Los proyectos de emprendimiento social se abren paso para hacer frente a los retos que plantea la cuarta revolución industrial. Con la primera edición de los Premios Fundación MAPFRE a la Innovación Social, nos hacemos eco de esta tendencia apoyando soluciones innovadoras que permitan mejorar el mundo en que vivimos.

TEXTO: RAMÓN OLIVER         IMÁGENES : THINKSTOCK

 

La innovación social se postula como respuesta para dar solución a nuevos y viejos problemas. Así lo demuestra el interés que ha generado la primera edición de los Premios Fundación MAPFRE a la Innovación Social, en colaboración con IE Business School. La convocatoria ha sido un gran éxito con cerca de 500 proyectos seleccionados, que ahora se están analizando. Los 27 mejores competirán en tres semifinales en Brasil, México y Europa y, en octubre, los 9 finalistas lo harán en Madrid.

Pero, ¿qué es la innovación social?

Según la Comisión Europea, el concepto de innovación social es «el desarrollo y la implementación de nuevas ideas (productos, servicios y modelos) para cubrir necesidades sociales y crear nuevas relaciones sociales o colaboraciones». Una definición que, como sucede a menudo cuando se intenta condensar en una sola frase un concepto complejo, se queda corta a la hora de captar la esencia de uno de los fenómenos que mayor pujanza está cobrando en estos últimos años en todo el mundo.

La globalización y la revolución tecnológica están trayendo consigo cambios tanto económicos como sociales. Surgen nuevos problemas como la brecha tecnológica, el progresivo envejecimiento de la población o el cambio climático, y se acentúan otros viejos como la pobreza, la desigualdad, la salud o la educación. Problemas que requieren un nivel de respuesta ágil e imaginativa que los gobiernos y las grandes corporaciones, con sus complejas estructuras y sus lentos procesos burocráticos, no siempre están en disposición de ofrecer. Es ahí donde cobran papel protagonista multitud de iniciativas emprendedoras surgidas de la sociedad civil que ponen el foco en solucionar problemas concretos a través de la innovación tecnológica u organizativa.

«La innovación ha estado tradicionalmente asociada a otros sectores de actividad y hemos dejado un poco de lado dos de los más importantes: el medioambiental y el social. En estos últimos años, sin embargo, hay un claro cambio de tendencia y cada vez vemos más emprendedores sociales y startups que apuestan por proyectos de economía verde y socialmente responsables», opina José Moncada, CEO de la Bolsa Social, una plataforma de crowdfunding de inversión autorizada por la CNMV que pone en contacto a inversores y empresas con valores que generan un impacto positivo constatable en la sociedad y el medio ambiente.

Víctor Hugo Guadarrama, coordinador de Proyectos Estratégicos de Ciencia, Tecnología e Innovación del Foro Consultivo Científico y Tecnológico de México (FCCyT), cree que la innovación social implica aplicar nuevos enfoques para viejos problemas. Creado en 2002, este órgano tiene entre sus principales objetivos promover la innovación en todas sus variantes, incluyendo la vertiente social, con el fin de incentivar una mejoría en las condiciones de vida de la población mexicana. «Innovación social significa ser estratégico, ambicioso y colaborativo en la búsqueda de formas para que la sociedad mejore sus condiciones de vida, mediante la movilización de los recursos y socios necesarios. No es suficiente innovar tecnológicamente, sino que es primordial mejorar la calidad de vida de nuestra sociedad con una visión de inclusión y sostenibilidad», argumenta.

También en países como Colombia han comprendido que la innovación tecnológica por sí sola no basta, y que es necesario adaptarla a las necesidades y particularidades de la región del mundo en la que se quiere implementar. La innovación social es la herramienta que permite conectar ambas dimensiones en un mismo proyecto. «Colombia está realizando un gran esfuerzo por el desarrollo de tecnologías como la robótica, la analítica de datos o la inteligencia artificial, tanto desde el Gobierno, impulsando un marco regulatorio favorable, como desde las universidades a través de la investigación», expone Valerie Elisabeth Gauthier, de la Facultad de Ciencias Naturales y Matemáticas de la Universidad del Rosario de Bogotá.

