Entrevistamos a la Doctora María Alonso de Leciñana

El ictus sucede cuando una arteria del cerebro se obstruye o cuando un vaso sanguíneo se rompe y la sangre no llega. Aunque la mitad de quienes lo padecen se recuperan, la otra mitad muere o queda en situación de discapacidad, con secuelas que cambian su vida. En los países desarrollados es la primera causa de muerte entre las mujeres y la segunda entre los hombres. La cara positiva es que prevenirlo es relativamente sencillo. Nueve de cada diez casos de ictus se pueden evitar con estilos de vida saludable, según apunta la Sociedad Española de Neurología, entidad con la que Fundación MAPFRE y Freno al Ictus han lanzado una campaña que informa a los ciudadanos de los síntomas y de cómo actuar en caso de urgencia. También de cómo prevenirlo. Una especialista y un paciente nos cuentan cómo tratan con una de las enfermedades que sufrirá una de cada seis personas a lo largo de su vida.

TEXTO: NURIA DEL OLMO @NURIADELOLMO74 FOTOS: MÁXIMO GARCÍA

 

Desde hace años trabaja en La Paz, uno de los hospitales de referencia en España, donde se investiga esta enfermedad. María Alonso de Leciñana (Madrid, 1965) coordina el grupo de estudio de enfermedades cerebrovasculares en la Sociedad Española de Neurología. También es médico adjunto del Servicio de Neurología del Centro de Ictus del Hospital Universitario La Paz. Allí, profesionales de la Sanidad trabajan para que el diagnóstico y el tratamiento del ictus se consigan en el menor tiempo posible. La supervivencia y el alcance del daño que sufra el paciente dependerán en gran parte de la rapidez con la que sea atendido.

¿En qué consiste su trabajo en La Paz?
Soy especialista en Neurología y me dedico a tratar las enfermedades cerebrovasculares, entre las que está el ictus, que afecta a unas 120.000 personas en España, una cifra que va en aumento. Se trata de una enfermedad grave, lo que implica que el paciente debe ser hospitalizado para poder atenderle bien, reducir las secuelas y evitar complicaciones. Me encanta mi trabajo, especialmente querer y entender al paciente, estar cerca de él, que es mucho más difícil que la parte científica. Es una labor que resulta muy gratificante.

¿Es habitual encontrarse con médicos empáticos?
Yo diría que sí, aunque estoy segura de que si preguntas a los pacientes posiblemente te dirán lo contrario. Hay médicos con distintas maneras de ser, pero creo que todos tenemos claro que estamos al servicio del enfermo. Cualquier enfermedad coloca al enfermo en una situación de inferioridad, de dependencia, de miedo, por lo que necesitan a alguien que sea empático. También están las familias, a quienes debemos explicar todo en un lenguaje que sepan entender, especialmente cuando tenemos que pedirles permiso para aplicar determinados tratamientos. Es algo que vamos aprendiendo.

El ictus causa más mortalidad y más incapacidad que las enfermedades de corazón. Debe ser una prioridad.

¿Cómo suele presentarse la enfermedad?
El ictus no avisa, se presenta de repente y de forma brusca. Hay ocasiones en las que se producen ictus transitorios, que pueden ser un síntoma de alarma en sí mismo, pero pasan de largo y como no duelen, en muchas ocasiones, las personas no van al hospital y no reclaman atención. El ictus afecta a una zona del cerebro y esto se traduce en manifestaciones en el lado opuesto del cuerpo. Los síntomas pueden ser pérdida de fuerza, parálisis de un lado de la cara, dificultades para hablar, pérdida brusca de visión o estabilidad y a veces dolores muy intensos de cabeza. Muchos pacientes que lo han sufrido reconocen tiempo después que cuando lo sufrieron querían decir cosas que no podían. Son señales de alarma que hay que saber reconocer, de ahí la importancia de las campañas de información y sensibilización.

La sufren más los hombres pero es más letal en la mujer ¿A qué se debe?
Las cifras son alarmantes. Según datos del Instituto Nacional de Estadística de España, aproximadamente cerca de 16.600 mujeres fallecieron por ictus en 2016. Es un dato que muchos desconocen. La sociedad cree que mueren más mujeres por cáncer de mama, pero la realidad pone de manifiesto que fallece el doble de mujeres por ictus que por ese tipo de tumores. Lo explican dos motivos. El primero es la edad, un factor de riesgo muy importante a la hora de sufrir un ictus. Al vivir más años, al llegar más ancianas, la mujer tiene más probabilidad de sufrir esta enfermedad. A esto también se suma el hecho de que las mujeres sufren ictus más graves y al tenerlos en edades cada vez más avanzadas generalmente tienen otras enfermedades. Todo ello hace que el ictus en las mujeres cause más mortalidad.

¿Cómo se debe actuar?
Siempre hay que llamar a emergencias, en Europa es el 112, porque así se garantiza que el enfermo va a ser trasladado a un hospital con unidad de ictus. En Madrid, por ejemplo, se activa un Código Ictus tras la llamada de una persona que sospecha que puede estar sufriendo uno. El sistema garantiza una ambulancia y un médico en pocos minutos con el fin de reconocer los síntomas del enfermo y trasladarlo sin demora al centro más cercano para aplicarle el tratamiento más adecuado. En el caso de los ictus isquémicos —producidos por un coágulo que tapa una arteria en el cerebro—, que son aproximadamente el 80% del total, en muchas ocasiones se puede disolver aplicando un tratamiento trombolítico intravenoso. A veces es necesario utilizar un tratamiento más complejo, como la trombectomía mecánica, una técnica que se aplica hasta seis horas después de sufrir este tipo de ictus. Cada minuto cuenta y cuanto antes se aplique el tratamiento, mayores son las probabilidades de recuperación.

