Giorgio Morandi. El «oficio de pintar»

La exposición Morandi. Resonancia infinita —que se podrá visitar del 24 de septiembre de 2021 al 9 de enero de 2022 en la Sala Recoletos de Fundación MAPFRE en Madrid— hace un recorrido retrospectivo por la obra de Giorgio Morandi (Bolonia, 1890-1964), uno de los artistas más significativos e inclasificables en la historia del arte del siglo xx.

TEXTO: ÁREA DE CULTURA DE FUNDACIÓN MAPFRE IMÁGENES: © GIORGIO MORANDI, VEGAP, MADRID, 2021

El pintor italiano apenas viajó fuera de Italia y permaneció casi toda su vida en su casa-taller de la Via Fondazza en Bolonia. Allí abordó un trabajo en el que los objetos cotidianos, las flores y el paisaje se convirtieron en protagonistas.

En sus lienzos trata de captar la realidad de la manera más fiel posible a través de su personal poética, silenciosa y suspendida, que construye por medio de la luz, el color y los valores volumétricos. En este camino trabaja en obras en las que parece no haber nada más que lo que la pintura muestra: formas básicas y puras, lo que confiere una fuerte sensación de irrealidad a sus composiciones.

En esta ocasión, su producción está acompañada por una cuidada selección de obras de artistas contemporáneos que han sabido establecer con su práctica artística un fecundo diálogo con el maestro boloñés. Artista entre artistas, Morandi es reconocido internacionalmente como una de las figuras clave en el desarrollo del arte contemporáneo.

La exposición realiza un amplio recorrido por la producción morandiana a través de distintas secciones en las que se abordan todos los temas queridos por el artista, fundamentalmente naturalezas muertas, paisajes y jarrones con flores. Además, a lo largo de la exposición el visitante encontrará, en diálogo con las obras del maestro boloñés, la selección ya referida de trabajos de artistas contemporáneos que han recibido su influencia. Es el caso de Joel Meyerowitz, Rachel Whiteread, la pareja artística Bertozzi & Casoni o Alfredo Alcaín, por citar solo algunos.

El perfume negado

Como es sabido, el impresionismo cambió el modo de mirar, y, además, recuperó los géneros considerados «menores», como el paisaje y la naturaleza muerta, que durante años habían permanecido en el olvido.

En sus estudios de flores, Morandi dirige la mirada a Renoir y trabaja en este tipo de composiciones de manera tradicional. Flores, de 1952 (V. 796), presenta un jarrón que destaca por su verticalidad, en contraposición con la horizontal que marca el lugar en el que está apoyado, en lo que resulta un equilibrio algo inestable. A pesar de la simplicidad de las escenas, esos jarrones, que en su mayoría albergan rosas, zinnias o margaritas de capullos apretados, generan una suerte de inquietud en el espectador; quizá porque los arreglos, asociados a lo efímero y al inevitable marchitarse de las flores, permanecen representados en la pintura eternos e inmutables, sustraídos al paso del tiempo.

Natura morta [Naturaleza muerta], 1941 Óleo sobre lienzo, 37 x 50 cm Istituzione Bologna Musei | Museo Morandi

El timbre autónomo del grabado

A lo largo de su carrera, Morandi realizó unos ciento treinta grabados, siempre utilizando exclusivamente el negro. Para el artista boloñés, la estampa no era un complemento a su obra pintada, sino un modo más de expresión con entidad propia; tenía la convicción de que a determinadas «imágenes» correspondían determinadas técnicas de representación. Su proceso de aprendizaje fue lento, seguramente a través de manuales, pero tras diez años de práctica consiguió transcribir las sensaciones de los colores a las gradaciones de los blancos y los negros del grabado. Sus estampas, aunque puedan parecer sencillas, son resultado de un complejo y meticuloso proceso, que a pesar de todo no hace que la imagen pierda espontaneidad.

Su primera estampa la realizó con veintidós años, en 1912. A partir de este momento, su actividad con esta técnica no cesará, aunque con algunas interrupciones, hasta tres años antes de su muerte. Las décadas de 1920 y 1930 son las más prolíficas en cuanto a estampación se refiere.

Con el tiempo, Morandi convirtió el aguafuerte en una técnica con la que alcanzar tonalidades, superando su uso como procedimiento para definir únicamente las formas de los objetos. El claroscuro ocupará entonces casi toda la lámina, y los blancos del papel actuarán como un color más, gracias a esas áreas de la plancha que, al quedar sin la intervención del artista, resultan en blanco tras la impresión. Al igual que en su pintura, el interés por los volúmenes y la luz le llevará a crear un ambiente que parece envolver los motivos. Es esa atmósfera que genera el aura inmediatamente reconocible de la poética morandiana.

Los colores del blanco

Con el paso de los años, la pintura de Morandi fue tendiendo a la sublimación, a una progresiva reducción de los temas y depuración técnica a la que contribuyeron las gradaciones tonales, casi inefables, y una pincelada suave que comenzó a desmaterializarse hacia 1950. Las obras de este período son de una extrema simplificación y una disolución creciente, hasta el punto de que los motivos dejan de distinguirse claramente y devienen casi abstractos. En 1955, durante una entrevista para Voice of America, Morandi, preguntado sobre este asunto, contestó: «Creo que no hay nada más surrealista, nada más abstracto que lo real».

En este sentido, el color blanco es fundamental en su poética. Por paradójico que pueda parecer, este «no color» adquiere en sus composiciones un variadísimo valor cromático, con sus matices de ocre, marfil, rosado o grisáceo. En las acuarelas, el blanco del papel actúa de manera evidente como un color más, en contraste con las zonas pintadas. Una práctica que también había llevado a cabo Cézanne y que Morandi aplica además a su obra grabada.

Joel Meyerowitz Morandi’s Objects: Wood Grained Pitche [Objetos de Morandi: jarra veteada], 2015 Impresión HP sobre papel 100 % algodón. 51 × 40,6 cm Damiani Photo © Joel Meyerowitz

Diálogos silenciosos

Contemplar las naturalezas muertas de Morandi suscita la emoción de estar en un tiempo suspendido, casi eterno, imposible de alcanzar. El artista, una vez alejado definitivamente de las modas y de los movimientos que se suceden en el arte italiano durante las primeras décadas del siglo xx, aborda, con dedicación, el silencio de los objetos cotidianos y domésticos que encuentra en su taller.

Morandi era capaz de pintar un lienzo en un par de horas, pero dedicaba muchísimo tiempo previo a pensar y estudiar la composición de los objetos, la relación de estos en el espacio, la posible incidencia de la luz y la gradación tonal. Sus botellas, cajas, jarrones, ya sea que se coloquen formando una barrera compacta o en una composición más suelta, siempre siguen una disposición controlada en la que no hay nada casual. La atmósfera polvorienta de algunas de sus obras la obtiene mediante gradaciones tonales, con una paleta que tiende casi a lo monocromático pero que descubre, tras una segunda mirada, una variación de tonos muchísimo más rica de lo que a simple vista se pudiera pensar. Lo mismo ocurre con las variaciones de claroscuro.

Es como si para Morandi hubiera infinitas posibilidades en la orquestación de los objetos en el espacio; de hecho, algunos críticos han utilizado metáforas musicales para explicar su pintura. A modo de ejemplo, Cesare Brandi escribe sobre la «fuerza de una nota de color que se eleva con la pureza de un trino, sin alterar el orden armónico», y Francesco Arcangeli habla de una «paz sinfónica».