No es suficiente innovar tecnológicamente, sino que es primordial mejorar la calidad de vida de nuestra sociedad con una visión de inclusión y sostenibilidad

Esta especialista dirige un proyecto de laboratorios de innovación abierta que pone el foco no únicamente en la parte tecnológica, sino, también en el aspecto social. «Los colombianos somos muy creativos y podemos ser muy innovadores. Pero, al mismo tiempo, el país se encuentra en una situación de postconflicto y no podemos desligarnos de esa realidad. Si nos limitamos a replicar las experiencias de otros países, no vamos a obtener resultados. Para poder llevar un proyecto de internet de las cosas o de energías renovables a una región en la que a lo mejor no hay ni siquiera luz eléctrica es necesario empezar por conocer muy bien y escuchar a la sociedad».

Cambio de paradigma

Aunque el concepto de innovación social no es nuevo, no ha sido hasta hace unos pocos años cuando ha empezado a cobrar relevancia. Un cambio de tendencia que obedece en buena medida a una creciente sensibilización de la opinión pública hacia la necesidad de adoptar modelos más sostenibles. «La crisis influyó. Empezamos a darnos cuenta de que hay que hacer las cosas de una manera distinta, más transparente», comenta Casilda Heraso, directora de Selección de Emprendedores de Ashoka España.

Un diagnóstico con el que coincide Tadashi Takaoka, gerente de Emprendimiento de La Corporación de Fomento de la Producción (CORFO), la agencia gubernamental encargada de apoyar el emprendimiento, la innovación y la competitividad en Chile, uno de los países más activos en cuanto a innovación social. «Antes se creía que si a un empresario le iba bien, entonces el país estaba mejor por los impuestos, y que todos los que venían por detrás se verían beneficiados. Pero eso en la práctica no ha sucedido, y la gente ha empezado a pensar ¿qué efecto puede tener mi solución si no sólo pienso en ganar más dinero?»

¿Cuáles son las ventajas de este nuevo modelo?

«Lo que hace realmente que los países crezcan es la innovación disruptiva, y eso ha sido un rasgo muy propio de la innovación social. Las soluciones más sociales probablemente sean las que más probabilidades tengan de sobrevivir en el largo plazo, donde el poder del cliente y la opinión pública es cada vez mayor. Además, generan un impacto mucho más escalable en unas sociedades en las que asuntos como la desigualdad se están convirtiendo en un dolor de cabeza para los gobiernos», subraya Takaoka. El mexicano Víctor Hugo Guadarrama incide en el concepto de cambio de enfoque. «Lo interesante de la innovación social es que no ve en sí problemas, sino que se centra en visualizar los retos y oportunidades que esa situación ofrece para avanzar socialmente».

Un fenómeno global

Al igual que los problemas a los que contribuye a dar respuesta, la innovación social tiene un espíritu global. Una de las instituciones que personifica este carácter transnacional es Ashoka, nacida en 1981 en Estados Unidos de la mano de Bill Drayton. Hoy esta organización sin ánimo de lucro presta apoyo económico y organizativo a 3.400 proyectos de emprendimiento social en 90 países, lo que la convierte en la mayor red de emprendedores sociales del mundo. Entre sus objetivos, multiplicar y acelerar el impacto de estas iniciativas, 32 de las cuales se encuentran en España. «Buscamos proyectos que sean sistémicos, es decir que sean realmente transformadores de todo su sector y puedan ser escalables tanto a nivel nacional como internacional», explica Casilda Heraso. Para esta experta, no existe un perfil tipo de emprendedor social, pero sí un denominador común en todos ellos: «Son personas que han detectado un problema social, muchas veces porque lo han vivido en sus propias carnes, y están determinadas y casi obsesionadas con darle solución», asegura.