La mitad de quienes lo padecen se recuperan. Supone un gran avance con respecto a hace años.
Desde luego. Los porcentajes de supervivencia y recuperación han mejorado mucho en los últimos años. Un 50% sobrevive y queda sin secuelas o con secuelas mínimas y otro 50% sufre algún tipo de discapacidad o fallece. La mortalidad por ictus afecta al 15% de los enfermos, que pierden la vida en los tres primeros meses después de haber sufrido un infarto.

Llama la atención que, además de la edad, el estrés y la contaminación también están detrás de muchos infartos cerebrales.
Hasta hace poco tiempo, el estrés parecía que podía influir, pero hoy es un hecho. Lo demuestran estudios que indican que cuando una persona lo sufre de manera continuada se ponen en marcha mecanismos de defensa hormonales que de forma crónica provocan estados de inflamación que pueden favorecer el desarrollo de arteriosclerosis y también aumentan la presencia de arritmias cardiacas transitorias que también pueden provocar un ictus. El estrés también conduce a tener malos hábitos, como una peor alimentación, tabaquismo y consumo de alcohol, muy ligados a la posibilidad de sufrir esta enfermedad. Es necesario aprender a gestionar el estrés y a trabajar sobre todos los factores de riesgo, porque es el conjunto lo que importa.

¿Y las drogas?
Las drogas de abuso, y en concreto la cocaína, también son muy peligrosas. Producen daños directos y pueden provocar espasmos en las arterias cerebrales que favorecen la formación de trombos locales o la oclusión de una arteria que finalmente da lugar a un ictus. Lo vemos con cierta frecuencia. En una de mis últimas guardias atendí a tres pacientes jóvenes a los que tuvimos que aplicar una trombectomía mecánica. Uno de ellos, de unos 30 años, había consumido esta sustancia esa misma noche. Días después hablamos con él de las consecuencias que podía haber sufrido. No creo que vuelva a consumir cocaína. Es un asunto muy serio, que cada vez afecta a más gente y que hace que las cifras de ictus en jóvenes hayan crecido.

Uno de los principales avances en su hospital ha sido la aplicación de la telemedicina. ¿Qué ventajas tiene?
La unidad de La Paz, por ejemplo, está conectada con otro centro que no cuenta con unidad de ictus a través de un sistema de «teleictus» que permite tutorizar a los médicos de urgencias de centros más pequeños que no tienen neurólogo de guardia y darles instrucciones. La telemedicina está siendo un gran avance. Permite explorar al paciente, consultar las pruebas que le hayan hecho y decidir con rapidez qué tratamiento es el mejor, antes incluso de que sea trasladado en ambulancia. Hay que tener en cuenta que para suministrar determinados tratamientos de urgencia, como la trombólisis intravenosa, tenemos pocas horas.

¿Cree que hoy se diagnostica más y mejor?
Sin duda. Los pacientes llegan antes y los médicos están más preparados para identificar una urgencia, poder diagnosticar a un paciente rápidamente, saber qué tipo de ictus es y qué tratamiento hay que aplicar.

¿Qué descubrimientos cree que han protagonizado la evolución de la enfermedad en los últimos años?
Lo que más ha marcado la estrategia en relación con esta enfermedad son las unidades de ictus y las terapias de reperfusión —trombólisis y trombectomía—, que sin duda están contribuyendo a reducir las secuelas. En aquellos pacientes que no han recuperarse en su totalidad es necesario potenciar la rehabilitación y estudiar terapias de reparación cerebral que puedan ayudarle. En este sentido, estamos llevando a cabo distintas líneas de investigación, algunas con células madre, e identificando los factores que promueven la plasticidad del cerebro. Contrariamente a lo que se creía, las neuronas dañadas, al igual que otras partes de nuestro cuerpo, son capaces de recuperarse de una lesión. Incluso las sanas pueden asumir funciones de otras que han muerto. Hoy sabemos que el cerebro se puede reparar, sobre todo si se actúa rápidamente.

¿Se sufre igual la enfermedad en el resto de Europa? ¿Y en Latinoamérica?
En el resto de Europa, excepto en los países del Este, la situación es muy parecida a España en lo que se refiere a recursos e investigación. En Latinoamérica la situación es muy dispar, aunque los factores de riesgo son muy similares. Por lo general hablamos de una región con muchas zonas rurales, alejadas de la capital, donde sus ciudadanos se encuentran con una barrera añadida, que es no poder asumir el coste de los tratamientos. Los sistemas de salud no son iguales. Incluso los centros públicos no cubren todos los avances para tratar la enfermedad. De hecho muy pocos incluyen la trombectomía, por ejemplo. Destacaría la labor que están realizando Argentina, Chile y Brasil, ejemplo de unidades de ictus muy bien organizadas que llegan hasta el Amazonas. En México y Colombia, por ejemplo, también se están dando pasos.