«Hay que aprovechar a la gente hasta el final, a toda la que pueda rendir, hay que emplear todas las fuerzas posibles para conseguir crear las mejores sociedades»
TEXTO: ÁNGEL MARTOS IMÁGENES: EFE, FUNDACIÓN MAPFRE
Hablamos con Adela Cortina, filósofa, catedrática emérita de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia y miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, sobre el «rejuvenecimiento» de nuestras sociedades. Al hilo de su intervención en el Seminario Envejecimiento, economía y COVID-19, organizado por el Centro de Investigación Ageingnomics, profundizamos en las distintas maneras de entender la edad y en su propuesta de guiarnos por la edad personal: esa conjunción de edad biológica, que es el peculiar proceso vital, único e irrepetible para cada uno de nosotros; la edad cronológica, que es la que marca el calendario de un modo implacable, y la edad social, que es la que van marcando las sociedades de una manera convencional, con mojones convencionales como es la jubilación.
Cualquier tiempo bajo una pandemia nos parece oscuro, medieval (en el peor sentido). Por eso resulta tan refrescante un concepto al que hacía referencia en su intervención en el Seminario Envejecimiento, economía y COVID-19. Para usted, el mundo no está envejeciendo, sino rejuveneciendo. ¿Podría contarnos por qué?
Se suele entender que el mundo está envejeciendo porque aumenta el número de personas mayores y desciende la natalidad de forma palmaria. Parece entonces que las sienes plateadas van ganando terreno a los cabellos oscuros o rubios y que eso supone un envejecimiento generalizado. Sin embargo, no es eso lo que ocurre en realidad, sino que está aumentando prodigiosamente la población longeva, la esperanza de vida de las personas, y además con una existencia de calidad. No sólo somos más longevos, sino que nos conservamos mejor, nos cuidamos más, nos mantenemos más activos. El resultado es entonces una sociedad rejuvenecida.
A nuestra edad nuestras madres eran mayores que nosotras, no digamos ya nuestras abuelas y bisabuelas. Yo recuerdo bien el retrato de mi abuela cuando tenía los mismos años que tengo yo ahora y parecía tener el doble que yo. Además de que vestía de negro y ponía cara de pocos amigos.
El lenguaje tiene sus propias trampas y al oído rejuvenecer suena tan positivo o virtuoso como envejecer negativo. ¿Cómo se podría cambiar esa percepción? ¿Necesitamos un proceso de empoderamiento senior?
Necesitamos recordar que lo importante es la edad personal, la edad biográfica, la de cada persona. En ella cuentan también la edad cronológica y la edad social marcada por convencionalismos, que nos marcan mucho, eso es verdad, influyen en nuestra autoestima. Pero sobre todo cuenta lo que la persona hace de su vida. Considerar a las personas en edad de jubilación administrativa como no productivas, como incapaces de aportar algo a la sociedad es un error, porque es falso, pero además es poco inteligente. Implica despilfarrar energías, cuando lo cierto es que necesitamos emplear todas las fuerzas disponibles para construir una mejor sociedad.
Cuando usted era más joven, ¿pensaba que sus 73 años iban a ser como los está viviendo? ¿Cómo ha cambiado su percepción propia sobre el hecho natural de hacerse mayor?
La verdad es que nunca pensé en cómo serían mis 73 años ni ninguna otra edad, soy muy «actualista», hay tanto que hacer día tras día, que me empleo a fondo en multitud de tareas y eso me mantiene en plena efervescencia. Por supuesto, he perdido en agilidad física, y eso lo percibo, pero también he ganado en apreciar más el vaso medio lleno con el que cuento y en dejar de lado el medio vacío. Hacer cosas con un sentido social y personal sigue siendo la clave.
Considerar a las personas en edad de jubilación administrativa como no productivas, como incapaces de aportar algo a la sociedad es un error, porque es falso, pero además es poco inteligente
Parte de los procesos de discriminación incluyen la invisibilización. ¿Hemos sometido también a los mayores a esa táctica? ¿Echa en falta la visibilización de los mayores? ¿O, al menos, otra visibilización posible, menos paternalista, quizás?
