Psicóloga clínica y directora clínica del hospital de día Lajman de trastorno mental grave. Es voluntaria en el Teléfono contra el Suicidio de la Asociación Barandilla

«Tanto profesional como humanamente estoy preparada para dar lo mejor de mí misma y devolver a la sociedad lo que me ha dado»

TEXTO: CRISTINA BISBAL

Aunque había participado en acciones concretas como comedores sociales, reparto de juguetes a niños desfavorecidos o atención psicológica telefónica durante el confinamiento por la covid-19, Junibel nunca se había implicado en un voluntariado hasta que hace casi seis años, con 35 de experiencia como psicóloga clínica, decidió unirse a un grupo de personas de distintos ámbitos relacionados con la salud mental con la idea de apoyar a colectivos vulnerables. Así nació en España el Teléfono contra el Suicidio.

El primer paso fue crear la Asociación Barandilla. Trabajando allí observaron que el suicidio aún era un tema tabú, a pesar de que supone la muerte de unas 4000 personas al año, solo en España. Con la intención poner este asunto en la agenda política, pero también de ayudar a quienes sufren pensamientos negativos tan fuertes que les llevan a querer suicidarse, se creó el Teléfono contra el Suicidio, primera línea de teléfono herramienta terapéutica para prevenir el suicidio en momentos de crisis.

Cuéntenos en qué consiste su voluntariado.
Soy escucha y coordinadora del Teléfono contra el Suicidio de la Asociación Barandilla. Dando apoyo, haciendo formación, sesiones clínicas con los demás escuchas para hablar de las diferentes llamadas y de los sentimientos y emociones que se mueven a lo largo de ellas, buscando siempre la mejor forma de ayudar a la persona que nos llama en esos momentos de sufrimiento, socorro y soledad ante su situación y sus pensamientos.

El objetivo del Teléfono contra el Suicidio es ayudar en momentos concretos a personas que sufren. Pero va más allá, ¿no es cierto?
En efecto. Nos marcamos otro objetivo importante: concienciar, sensibilizar e informar a la sociedad sobre este problema de salud pública, a través de charlas, jornadas y eventos, como la Primera Carrera contra el Suicidio, o la manifestación del pasado 11 de septiembre, pidiendo un Plan Nacional de Prevención del Suicidio. Creo que hoy somos un referente para los medios de comunicación en este asunto. Luchamos por crear conciencia en la sociedad, la clase política y los profesionales sobre que cada día mueren por suicidio 11 personas y 200 lo intentan. No podemos seguir mirando hacia otro lado.

¿Cómo ha evolucionado la imagen que se tiene de este problema desde que empezaron con el Teléfono contra el Suicidio, hace cuatro años?
En este tiempo hemos recibido más de 6000 llamadas de toda España, todas atendidas por psicólogos; hemos intervenido en varios suicidios en curso con la mediación de policía, bomberos y servicios de emergencia; hemos dado esperanza de vida a muchas de las personas que nos han llamado. Y estamos satisfechos porque últimamente, muchas de estas llamadas son padres, amigos, parejas, profesores, orientadores de instituto… que quieren informarse sobre cómo deben actuar porque han visto señales de sufrimiento en un ser querido.

El mundo de la empresa también se interesa por este problema y por eso se nos pide realizar charlas para empleados. Estos problemas de salud mental se han agravado por la pandemia tanto en adultos como en adolescentes: la incertidumbre, la ansiedad, la depresión. Los profesionales sabemos que si hubiera prevención, más personal, psicólogos y psiquiatras en el Servicio Nacional de Salud, se podrían prevenir depresiones y suicidios.

Entrevista con Junibel Lancho

¿Se diferencia mucho su trabajo de su voluntariado?
Por mi profesión y mi trabajo desde hace 35 años, estoy muy concienciada con todo lo relacionado con la enfermedad mental y me implico fácilmente con todo aquello que hago, por lo tanto, mi voluntariado en la asociación va muy unido a mi trabajo profesional como psicóloga: acompañar, escuchar, ofrecer herramientas y comprensión en momentos de gran sufrimiento en los que no se encuentra salida. La diferencia principal es que en mi trabajo sí que puedo hacer seguimiento de los procesos psicorrehabilitadores. En la asociación, sin embargo, la ayuda empieza y termina con la llamada.