Es el caso de Luz Rello, investigadora española de 34 años que ha recibido numerosos reconocimientos tanto nacionales como internacionales por sus trabajos en el campo de la dislexia. Su proyecto, Change Dyslexia, es fruto de su propia experiencia. Disléxica no diagnosticada cuando era niña, sufrió durante mucho tiempo numerosos problemas de fracaso escolar hasta que una profesora se dio cuenta de cuál podría ser la causa. Desde entonces, ha trabajado por intentar ayudar a otros niños a luchar contra un trastorno que afecta a entre el 10% y el 15% de la población y que en muchos casos permanece oculto. Para ello ha desarrollado junto a Samsung Dytective Test, una app que detecta el riesgo de padecer dislexia en alumnos a través de un test de apenas 15 minutos de duración. La aplicación es gratuita y ha sido utilizada ya por más de 130.000 niños en 55 países. «Creé Change Dyslexia por dos razones. La primera porque tras ocho años de investigaciones pensé que esos resultados no debían quedarse en un laboratorio, sino que era mi obligación ponerlos a disposición de la gente. La segunda porque me di cuenta de que con las buenas intenciones no bastaba, que necesitaba una estructura, un soporte técnico que evitara que, como sucedió con algunas de esas primeras aplicaciones que desarrollamos, la app dejara de funcionar o directamente muriera cada vez que había una actualización de software. Hacía falta dotar al proyecto de financiación y de recursos para que todos esos desarrollos llegaran a los usuarios en condiciones», relata Rello.

Lo que hace realmente que los países crezcan es la innovación disruptiva, y eso ha sido un rasgo muy propio de la innovación social

Dytective Test es un claro ejemplo de la importancia de que, tanto desde el sector público como desde el privado, se apoyen estas iniciativas. Aunque es este último el que más está tirando del carro de la innovación social. «Se tiende a pensar que innovación social y rentabilidad son conceptos contrapuestos, pero no es así; invertir en valores éticos y de impacto también genera un importante retorno económico», sostiene José Moncada. Ahora las empresas e inversores que apuestan por la innovación social buscan una doble rentabilidad, continúa. «Además de buscar el beneficio monetario, quieren contribuir a la generación de un impacto positivo en la sociedad y el medio ambiente, fomentando la igualdad de oportunidades, mejorando la calidad de vida y potenciando la sostenibilidad».

Los 27 mejores compiten en las semifinales

Fundación MAPFRE, en colaboración con IE Business School, convocó a principios de año la 1ª edición de los Premios Fundación MAPFRE a la Innovación Social. Esta iniciativa surge para identificar, apoyar y dar visibilidad a soluciones innovadoras con gran potencial con impacto social en Brasil, resto de LATAM y Europa. Se buscan aquellos proyectos con mayor capacidad de transformación social, así como iniciativas que resuelvan y mejoren aspectos concretos en cada una de las tres categorías de las que consta el concurso:

• Mejora de la salud y tecnología digital (e-Health).

• Innovación aseguradora Insurtech.

• Movilidad y seguridad vial.

Premios y plazos

La convocatoria, que se cerró a finales de abril, ha sido un éxito rotundo, con 462 proyectos presentados. Podían concurrir a este certamen todos aquellos proyectos de la comunidad de innovación social en general, estudiantes de universidades y escuelas de negocios, científicos, investigadores y personal docente universitario, además de emprendedores con una idea innovadora. El certamen, que se encuentra en estos momentos en su fase de semifinales, alcanzará su fase final el próximo mes de octubre, en un evento en Madrid en el que los proyectos finalistas expondrán sus propuestas ante un jurado experto. Los criterios de valoración que seguirá el jurado para elegir a los tres ganadores tendrán en cuenta aspectos como el potencial de impacto social de los proyectos presentados, su innovación, viabilidad, capacidad y experiencia del equipo que lo desarrolla, madurez de la idea y aspectos jurídicos asociados.

Tanto semifinalistas como finalistas recibirán apoyo, orientación y ayuda a través de procesos de mentoring y coaching. También financiación directa a los ganadores de cada una de las tres categorías a través de un premio en metálico de 30.000 euros de Fundación MAPFRE, además de visibilidad ante potenciales financiadores.