Tengo que reconocer que me gusta poco hablar de «los mayores» o de «los jóvenes», eso les encanta a los sociólogos que disfrutan ocupándose de poblaciones, de grupos, de grandes números. En ética preferimos hablar de pequeños números y sobre todo de personas. Y las personas con una edad semejante son muy diferentes entre sí, por eso cada una de nosotras tiene que competir consigo misma para cultivar sus mejores posibilidades, tenga la edad que tenga. Eso es, a mi juicio, lo que pretenden quienes se esfuerzan por que las personas que han traspasado la edad de jubilación sigan en activo. En eso consiste la excelencia, en competir consigo misma para poder dar a la sociedad lo mejor que tengo. Y una democracia no se construye con mediocres, sino con personas excelentes en este sentido social, no individualista.
Las familias son los espacios en los que se produce de forma más natural el intercambio entre generaciones. Pero en las sociedades avanzadas parece cada vez más difícil ese tipo de red de relaciones extensa. ¿Qué otro tipo de espacios podrían hacer falta para el encuentro intergeneracional? La tendencia parece ser más la contraria, a la generación de guetos edadistas…
Afortunadamente, existen ya foros en que dialogan entre sí gentes de distintas generaciones y para ellas es muy valioso ese bagaje que cada una de las persona aporta. La mejor forma de derribar barreras es el trabajo conjunto, esos juegos de suma positiva en que todos ganan. Pero también son muy interesantes en el mundo económico propuestas como las de Deusto Business School y MAPFRE de «rejuvenecer la economía con una población que peina canas». Como bien dice el premio Nobel de Economía Amartya Sen, la economía tiene la tarea de ayudar a crear buenas sociedades, y necesitamos que se produzca una auténtica revolución de las canas, por decirlo con el título del libro de Antonio Huertas e Iñaki Ortega.
La natalidad es cada vez menor, lo que en parte también significa que muchos seremos mayores pero no abuelos. ¿Qué va a suponer para nuestras sociedades la mayor abundancia de ciudadanos que sólo ha sido hijo o hija, y nunca padre, madre o abuelo, abuela?
Como todo en esta vida, depende de que la persona haya tenido experiencia de amistad, de amor, de solidaridad, de entrega, que pueden vivirse en el entorno familiar, pero también en la vecindad, en la profesión, en la escuela, en esas organizaciones solidarias, religiosas o seculares, que se dejan la piel porque viven desde la experiencia de la compasión, de la capacidad de vivir con otros su alegría y su tristeza y de comprometerse con ellos.

El trabajo ha sufrido distintas olas de flexibilización en los últimos 40 años, pero la jubilación parece una suerte de terreno sagrado de la inmovilidad. ¿Cómo se promueve una jubilación productiva, más allá del ser consumidor? ¿Cuánto hay de responsabilidad propia de los senior en esa situación?
Afortunadamente, existe una gran cantidad de personas que no se jubila de la vida activa cuando le llega el anuncio de la jubilación, sino que sigue empleando sus fuerzas en aquellas actividades que siempre quiso hacer y no pudo llevar a cabo. Una excelente experiencia en este sentido es el de las Universidades de Mayores, lleven el nombre que lleven, que permiten aprovechar los recursos universitarios para tantas gentes deseosas de cultura.
La jubilación, ¿no sería una suerte de obsolescencia programada? ¿Caminamos hacia el fin de la jubilación desde un punto de vista económico o cree que seguirá siendo uno de esos jalones inmutables en la vida de los ciudadanos?
La jubilación va tomando formas más flexibles poco a poco, y sería bueno que aumentara el grado de voluntariedad, que fuera una posibilidad abierta, no una obligación forzosa. Algunos continuarían rindiendo en su mismo trabajo, mientras que otros la asumirían con júbilo, como dice el sentido originario del término, por haber llegado el momento de cambiar de actividad o, sencillamente, descansar. Pero lo que nunca se puede obviar es el cuidado de los que ya no pueden valerse por sí mismos, en eso una sociedad se juega su credibilidad ética.