En 1981 el psiquiatra e investigador Luis Rojas Marcos (Sevilla, 1943) fue nombrado director de los Servicios Psiquiátricos de los once hospitales generales, servicios de urgencias y ambulatorios de la metrópoli. En  1987, el doctor puso en marcha el Proyecto Ayuda (Project HELP), el primer servicio médico móvil para atender y hospitalizar a enfermos mentales graves desamparados y sin techo, que treinta años después ha sido premiado por Fundación MAPFRE.

TEXTO: ANGEL MARTOS

 

En 1981, el primer año de Ronald Reagan al frente del Gobierno de los EE.UU., las estadísticas dicen que hubo 107.495 robos y 1.841 asesinatos. Un récord que marcó el punto de inflexión para una ciudad en guerra, caótica y desordenada, tomada por traficantes de droga y otros delincuentes, y que en palabras de Luc Sante, uno de sus más lúcidos cronistas, antes que al de Gran Manzana «sería más veraz que la ciudad respondiera a los apelativos gemelos con los que la conocían los vagabundos: la Gran Mancha y la Gran Cebolla».

Ese fue también el año en que el psiquiatra e investigador Luis Rojas Marcos (Sevilla, 1943) fue nombrado por el alcalde de Nueva York, Edward Koch, director de los Servicios Psiquiátricos de los once hospitales generales, servicios de urgencias y ambulatorios de la metrópoli. «Una ciudad abierta, tolerante, un caldo de cultivo de ideas, en la que las oportunidades te persiguen y no al revés», recuerda Rojas Marcos, «me acogió cuando era un joven inexperto, inquieto y apenas chapurreaba el inglés». Su contribución más reconocida en este cargo fue la creación en 1987 de Proyecto Ayuda (Project HELP), el primer servicio médico móvil para atender y hospitalizar a enfermos mentales graves desamparados y sin techo.

Treinta años después, Fundación MAPFRE le ha concedido su premio «A la Mejor Iniciativa en Promoción de la Salud», entre más de 740 candidaturas procedentes de Europa, Estados Unidos e Iberoamérica, y dotado con 30.000 euros. El jurado de este premio, formado, entre otros, por el presidente de la Real Academia Nacional de Medicina, Joaquin Poch, y la directora general de Salud Pública, Calidad e Innovación, Elena Andradas, ha subrayado «la relevancia de este programa, que ha servido de modelo para la puesta en práctica de estos servicios móviles en otras ciudades, y que ha conseguido que muchos países comprendan que la salud mental de los más desfavorecidos es una cuestión vital dentro de la asistencia sanitaria nacional».

Una comprensión que, en la década de los 80, para Rojas Marcos y su equipo se trataba simplemente de sensibilidad, de humanidad: «Veíamos cómo venían enfermos mentales a Urgencias, y había un grupo que vivía en la calle y en los túneles del metro hacían sus guaridas y en los parques… De vez en cuando alguno fallecía y salía en el periódico. Yo recuerdo a una señora que murió en su caja de cartón a las afueras de la estación de metro… Entonces, hablamos de que había que hacer algo», recuerda el psiquiatra español.

La palabra loco viene de localizar, de apartar… La sociedad siempre ha estigmatizado la enfermedad mental, por miedo a que pueda generar violencia, pero también porque es alguien que no ve la realidad como el resto

 

Muchas mañanas las noticias nos llevan a pensar que el mundo está loco. Pero, ¿cuál sería el diagnóstico del experto?

El mundo no está loco, es una minoría la que sufre de enfermedad mental. Lo que pasa es que prestamos atención a lo que es diferente.

¿Por qué seguimos teniéndole tanto miedo?

Hemos avanzado en la eliminación de algunos prejuicios pero, a la vez, parece que nacieran otros. Así es. Ten en cuenta que la noción de la enfermedad mental es relativamente reciente. La psiquiatría se inventó hace 120 años, y antes al enfermo mental, como no se entendía, se le veía como alguien endemoniado, en la Biblia se habla de locos. La palabra loco viene de localizar, de apartar… La sociedad siempre ha apartado, ha estigmatizado la enfermedad mental, por miedo a que pueda generar violencia, pero también porque es alguien que no ve la realidad como el resto. Y esto ha hecho mucho daño a los enfermos mentales, da miedo decir que se quiere ir al psicólogo o al psiquiatra, no se vaya a pensar que uno está loco o que es una persona impredecible. Esa supone la mayor barrera entre la enfermedad mental, el enfermo y su curación o, al menos, su mejoría.

A partir de los años 50, en EE.UU. se decidió deslocalizar a los locos, si me permite el juego de palabras. Es decir, se pensó que, en lugar de estar encerrados en guetos psiquiátricos, un enfermo mental con ayuda farmacológica y ambulatoria podría reintegrarse en la sociedad.

