Medine Tanrıverdi lleva 20 años trabajando en MAPFRE SIGORTA y, desde 2011 cuando se inició el Programa de Voluntariado, ha estado muy vinculada a todas las actividades solidarias gestionadas por Fundación MAPFRE en el país. Medine tiene un montón de amor que ofrecer. Pero dejemos que sea ella quien nos cuente el resto de la historia…
TEXTO Y FOTOS: MEDINE TANRIVERDI
«En los intentos de llegar a la luna, los hombres han dejado de ver que las ores crecen a sus pies». Albert Scheweitzer/column]
En el siglo XXI, mientras la humanidad destroza la naturaleza y una gran cantidad de especies se enfrentan a la extinción, nuestro deber como responsables de los seres humanos es proteger el ecosistema que nos rodea.
En las grandes ciudades, las personas andan constantemente de aquí para allá, intentando tachar los elementos de sus interminables listas de tareas pendientes. Posponemos muchos de nuestros planes, dejándolos para el fin de semana, para las vacaciones o, incluso, para cuando nos jubilemos.
Y un buen día nos despertamos y vemos que la vida nos ha pasado por alto. La vida es el mayor regalo que se nos ha concedido. Aunque a veces no recordemos lo valiosa que es, creo que al menos deberíamos intentar ser merecedores de ella. Las historias y los acontecimientos cambian y toman un nuevo significado en función de cómo se aproxime cada uno a ellas. Cuando veo mi vida desde la perspectiva de un voluntario, mi actitud cambia y me animo a compartir más con las personas, ayudarlas si es posible, aprender de ellas y esforzarme más para llenar de sentido el concepto de la solidaridad.
A menudo recuerdo el viejo dicho «recoges lo que siembras». Y así ocurre en la vida: aquello que des, dará un giro completo y volverá hacia ti. Da a los demás y ellos te corresponderán. De eso se trata para mí la felicidad. Una persona con un nivel sano de amor propio se siente en paz, ama a los que le rodean y está dispuesto a ayudar a los demás.
Nuestra responsabilidad como padres y/o como adultos es guiar a los jóvenes en la dirección correcta y concienciarlos. Formar parte del programa I’m a Volunteer me ha enseñado que en la vida hay que crecer; creces al compartir y compartir te hace crecer aún más.
Durante nuestras visitas a la Fundación para Niños con Necesidad de Protección (Koruncuk) y el hogar de ancianos Kasev, me he dado cuenta de que los residentes mayores o los huérfanos solo querían que les mostráramos un poco de amor incondicional. Los momentos que más me afectan durante estas visitas son cuando veo la felicidad en el rostro de los mayores que identifican el amor con que les recuerden, y cuando veo una chispa en la mirada de los niños buscando recibir un gesto de ternura.
No soy amante del despilfarro, por eso me resulta gratificante ver los objetos que una persona no desea en un montón que va destinado a los necesitados. De este modo se frena el consumo excesivo y se conciencia a las personas de que otros pueden hacer uso de los objetos que ya han cumplido su función para nosotros.
Mi familia ha observado en mí un cambio positivo gracias al voluntariado y me apoyan al 100 % en todo lo que hago, particularmente mi hermana Canan, que participa conmigo en muchas de las actividades de la Fundación MAPFRE.
Formar parte del programa de voluntariado me hace sentir tan bien como a aquellos que se benefician de nuestras actividades.
Un resumen de esta larga historia: para ser feliz solo hay que transmitir amor.