secretario general de la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI)
TEXTO: MARTA VILLALBA IMÁGENES: © OEI, 2020
«Debemos tener en cuenta que hay un mundo educativo que no está en la escuela»
Secretario General de la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI) desde 2018, Mariano Jabonero (Madrid, 1953) es un libro abierto en materia de educación. Su trayectoria profesional en esta área ha alcanzado todos los niveles de trabajo, primero como profesor de infantil, secundaria y universitario y después con distintos cargos institucionales, desde director provincial de educación hasta directivo en el sector público y privado. En diferentes momentos, y con distintos programas, ha trabajado en todos los países iberoamericanos como consultor o experto de Unesco, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), la Organización de los Estados Americanos (OEA) y la OEI. Hablamos con él sobre cómo ha afectado la pandemia a la enseñanza en Iberoamérica y los retos educativos en esta región.
¿Cuáles eran las fortalezas y debilidades de la educación en Iberoamérica antes de la pandemia?
En el análisis cuantitativo hay dos cifras muy ilustrativas. Una es que por primera vez, la escolarización en la educación primaria y media básica era prácticamente del cien por cien. Es un hecho histórico en la región. Nunca se había conseguido matricular a todos los niños y niñas. La segunda es que el tiempo de permanencia en la escuela es muy variable. Si un niño está menos de once años escolarizado, el riesgo de que tenga un futuro social, laboral y personal insatisfactorio es muy alto. Alcanzar ese tiempo es frecuente en Chile, Uruguay, Argentina y las zonas urbanas de Colombia, pero es muy infrecuente en países como Honduras y Guatemala que son tres o cuatro años, con lo cual es una escolarización muy insuficiente. Las tasas de abandono escolar en la región son muy altas, con una media del 50 por ciento, que es un dato muy alarmante. La educación en la región, en términos de calidad e inclusión, era muy baja e insatisfactoria en cuanto a criterios de equidad y de igualdad.
¿Y cómo se supera ese problema de calidad de la educación?
Según la OCDE, los factores que más determinan la calidad de un sistema educativo son la formación del profesorado y la de los líderes escolares. El director educativo es una persona que es capaz de hacer que una escuela funcione bien, regular o mal. Debe reunir varios perfiles al mismo tiempo: líder en recursos humanos, pedagógico y administrativo. Por tanto, es una figura compleja y durante muchísimo tiempo en muchos lugares se ha estado confiando a personas que no tienen ninguna formación en ese sentido.
¿Y cuál era la situación en la universidad?
Hay un dato muy llamativo y es que la tasa de matrícula en educación superior alcanzó un récord mundial. En la región, en 2019, se llegó a tener a 30 millones de estudiantes de educación superior. Es un hecho insólito muy positivo que muestra, por una parte, que las políticas sociales y de reducción de la pobreza —desde la última década del siglo pasado y hasta 2012-2015— han funcionado y ha surgido una clase media baja que ha podido empezar a pensar que sus hijos estudiarán en la universidad. Un 70 por ciento de esos 30 millones son chicos y chicas en cuya familia nadie asistió a un aula universitaria.
Sin embargo, cantidad no tiene por qué significar calidad…
Efectivamente, el reto ahora es asegurar qué calidad tiene cada centro, pero tenemos una situación muy desigual en la región. En Argentina, Uruguay y Chile la educación superior está muy regulada y con ciertos parecidos a la de Europa, y el número de universidades es limitado. Y en países como México, el número de centros universitarios se cuenta por miles, hay una oferta excesiva. Además, existe un problema generalizado que es la falta de pertinencia: lo que se estudia en las universidades tiene poco que ver con la economía y la productividad de la región. Siendo una gran fuente de riqueza, solo el 2 por ciento de los estudiantes se gradúan en enseñanzas universitarias de tipo agropecuario. Los estudios en Administración de Empresas, Sociología y Comunicación están muy extendidos en la región cuando el sistema productivo emplea pocos trabajadores de Humanidades.
¿Qué países estaban más avanzados en educación antes de la pandemia?
Hay muchos matices, pero los resultados escolares en las pruebas de evaluación externa son un indicador bastante fiable. Ahí los que tenían mejor rendimiento son Chile, Uruguay y Argentina básicamente. Y luego hay un país iberoamericano, Portugal, que es el que más ha mejorado en calidad educativa en los últimos 20 años en la Unión Europea. Es un caso asombroso, se ha convertido en el referente en todo el mundo. Por otro lado, también hay una situación que es la fuerte diferencia entre las zonas urbanas y las rurales, aunque esto ocurre en general en toda la región.
«Es necesario revisar el currículo para buscar aprendizajes significativos, relevantes y socialmente válidos»
¿Y en cuáles era más necesario esforzarse?
México, Honduras, El Salvador y Guatemala son países con un nivel educativo muy bajo, pero también tenemos que pensar que son muy pobres. A veces se nos olvida que allí, hasta hace muy poco, han vivido guerras civiles y conflictos armados y eso deja un poso negativo muy importante. Y se añade algo más. Son terrenos que sistemáticamente son asolados por fenómenos naturales inevitables que fragilizan profundamente. Cada vez que pasa un huracán se destruyen las escuelas. Trabajar allí y hacerlo bien es muy duro. En cuanto a educación superior, en todos los países hay universidades de prestigio excelentes que conviven con otras en las que quizás la duda sería si pueden llamarse universidades.
