Jefe de Grupo en el Parque de Bomberos de San Blas, Madrid; y presidente de la ONG Bomberos Ayudan.

«Creemos que la ilusión ayuda a sanar»

TEXTO: CRISTINA BISBAL IMÁGENES: BOMBEROS AYUDAN

La mayor de las desgracias que un padre pueda imaginar supuso un auténtico revulsivo para este bombero de 43 años y 14 de servicio. Tras dos años de continuos esfuerzos —innumerables terapias y un antiviral muy potente— para conseguir que su hijo superara un citomegalovirus congénito, el pequeño falleció con apenas dos años, en un accidente en una piscina. Ese gran drama dio un vuelco a la vida de Hugo y, «tras la gran noche oscura del Alma», como él mismo describe esa etapa, él y otros dos compañeros, José Andrés Mora Molina y Antonio Poncela, decidieron organizarse para ayudar a los demás. «Personalmente, sentía que ayudar sin esperar nada a cambio era una de las misiones de mi vida».

Por otro lado, debido a su trabajo los tres bomberos se dieron cuenta de que había situaciones económicas realmente dramáticas en muchos hogares y que podían utilizar todo el potencial que tienen como colectivo para la ayuda social. Así nació Bomberos Ayudan.

¿En qué consiste tu labor en la ONG?
Soy el presidente de una junta directiva, que se compone de otros tres miembros y que decide y organiza las actuaciones de la ONG. Pero también soy un voluntario más a la hora de ayudar con la recogida y entrega de alimentos, visitas a hospitales y resto de actividades y proyectos. Estoy especialmente involucrado en el proyecto de Ayuda Pequeños Guerreros, que me motiva muchísimo. En este proyecto apadrinamos y mantenemos una relación continua con niños que están enfermos. Creemos que la ilusión ayuda a sanar. Es algo que hemos visto en nuestras visitas.

¿Cómo surgió la idea de Pequeños Guerreros?
Por una coincidencia mágica conocimos a Yago y a su familia. Él tenía un cáncer raro que le mantuvo ingresado en el Hospital 12 de Octubre durante cinco años en aislamiento estricto sin salir de su habitación. Según nos contó su madre, al crío oír la sirena de los bomberos le ilusionaba tanto que era parte de su medicación. Por otro lado, recibimos una petición de una voluntaria para que un bombero le entregara un cuento a un niño enfermo. Ese niño era Yago y el bombero fui yo. De la conexión entre ambos nació este proyecto. Al principio íbamos a cada hospital una vez y no volvíamos, pero después de 40 visitas, nos dimos cuenta de que era una pena no volver a ver a los niños. ¡Les encantaba que fuéramos a verles! Una madre nos dijo que era la primera vez que su hijo se reía en tres semanas y eso nos dio qué pensar. Ahora les visitamos una vez al mes. Es una manera de permanecer presentes en sus vidas.

¿Recuerdas un momento especialmente emotivo en estos años que llevas en la asociación?
Cuando Yago consiguió desconectarse de la máquina que le suministraba quimio durante 18 horas diarias fue un momento de gran emoción y alegría para todos. Por otro lado, todas las Cabalgatas de Reyes en Madrid han sido muy especiales y todo un regalo para los voluntarios bomberos y no bomberos que se dejan la piel durante todo el año.

Pero también habrá habido malos momentos…
Sin duda, cuando fallecieron pequeños guerreros, como Smailer y María, que llegaron a lo más profundo de nuestros corazones. Seguro que nos ayudan desde donde se encuentren.

Pequeños Guerreros no es vuestro único proyecto…
Además ayudamos a otras asociaciones y ONGs que tienen dificultades para asistir a terceros. Comprobamos que su proyecto es real y que apoyan de forma directa e inmediata a los más necesitados y les ofrecemos la ayuda que por cuestiones logísticas no pueden realizar: falta de personal, vehículos, campañas divulgativas, formativas…

¿Qué es lo que resulta más gratificante, en general de lo que hacéis en la ONG?
Sin duda, conocer a tanta gente que ayuda desde el corazón. A nivel personal, siento cómo, colaborando con esta, cada voluntario va sanando su niño interior, cómo le abraza y le cuida para sacar todo el potencial humano que tiene dentro, que tenemos dentro.

¿Cuánto tiempo le dedicas a la semana?
Durante los primeros tres años fueron muchas horas tanto físicas como mentales. Pasábamos en torno a 15 o 20 horas a la semana. Pero como todo fue saliendo a nuestro favor y siempre nos han apoyado, la energía no paraba de llegar para seguir a tope. Los siguientes cuatro años, ya con la experiencia y con más voluntarios, han sido más llevaderos.

¿Es complicado conciliar trabajo, voluntariado y vida privada?
Gracias a nuestro horario, en el que trabajamos 24 horas seguidas pero luego descansamos, hemos podido sacar tiempo para la organización. Yo le dedico más tiempo mientras mi mujer está trabajando y los niños en el cole. Pero sí, durante estos siete años ha habido momentos de saturación familiar por la gran actividad de la asociación y mi continua implicación. Pero cuando se lo estás dedicando desde el corazón a tu hijo, todo sale bien.