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 Fundación Aladina ha recibido el premio de Fundación MAPFRE a la Mejor Iniciativa de Acción Social por su programa de atención psicológica para niños y adolescentes enfermos de cáncer y sus familias, que atiende a más de 1.500 personas cada año.

TEXTO: Angel Martos

«Nací en un núcleo familiar sano, amoroso, he tenido salud, he tenido amor, me he criado en los mejores colegios, universidades, he podido cumplir mis sueños profesionales, pero tengo la angustia tremenda de por qué yo sí y tantos otros no». A Paco Arango (México, 1966), cantante, empresario, productor, escritor y director de cine, heredero del Grupo Vips, ese conflicto le sobrevino en 2001, cuando estaba embarcado en la serie de éxito de TVE ¡Ala… Dina! «Me dije que tenía que devolver mi suerte, urgentemente, de alguna forma… Le comenté a una persona que en qué podía ayudar, que quería dar mi tiempo y que quería que fuera complicado. A la semana me llamó y me dijo: “Empiezas en el Hospital Niño Jesús, con niños con cáncer”». Cuatro años después nacía la Fundación Aladina, que ahora ha recibido el premio de Fundación MAPFRE a la Mejor Iniciativa de Acción Social por su programa de atención psicológica para niños y adolescentes enfermos de cáncer y sus familias, que atiende a más de 1.500 personas cada año.

Fundación Aladina es un éxito como organización pero también de reconocimiento. ¿Cómo lo recibes?

Lo nuestro es verdaderamente vocacional, así que los premios los recibimos con muchísimo cariño, pero a los cinco minutos de salir de aquí estamos trabajando otra vez para los niños… Los premios son importantes porque es la única forma de que la Fundación siga creciendo. Hacemos mucho ruido en Aladina, tengo a gente maravillosa en ello, pero a la vez somos muy de verdad, muy de verdad. Lloramos, cada vez que perdemos un niño lloramos todos juntos, los conocemos a todos por su nombre y eso es muy inusual, nos hace ser muy únicos en muchos sentidos.

¿Recuerda el primer niño que conoció como voluntario?

Sí, como no… a todos. Una de ellos acabó siendo voluntaria mía. Y lamentablemente falleció, ya con 28 años. Iba a ser paralímpica, le faltaba una pierna. Y otro fue un niño que… se nos fue. Ese trato tan cercano, que es fundamental en vuestra labor, a la vez es muy exigente.

¿Cómo os protegéis? 

No hay forma. Llorando, queriendo… En mi caso, yo tengo mucha fe, yo creo en Harry Potter, siempre lo he dicho (risas). Y creo que estos niños van a un sitio mejor. No es que lo crea, es que no lo dudo. Pero es imposible protegerse. Si un voluntario no llora con un familiar es que algo estamos haciendo mal.

¿Cómo nació vuestro programa de atención psicológica a los niños con cáncer?

Es muy gracioso, porque cuando viene un voluntario y quiere aprender qué hago, sinceramente me paro a pensar y no sé cómo explicarlo. Es autodidacta en el sentido de que surge de una gran dosis de empatía, con un respeto liderado por los médicos. Con los niños sabemos lo que funciona, sabemos lo que no funciona y sabemos encajar muy bien los golpes. Luego, lo demás es un poco nadar… Me parece muy importante que vuestra atención se extienda al resto de la familia. A quien más ayudamos es a los padres. Incluso con un niño recién diagnosticado siempre les digo que me preocupan mucho más ellos, porque el niño no es que se lo pase bien, pero por los pelos… Y en el caso de que fracase la medicina, que es en un 20% de los enfermos, nosotros cuidamos a los padres durante un año entero, con un duelo psicológico. Juntamos a familias que han sufrido la misma pérdida en un grupo liderado por una psicooncóloga. Yo voy solo el primer día y el último. Al principio, pido que den una nota del uno al diez sobre cómo se encuentran. La mayoría dice cero. Yo digo: no existe el cero. Ellos insisten: cero. Y todos tienen cara de que a la siguiente sesión no vienen ni en broma. Sin embargo, acaban siguiendo y el último día es una especie de milagro, porque no hay una nota por debajo de cinco, que ya de por sí es seguir viviendo.

Ha dicho con mucha seguridad un 20% de mortalidad, ¿no bajamos de esa cifra?

El 80% se cura, pero es una cifra muy ambiciosa, porque de ahí habría que ver cómo está ese 80%. Hay un porcentaje de niños que sufren grandes lastres, emocionales y físicos. Lo primero que tiene que cambiar es que la quimioterapia vaya a la enfermedad y no a todo el cuerpo, porque hacemos estragos. Hay una máquina que Amancio Ortega acaba de comprar para Barcelona, y te explico su importancia: cuando radias a un niño, lo radias entero, como si lo metieras en el microondas. Pero con esta máquina, la radiación va al tumor.

Son muy importantes gestos personales como el del fundador de Inditex, o como el de usted mismo.

Bueno, lo mío es más pequeñito, ojalá tuviese esa fortuna, hay tanto que hacer. Lo importante es ser conscientes de que en los lugares más pequeños e insólitos, una pequeña acción puede cambiar el mundo para bien.

JURADO

PRESIDENTE

José Manuel Martínez Martínez

VOCALES

Elena de Borbón y Grecia, Directora de Proyectos de Fundación MAPFRE, Julio Domingo Souto, Director general de Fundación MAPFRE, Pedro J. Puig Pérez, Presidente de Aldeas Infantiles, Archiduque Maximiliano de Habsburgo, Presidente de Fundación Recal, Guillermo Fernández de Soto, Corporación Andina de Fomento (CAF)

VOCAL SECRETARIO

Daniel Restrepo Manrique