¿Y cómo lleva lo de compatibilizar el voluntariado con el trabajo y con la familia?
Con el trabajo a veces puede ser difícil porque me debo a mis pacientes y a mi equipo, pero lo consigo. Y con mi familia no hay problema: me apoyan y lo tienen asumido. Ten en cuenta que en este momento de mi vida puedo hacerlo y para mí es importante. Soy una persona muy comprometida con los más vulnerables y creo que tanto profesional como humanamente estoy preparada para dar lo mejor de mí misma y devolver a la sociedad lo que me ha dado. Ayudar en momentos tan difíciles es necesario y a la vez reporta satisfacción.

¿Qué es lo mejor de su trabajo en el Teléfono contra el Suicidio?
Lo mejor, sin duda, es la relación entre todos los miembros del equipo: nos apoyamos y compartimos la ilusión de hacer algo más. Y cuando alguno nos venimos un poco abajo, ahí estamos los demás para darnos ánimos y seguir adelante. Pero lo que realmente justifica nuestra existencia, la razón del voluntariado, la recompensa, es cuando, al finalizar una llamada, te dan las gracias por estar ahí; y más aún cuando al cabo de un tiempo vuelven a llamar para agradecer a quien les atendió que aún están ahí.

¿Y lo peor?
Comprobar que no tenemos fondos para hacer más cosas, como contratar a psicólogos. Es frustrante tener que buscar dinero porque las instituciones públicas (ayuntamientos comunidades autónomas, ministerios) no hacen nada. Y mientras, la gente sigue muriendo… También hay momentos de mucha angustia. Recuerdo una llamada de un suicidio en curso. La persona llamaba para que alguien fuese testigo de su muerte. Mientras me leía una carta de despedida para su familia pude conseguir el teléfono de su marido y de su hija que, con solo 20 años, consiguió llegar a tiempo y llevar a su madre al hospital casi inconsciente. Fueron momentos muy duros. Son terribles también las llamadas de personas con enfermedades degenerativas, con depresión, que no quieren seguir viviendo con sufrimiento.

Los niños y adolescentes también están sufriendo diferentes trastornos y no saben trabajar en la gestión de sus emociones.

Tras la pandemia estamos en un momento especialmente complicado, ¿no es verdad?
En efecto. Hay llamadas muy desesperadas, porque muchas personas no tienen seguimiento en salud mental, no se sienten escuchados, las citas para el psicólogo de la sanidad pública son para 2 o 3 meses, para tener luego consultas de apenas 15 minutos. Y la mayoría no tienen recursos para pagarse un psicólogo privado… En las urgencias hospitalarias tampoco se sienten bien atendidos cuando van con un ataque de pánico o un pensamiento suicida…

Los niños y adolescente también están sufriendo diferentes trastornos y no saben trabajar en la gestión de sus emociones. Deberíamos tratar de cultivar más la amabilidad, la gratitud, la compasión y la empatía en nuestra sociedad, porque todos podemos ser en un momento puntual agentes de cambio para ayudar al otro.

¿Qué más sería necesario para ayudar a la gente?
Debería haber más psicólogos en la Seguridad Social. A las personas que sufren angustia, estrés y ansiedad se les manda un ansiolítico o un antidepresivo y se les despide hasta la siguiente consulta. A mí me gustaría que desde la prevención se pudieran hacer grupos presenciales y seguimiento; con un tratamiento de psicoterapia o entrenamiento en técnicas de relajación, mindfulness o terapia de grupo se podrían bajar las cifras de intentos y muerte por suicidios.

Realmente, la salud mental sigue infravalorada…
Hemos sido los últimos en la sanidad porque el estigma y el tabú sigue existiendo, pero con la pandemia la salud mental ha salido a la calle y la sociedad ha entendido que cualquier persona puede sufrir ansiedad o depresión. En España, en la sanidad pública, hay seis psicólogos por cada 100 000 habitantes. En en el resto de Europa, esa cifra asciende a 18, es decir, nada menos que el triple.