TEXTO: MIGUEL ÁNGEL BARGUEÑO IMÁGENES: INTERED

Dotar de herramientas para desarrollar una educación inclusiva es el objetivo de un proyecto de formación para docentes que se lleva a cabo en la República Dominicana desde 2015.

Hasta hace poco, en muchos rincones del mundo, los niños que tenían alguna discapacidad o mostraban problemas de aprendizaje crecían encerrados en casa. Su posibilidad de progreso quedaba anulada o limitada. Ocurría con especial frecuencia en zonas rurales de la República Dominicana. Hasta tal punto era así, que las autoridades de aquel país lanzaron una campaña con el lema: «Sal del escondite». «A veces, sus padres los ocultaban por vengüenza; otras, por desconocimiento, por unas condiciones económicas precarias o porque vivían en un entorno donde no había escuelas. En estas, iban a quedar marginados por la incomprensión de los profesores.

Era importante hacer ver que estos niños, con sus peculiaridades, tienen derecho a la educación. Tenemos que garantizar los espacios y adaptar los sistemas de enseñanza», dice Beatriz Gallart. Gallart, española, reside allí desde hace seis años; los cuatro últimos los ha dedicado a poner en práctica esa idea.

Como coordinadora de la delegación de la ONG InteRed en República Dominicana, supervisa el Diplomado en Educación Inclusiva que la entidad para la que trabaja, en colaboración con Fundación MAPFRE y varias instituciones oficiales locales, creó en 2015. En InteRed entienden la inclusión en su sentido más amplio. Como explica Ana García Morales, responsable en España de la delegación de República Dominicana, consiste en «garantizar que la educación llegue a todos los niños, independientemente de sus circunstancias, de sus situaciones particulares, de sus capacidades, que pueden ser distintas». Se centran en cualquier diversidad que pueda darse en el aula. «Encuentras niños con algún tipo de discapacidad, motora o intelectual; niños con síndrome de Down, con autismo; pero también ciegos, sordos… Esa realidad se da. Pero también los hay con hiperactividad, falta de atención, dispersión…, o que tienen una realidad compleja en su casa, con su familia, por el contexto en el que viven, lo que también afecta a su proceso de aprendizaje», describe.

El Diplomado está dirigido a profesores del sistema público de enseñanza y profesionales que trabajan con niños en riesgo de exclusión. El objetivo es dotar a los formadores de herramientas específicas para que puedan dar a sus alumnos la educación que merecen. Hasta ahora, los maestros experimentaban frustración cada vez que uno de estos niños llegaba a su clase. «Al principio nos decían que sentían una carga y una culpa porque no sabían responder», dice Beatriz Gallart. «Cuando les toca un niño con cualquier tipo de discapacidad, a veces desconocen incluso qué síndrome padecen.

Hay profesores que no los quieren y los echan de clase directamente, y los padres se los llevan a casa. O el equipo directivo los reubica en otra aula, porque hay otra profesora que los quiere acoger. Eso sucede continuamente. No hay una capacidad de respuesta dentro de las escuelas para esto». Fuera de los colegios, en los centros de atención a la discapacidad sí saben cómo actuar, «pero intervienen puntualmente», añade Gallart. «Desarrollan la coordinación, si es el problema, o el habla, pero ese niño tiene que insertarse en la sociedad, y la escuela es un espacio social donde debe integrarse.

A través de este Diplomado, han aprendido formas de intervenir».

Así, cada año, en el Centro Cultural Poveda de Santo Domingo —una institución de reconocido prestigio en el país, especializada en formación docente— concurren 40 profesores, psicólogos, fisioterapeutas y otros profesionales para asistir a este Diplomado en Educación Inclusiva que tiene una duración de 172 horas repartidas en varios módulos a lo largo de cinco meses (generalmente las clases se imparten los sábados, para no interferir en la labor cotidiana de los docentes). «Al profesorado le faltan a veces estrategias, ese hábito de investigación, de estudio, de repensar continuamente cómo pueden llevar a cabo las clases para mejorar su práctica y que eso redunde en que el alumno desarrolle todas sus capacidades.

En un aula te puedes encontrar con realidades muy diferentes, y el docente tiene un reto importante, primero para identificar esa diversidad y, después, darle respuesta. Ese es el objetivo clave», precisa Ana García Morales. La selección de asistentes se hace de acuerdo con el Ministerio de Educación de República Dominicana. El personal que imparte las clases está constituido por profesionales dominicanos formados en cada una de las materias.

