, en él se reúnen lo legible y lo ilegible, lo visible y lo invisible, y así, en estos últimos, consigue unir dos ámbitos que siempre se han considerado excluyentes en la historia del arte: la figuración —el propio icono— y la ejecución formal de este, la abstracción.
Tal y como señala el comisario de la exposición Itzhak Goldberg, se puede ver cómo «los dos acontecimientos que dejaron honda huella en Jawlensky se sitúan a medio camino entre el arte y la religión, lo cual ya indica la escasa distancia que, para él, separa estos dos ámbitos.» Con respecto a su insistente indagación en torno a la faz humana, Jawlensky escribió: «Sentía la necesidad de encontrar una forma para la cara, porque había entendido que la gran pintura solo era posible teniendo un sentimiento religioso, y eso solo podía plasmarlo con la cara humana.»
La selección de obras de la exposición Jawlensky. El paisaje del rostro que presenta Fundación MAPFRE en sus Salas de Recoletos de Madrid, ofrece un amplio recorrido cronológico por la trayectoria del pintor a través de seis secciones y establece un diálogo con piezas de distintos artistas que tuvieron influencia sobre él, entre los que destacan André Derain, Henry Matisse, Marianne von Werefkin o Gabriele Münter.
![Stilleben mit gelber und weisser Kanne [Naturaleza muerta con teteras amarilla y blanca], 1908
Óleo sobre cartón adherido a madera. 49,6 x 53,8 cm
Colección particular, Suiza. En depósito en Zentrum Paul Klee, Berna
Foto: Zentrum Paul Klee, Berna](https://www.revistalafundacion.com/media/2020/12/jawlensky-02.jpg)
Óleo sobre cartón adherido a madera. 49,6 x 53,8 cm
Colección particular, Suiza. En depósito en Zentrum Paul Klee, Berna
Foto: Zentrum Paul Klee, Berna
Primeros años
Los paisajes, los retratos y las naturalezas muertas de este período ilustran la primera dirección de la evolución artística de Jawlensky, ya que dejan ver la herencia de su maestro Ilyá Repin, pero también los inicios de su propio estilo, influido por Van Gogh y los postimpresionistas. En 1905 visita el Salón de Otoño parisino, donde exponen «los foves», que le dejarán fuertemente impresionado. Vuelve a la capital francesa en 1907 y se enfrenta con la pintura de Cézanne, también a la de Gauguin, de quien recoge la idea de pintar superficies planas con colores intensos y contornos precisos.
En Múnich, donde vive desde 1896, conoce a algunos de los artistas más influyentes de las vanguardias. Con Kandinsky, Münter y Werefkin, viaja a Murnau, en la Alta Baviera, durante varios veranos a partir de 1908. El año siguiente será crucial para el pintor ya que los trazos de sus obras se observan cada vez más seguros y la fuerza del color será casi demoledora.
Cabezas de preguerra
Estas cabezas fuertemente estilizadas y de colores intensos y chillones muestran unos rostros de ojos abiertos y de pupila marcada que atraviesan al espectador sin mirarlo, como si el artista buscara algo que está más allá del ser humano.
A partir de 1913 sufren algunos cambios, los colores comienzan a tirar hacia el marrón y el ocre, las barbillas se afilan, los ojos y la nariz son cada vez más angulosos, como si necesitara acercarse al icono para alcanzar algún tipo de serenidad que le alejara de las anteriores composiciones de colores más vivos.
