«La incertidumbre es positiva porque obliga a pensar»

Reconoce que está bien y que ha resistido durante este tiempo de confinamiento, en el que no ha tenido que lidiar con niños pequeños y teletrabajo a la vez y que, tan pronto como se vació su agenda, se empezó a llenar de videoconferencias. Victoria Camps (Barcelona, 1941), filósofa, autora de tratados sobre la ética y la política, catedrática emérita de la Universidad de Barcelona y miembro del Consejo de Estado desde 2018, está acostumbrada a estar en casa y trabajar en solitario. Ahora se mueve menos y lee más, que es en definitiva lo que más le gusta.

¿Qué sensación le produce la situación que estamos viviendo?
Tristeza y desconcierto, aunque la palabra más repetida es incertidumbre, una condición incómoda porque nos impide planificar el futuro y nos pone delante de nuestra contingencia. Aun cuando estamos ya en fases de desescalada, no sabemos qué podremos hacer en los próximos meses. Todo se ha desbaratado. Los gobiernos tienen que enfrentarse a una tarea complejísima para reconstruir todo lo que se ha perdido y, sobre todo, ser eficientes, no equivocarse demasiado. Las personas tenemos que asumir la responsabilidad de seguir protegiéndonos y contribuir a que el mundo se recomponga en la medida de lo posible. No es fácil porque estábamos acostumbrados a un individualismo feroz y a priorizar los intereses personales por encima de cualquier interés colectivo.

¿Sobre qué ha podido reflexionar durante este tiempo?
La incertidumbre es positiva porque obliga a pensar. Obliga a reconocer nuestra ignorancia e impotencia y a poner en cuestión una manera de vivir que, por lo que se ha visto, puede conducir al desastre. El miedo al contagio se ha cruzado en nuestras vidas y se ha convertido en la preocupación más importante. El confinamiento nos ha hecho ver que es posible prescindir de muchas de las supuestas «necesidades» que teníamos. Hemos descubierto el trabajo invisible de muchas personas que han estado en primera línea durante los meses más duros. Ha habido contradicciones, por ejemplo, una generosidad intergeneracional evidente, pues los mayores nos hemos sentido muy protegidos por nuestros hijos, pero, al mismo tiempo, hemos descubierto que las residencias geriátricas dejaban mucho que desear.

¿Cree que la crisis actual está cambiado el mundo que nos rodea?
La crisis sola no cambia ni cambiará nada. En todo caso, cambiaremos nosotros, y me temo que no demasiado. Tenemos una memoria corta y olvidamos en seguida lo que en su momento se ha vivido como una catástrofe. Por fortuna, se afloja la coacción y tenemos más libertad. Pero esa libertad que hemos echado de menos, para que de verdad se pueda mantener, tiene que equilibrarse con la protección de la salud que todavía debe preocuparnos. Somos libres para salir de casa, pero no para hacerlo de cualquier manera. Hasta que no haya una vacuna segura, la amenaza del virus sigue aquí.

¿Qué debería cambiar?
Hemos constatado la necesidad de mantener un sistema sanitario público y corregir todas las deficiencias que se han puesto de manifiesto con la gestión de la pandemia. Hay reformas que deben abordarse ya, sin demora. Puesto que los expertos dicen que no será la última pandemia, hay que procurar que la próxima nos pille más prevenidos y con más medios de protección. Es posible que las políticas de cambio climático tengan más apoyo a partir de ahora. Los arquitectos y urbanistas deberían repensar las ciudades y la inversión en conocimiento e investigación es fundamental. A nivel individual podemos hacer poco para que la realidad cambie, pero sí tenemos la posibilidad de respaldar aquello que augura un mundo más habitable y racional.

«Saldremos fortalecidos si somos capaces de cooperar»

¿Cree que esta pandemia representa una segunda oportunidad para algo?
Tiendo a ser optimista porque pienso que el mundo ha ido progresando si no nos paramos en el plazo corto. Es obvio, por ejemplo, que, a pesar de la incertidumbre, la Covid-19 se ha abordado con mucha más eficacia que la gripe de 1918. Me produce menos optimismo el descalabro económico porque veo difícil que de verdad queramos reducir las grandes desigualdades, que crecen en lugar de disminuir con cada crisis.

Dicen que los filósofos ayudan a encontrar puntos de salida y que cuando las cosas van mal tienen más trabajo. ¿Cree que veremos la luz?
Muchas veces los filósofos enredan más las cosas e incluso ponen patas arriba el sentido común porque no dejan de preguntar y poner en cuestión cualquier cosa que dábamos por sentada. Lo que sí puede aportar la filosofía, precisamente porque no ceja en el empeño de pensar, es voluntad de reflexión, de buscar las razones de lo que hacemos, incluso de introducir la duda allí donde todo parece claro. La complejidad es una característica de nuestro mundo y tratar de entenderla es una tarea inagotable. El filósofo no se cansa de inquirir y cuestionar.

¿Considera que la democracia se está viendo afectada por la crisis de la Covid-19?
La democracia puede salir fortalecida si somos capaces de poner de manifiesto que la unión y la cooperación son fundamentales para afrontar las grandes crisis.

Su último libro, La búsqueda de la felicidad, es una obra de filosofía. ¿Cómo se vincula la felicidad con la ética?
Totalmente porque, como dijo Aristóteles, la felicidad es el fin de la vida humana y buscarla supone construir una vida buena, es decir, una vida virtuosa