Y «de repente» llega la pandemia… ¿qué efectos ha tenido en la educación de la región?
Ha supuesto que 177 millones de estudiantes quedaron confinados en sus hogares. Y solo han podido tener continuidad educativa por internet la mitad, los ricos, y eso demuestra la falta de equidad de la educación de la región. El otro 50 por ciento ha sido excluido, y en algunas zonas rurales supera el 80 por ciento.
¿Qué supondrá este parón para los alumnos a largo plazo?
Según una investigación de la OEI, van a perder entre el 10 y el 50 por ciento de los aprendizajes y esto supondrá que, cuando sean mayores y vayan a trabajar, serán jóvenes menos competentes. Además, estimamos que un 17 por ciento no volverán al colegio o a la universidad y este porcentaje sobre 177 millones son muchos chicos y chicas.
¿Cuál es el reto más inmediato para evitar esta pérdida de aprendizaje?
El reto más urgente es cerrar la brecha digital, que todos tengan acceso a conectividad. Esto también ocurre en España y Portugal. En la OEI tenemos muchos proyectos en esta línea y no suponen una inversión descomunal. También se da otro factor: las bajas competencias digitales de los docentes. Es un colectivo que no está habituado a trabajar con competencias digitales y le cuesta. Además, hay que desarrollar contenidos digitales de lenguaje y matemáticas. Durante la pandemia, en la OEI hemos producido más de 500 sistemas digitales que hemos suministrado gratuitamente a los profesores.

En concreto, ¿a qué proyectos se refiere?
En Perú llevamos a cabo una iniciativa hace unos años —llamada Luces para Aprender—, que consistió en llevar conectividad a escuelas rurales en zonas selváticas donde no había luz eléctrica. Todo se arreglaba simplemente instalando un panel solar sencillo y un poste y todo esto conectado a unos acumuladores de forma que tenían acceso a internet para las computadoras, a través de un sistema satelital —que son baratos— y ya está. El coste es muy bajo.
¿Qué piensa de la enseñanza en línea como sistema?
Estoy a favor de la educación híbrida. Creo que la presencial es imprescindible, salvo que el niño esté enfermo, y también a distancia. La escuela ya no está en cuatro paredes, es ubicua por completo. Y no se trata de dar clases en remoto, hay que hacer producción propia digital. Actualmente existen maravillas en ese sentido, me refiero a aplicaciones de distintas materias que enganchan a cualquier persona que las ve, ya que son muy gráficas, muy intuitivas y motivadoras.
Volviendo a la pandemia, ¿qué se ha aprendido de ella?
Que la educación que teníamos era mucho más frágil e ineficiente de lo que creíamos. Pensábamos que una vez que habíamos escolarizado a todos los chicos ya estaba todo bien y no. Había una brecha digital muy fuerte y esta debe cerrarse para que todo el mundo tenga las mismas oportunidades. En segundo lugar, que es necesario trabajar con sistemas híbridos y que se generalicen. En tercer lugar, que deben revisarse los currículos o planes de estudio. Los que tenemos ahora vigentes contienen un montón de enseñanzas que no tienen ningún valor de uso. Se mantienen por la propia inercia de los tiempos. Un amigo mío hace siempre una pregunta: todos estudiamos la raíz cuadrada en la escuela y ¿alguien la ha usado alguna vez en su vida? Nadie. Hay que revisar el currículo para buscar aprendizajes que sean significativos, relevantes y socialmente válidos. Y un cuarto aprendizaje: no hay que identificar educación solo con escuela. Sí, esta es fundamental e imprescindible, pero hay otros espacios educativos —deportivos y culturales— en los que se genera mucho conocimiento. Hay un mundo educativo que no está en la escuela, también está en la familia, y hay que reforzarla y apoyarla, así como al tejido social en el cual muchos de nuestros chicos van a aprender. Los campamentos de verano, por ejemplo, en los que aprenden cosas diferentes, entre ellas, a convivir que es muy importante.
«Existe una brecha digital muy fuerte y debe cerrarse para que todos tengan las mismas oportunidades »
¿Se refiere a fomentar las conocidas como soft skills o habilidades emocionales?
Sí, son competencias que no son estrictamente escolares, por eso hago esa distinción entre lo escolar y lo educativo. En encuestas a empresarios de la región elaboradas por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) sobre educación y productividad les preguntaron qué competencias aprecian más cuando reclutan a un joven. Y es ser una persona capaz de entender bien, interpretar, comunicarse, compartir, trabajar en equipo, ser puntual, respetuosa… Cuando se recluta a jóvenes líderes en las empresas, una cuestión que se valora mucho es que hagan deporte, está muy calificado. Porque ese joven sabe compartir con un equipo, sufrir y disfrutar juntos.