![Spanische Frau
[Mujer española], 1910
Óleo sobre cartón. 53,7 x 49,6 cm
Colección particular
Foto: Maurice Aeschimann](https://www.revistalafundacion.com/media/2020/12/jawlensky-01.jpg)
Óleo sobre cartón. 53,7 x 49,6 cm
Colección particular
Foto: Maurice Aeschimann
Variaciones sobre el tema del paisaje
En 1914 todos los ciudadanos rusos se vieron obligados a abandonar Alemania en un plazo de cuarenta y ocho horas. El pintor se exilió entonces con Marianne von Werefkin y su familia en Suiza. Allí, aislado de todo, buscó una nueva dirección en su trayectoria artística. De forma abrupta abandonó el tema del rostro que hasta el momento había sido predominante y comenzó a representar la misma escena una y otra vez con gran libertad y sentido de la investigación cromática. Es el inicio de las Variaciones, cuyo título sugiere la musicalidad de las obras y que inauguran la serialidad en su producción. Pequeñas obras que cuestionan, a través de su formato vertical, la horizontalidad que tradicionalmente se había otorgado al género del paisaje.
Cabezas místicas
Las Cabezas místicas conviven durante un tiempo en la obra de Jawlensky con las Variaciones, cuya producción interrumpe en 1921. Se trata de rostros estilizados en los que la nariz adquiere forma de L y la boca queda sugerida por una simple línea. Las orejas han desaparecido, y en ellos resaltan unos ojos grandes y almendrados, que en ocasiones permanecen cerrados. Todas estas soluciones tendrán su continuidad en los Rostros del Salvador, que el artista inicia por estos mismos años. Pinturas con títulos religiosos que prolonga hasta 1922 y en las que las caras se vuelven cada vez más rígidas y ocupan toda la superficie del lienzo.
Sentía la necesidad de encontrar una forma para la cara, porque había entendido que la gran pintura solo era posible teniendo un sentimiento religioso, y eso solo podía plasmarlo con la cara humana
Cabezas geométricas o abstractas
En estos rostros-óvalo, que Jawlensky inicia en 1918 y en los que trabaja ininterrumpidamente hasta 1935, los ojos aparecen ya sellados. Es la primera vez que hace una serie de pinturas en las que no están presentes los ojos abiertos, como si el artista —y también el propio rostro representado— estuviera mirando hacia dentro, a un mundo interior sin contacto real, sí espiritual, con el espectador.
El aspecto geométrico y hierático de estas composiciones viene acentuado por las líneas verticales y horizontales que conforman la cara y sugieren el cabello, como si el artista estuviera creando iconos, en un proceso que partió de este tipo de manifestación artística para finalmente volver a ella, porque tal y como él mismo señalaba, «a mi modo de ver la cara no es solo la cara, sino todo el cosmos […]. En la cara se manifiesta todo el universo.»

Óleo sobre cartón. 68 x 50 cm
Colección particular
Foto: Maurice Aeschimann
Meditaciones y naturalezas muertas finales
En 1921 y tratando de forzar su separación de Marianne Werefkin, Jawlensky marcha a Wiesbaden donde expone de forma individual y participa en distintas muestras colectivas. Será Emmy Scheyer, amiga y musa, la que mueva la obra del artista tanto en Alemania como en Estados Unidos, un alivio para la precaria economía del pintor y su complicado estado de salud, pues sufre de una artritis deformante que en los últimos años le impedirá trabajar.
En las Meditaciones, el rostro humano sufre un último proceso de metamorfosis. Las formas quedan reducidas al mínimo, lo que contrasta con el color, que mantiene una gran fuerza expresiva. Los tonos, cada vez más oscuros, se aplican con anchas y densas pinceladas. El rostro, cuando no ha desaparecido, invade por completo la superficie pictórica y al quedar la barbilla recortada por el marco, lo que se observa de la cara es una parte muy reducida, en una composición que funde el icono y la cruz.
Con estas obras, Jawlensky cierra el ciclo evolutivo de su arte. Como si a lo largo de toda su trayectoria hubiera ido despojándose de cualquier anécdota narrativa y expresiva que distrajera de la esencia misma de la pintura y de la búsqueda espiritual y ascética que siempre le acompañó.

Óleo sobre cartón adherido a madera. 42,6 x 33 cm
Colección particular
Foto: Don Ross