Es también una de las palabras más largas en castellano y en inglés: se desinstitucionalizó. En Europa (menos en Alemania) y en EE.UU. hubo un movimiento de negar la enfermedad, y a la vez pesaba el coste tan enorme que tienen estos centros. Entonces se cerraron y no hubo la idea de crear programas comunitarios. En España muchos tuvieron la suerte de que muchas familias se hicieron cargo. Pero en EE.UU. el papel de la familia no llega a eso y piensa que es la obligación del Estado. Como resultado, esos enfermos, que no podían negociar la burocracia social, terminaban en la calle y ponían en peligro su vida.[/column]La palabra loco viene de localizar, de apartar… La sociedad siempre ha apartado, ha estigmatizado la enfermedad mental, por miedo a que pueda generar violencia, pero también porque es alguien que no ve la realidad como el resto

En su web, se explica que «en 1955 los psiquiátricos estadounidenses albergaban 552.150 enfermos crónicos graves mientras que en 1980 sólo sumaban unos 150.000, pese a la escasez de servicios de salud mental en las comunidades». ¿Cómo consiguió volver a sensibilizar a las autoridades del problema que ellas mismas habían creado?

Tuve la suerte de que el alcalde de entonces, Ed Koch, fallecido hace poco, comprendió enseguida que había que hacer algo. Pero claro, todo esto requiere recursos, psiquiatras, enfermeros, trabajadores sociales… encontrar un hospital que esté dispuesto a admitir a estos pacientes y localizar una institución que también acepte a aquellos que necesiten de larga estancia. Todo eso tardamos en hacerlo.

¿Recuerda la mañana que lo pusieron en marcha?

Empezamos un día de octubre, y por un motivo o por otro, la prensa lo sabía. La noche anterior había ido con el alcalde a ver a enfermos que íbamos a recoger durante la jornada siguiente. Y recuerdo la presencia de las televisiones, porque era una decisión que llamaba mucho la atención. También las dudas de los periodistas: ¿por qué lo hacíamos? ¿Es que tratábamos de ocultarlos? ¿Estábamos sacando de las calles a los enfermos contra su voluntad? Era el debate en torno a qué es la libertad. ¿La libertad es estar alucinando, sin comer, enfermo, con infecciones, o es salir de la prisión de la enfermedad? Me llama mucho la atención sus muestras de agradecimiento a los alcaldes que lo apoyaron, Koch, David Dinkins, Rudolph Giuliani… Claro, sin su ayuda no habría sido posible. Tampoco sin la cooperación de las familias de los enfermos, de los hospitales públicos y de los profesionales, psiquiatras, enfermeros y trabajadores sociales que estaban dispuestos a trabajar día y noche en la calle, con una dedicación extraordinaria.

Rojas Marcos es, gracias a su estilo llano y a su claridad expositiva, un prolífico escritor de artículos y libros (uno de ellos, Corazón y mente, firmado al alimón con otro de los premiados por Fundación MAPFRE este año, el eminente cardiólogo Valentín Fuster) en los que pone el foco sobre los retos de las sociedades occidentales ante la violencia, las drogas, las epidemias, la pobreza, el racismo, el terrorismo y el estigma de la enfermedad mental. Una voluntad que tiñe con una decidida perspectiva optimista a la hora de enfrentarnos y superar las adversidades.

La medicina demuestra que cualquier tiempo pasado no fue mejor. ¿Por qué entonces nos sigue aterrando el futuro?

Lo que pasa es que, por un lado, la memoria está programada para acordarnos más de lo positivo que de lo negativo. Además hay culturas, en España, en Europa, donde la felicidad o el concepto de felicidad está mal visto. Tú no vas a una reunión y dices: estoy feliz, o soy optimista, porque te tachan de ignorante o de ingenuo. En EE.UU. se glorifica la felicidad, la cultura valora el optimismo.

Un premio invita igualmente a recordar lo positivo y ser optimista frente al futuro. ¿Cómo ha vivido usted este reconocimiento de Fundación MAPFRE?

Este premio va mucho más allá del valor sanitario o médico que tenga esta unidad móvil de crisis, porque también implica la obligación de la sociedad de cuidar de esas personas más vulnerables, como es un enfermo mental que no entiende la realidad, que vive en la calle. Me ha dado la oportunidad de refrescar lecciones que he aprendido a lo largo de la vida. Una es que es importante ayudarnos unos a otros, y la otra es que realmente la mejor inversión que existe es el bien común.

JURADO

PRESIDENTE

 Ángel de Benito Cordón

VOCALES 

Joaquín Poch Broto, Presidente de la Real Academia Nacional de Medicina, Elena Andradas Aragonés, Directora General de Salud Pública, Calidad e Innovación. Ministerio de Sanidad, Juan Ángel Rivera Dommarco, Director General del Instituto Nacional de Salud Pública de México, Ángel Gil de Miguel, Vicerrector de Cooperación al Desarrollo, Voluntariado y Relaciones Institucionales de la Universidad Rey Juan Carlos, Gregorio Varela Moreiras, Director del Departamento de Ciencias Farmacéuticas y de la Salud de la Facultad de Farmacia de la Universidad San Pablo-CEU, José Luis Zamorano Gómez, Jefe del Servicio de Cardiología del Hospital Universitario Ramón y Cajal

 VOCAL SECRETARIO

Antonio Guzmán Córdoba