En estos cuatro años, el proyecto ha crecido. Su programa es cada curso más ambicioso. En el último, se ha incluido una parte práctica. Divididos por grupos, los inscritos tienen que abordar primero una investigación teórica sobre un problema concreto y, después, visitar un centro especializado. «A final de curso deben exponer qué plan de actuación han acometido en su puesto de trabajo, y qué impacto ha tenido», señala Gallart, que se muestra entusiasmada con la evolución. «Ahora nos han sugerido que hagamos un máster», presume. InterRed lleva actuando desde 1995 con diferentes iniciativas en República Dominicana. «Es un país con mucho potencial, la sociedad civil está muy motivada; pese a su complejidad, es un contexto afable para trabajar y con muchas posibilidades de cambio», dice Gallart.

Educación como motor del cambio

La educación es uno de los pilares fundamentales de la acción social de Fundación MAPFRE. También constituye una de las principales líneas de actuación de InteRed, focalizada en su carácter inclusivo y, en este caso, dirigida a los docentes. Consideran que estos son agentes clave para garantizar el desarrollo personal y social de niños y jóvenes. «La educación es el motor del cambio en cualquier sociedad», opina Ana García Morales. «El poder acceder a una formación te desarrolla como persona, te da oportunidades no solo a nivel profesional sino a nivel personal; en el desarrollo individual se multiplican las opciones. La posibilidad de participar en la sociedad, en tu comunidad, de relacionarte con tu familia… Es la base del desarrollo de una persona. Por eso hablamos de educación transformadora: que amplía conocimientos, pero también valores, miradas, maneras de entender el mundo, y eso nos va a conducir a una manera de participar y estar en él diferente, que va a repercutir en nuestro bienestar, por supuesto, y en el de las personas que tenemos alrededor».

Estas iniciativas acaban formando una especie de cadena, en la que todos los actores aprenden. Los docentes mejoran sus habilidades. Entre ellos, hay historias verdaderamente sobrecogedoras como la de Nathali Jiménez, una mujer que es formadora en un centro penitenciario y, a la vez, madre de un niño con parálisis cerebral. «He aprendido que el concepto de educación inclusiva implica que todos los niños, jóvenes y adultos de una comunidad determinada puedan aprender juntos, independientemente de sus condiciones personales, sociales, culturales, religiosos… Hoy siento que tengo una gran responsabilidad de transmitir y aplicar lo aprendido, pues fui formada para hacer el cambio y ser una persona más inclusiva», valora Jiménez.

El docente tiene un reto importante, primero para identificar la diversidad y, después, para darle respuesta.

Los alumnos se benefician de lo asimilado por los docentes. Y también, por último, resulta de lo más provechoso para los propios organizadores. De estos proyectos surgen sinergias muy enriquecedoras, de modo que una experiencia en República Dominicana puede terminar aportando ideas para que se pueda poner en marcha una similar en otra parte del mundo. Eso lo corrobora Andrés Díaz, coordinador de programas de InteRed. «No se trata solo de ir allí y aprobar un proyecto, sino que queremos que esa experiencia repercuta en otros proyectos en los que trabajamos, con otras realidades». Por ejemplo, los conocimientos adquiridos en el programa de República Dominicana podrían alimentar acciones como la que InteRed empieza a desarrollar en temas de interculturalidad y género con menores recién llegados a España. «De cara al futuro nos gustaría que se retroalimentaran unas experiencias con otras», asegura. Además, colaborar con Fundación MAPFRE es una coyuntura valiosa para InteRed. «Cruzar formas de trabajo crea para nosotros un campo de aprendizaje importante», estima Díaz. En un par de fases de este proyecto, hubo personal de MAPFRE que impartió módulos como parte del proceso formativo destinado al profesorado.

En la actualidad, el Diplomado es un proyecto robusto y profundamente enraizado en el sistema educativo de aquel país. «Hemos consolidado una estrategia de intervención de educación en la inclusividad. También hemos establecido un consorcio de organizaciones gubernamentales, privadas, sociales…, de distinta índole, unidas por un objetivo común. Y eso está impactando positivamente en la política educativa en República Dominicana. En cuatro años hemos generado un modelo de trabajo. Estamos propiciando pequeños cambios que suponen grandes cambios para cada persona que culmina el proceso formativo. Modifica su día a día en la escuela», indica Gallart. «Y eso impacta positivamente en los niños y en sus padres».