Todos hemos leído alguna vez la expresión Asegurada de Incendios mientras recorremos las calles antiguas de las ciudades. Estas inscripciones talladas en piedra o en forma de placa forman, sin duda, parte del patrimonio arquitectónico de nuestras urbes.

TEXTO: ANA SOJO, Departamento de Publicaciones, y ROCÍO HERRERO, Área de Cultura IMÁGENES: MUSEO DEL SEGURO

Muchas de las placas metálicas que se fijaban en los edificios asegurados venían acompañados de una figura que representara a cada compañía aseguradora, creando así las primeras manifestaciones publicitarias de este sector. Las imágenes eran expresamente ideadas para divulgar un mensaje específico: transmitir los principios de fortaleza, equilibrio y perdurabilidad.

El origen de estas placas está vinculado a un trágico acontecimiento: el incendio de Londres de 1666, que destruyó dos terceras partes de la ciudad —más de 13.000 casas y algunos edificios emblemáticos como la catedral de San Pablo—. Tras este histórico suceso surgió el seguro de incendios en Inglaterra que, seguidamente, tuvo un fuerte desarrollo en toda Europa. Es muy significativo que, en una primera etapa, las placas reflejaban también el número de póliza debajo del emblema de la compañía, porque se trataba de identificar los edificios asegurados contra el riesgo de incendios por una determinada sociedad de seguros mutuos. A diferencia de lo que podamos pensar, la dirección y la numeración de las calles no fue una práctica habitual y hubo que esperar hasta la llegada de los servicios postales a mediados del siglo XIX. Por lo tanto, la identificación de los edificios asegurados era un asunto fundamental y uno de los problemas a los que tenían que hacer frente estas sociedades. De esta manera, las placas fueron esenciales en las ciudades porque se convirtieron en la referencia de los cuerpos de bomberos —creados por las sociedades de socorros mutuos contra incendios— que de esta forma podían identificar los inmuebles pertenecientes a dichas sociedades.

Así fue como estos elementos se utilizaron como expresión de aseguramiento extendiéndose a otros ramos: agrarios, accidentes de trabajo, automóviles, etc., durante dos siglos y medio, hasta algo después de mediados del siglo XX.

El diseño y los motivos de las placas fueron diversos, porque, como se ha comentado en el inicio de este artículo, las imágenes debían representar conceptos como la solidez y perpetuidad. Por ello, las figuras mitológicas, las alegorías históricas y los emblemas heráldicos se convirtieron en temas recurrentes. En el ámbito mitológico destacaron figuras bien conocidas y cuyas características las convertían en candidatas idóneas para transmitir los valores de las compañías. La primera es la figura de Hércules, símbolo de la aseguradora El Hércules Hispano. En este caso, el héroe romano —hijo de Júpiter y de la princesa Alcmena— gracias a su fuerza y astucia separó los dos montes que bloqueaban la entrada de agua al mar Mediterráneo, creando así el estrecho de Gibraltar y, por tanto, la división entre los continentes de África y Europa.

Otra imagen mitológica por excelencia en las compañías aseguradoras es el ave fénix, como se ve en la placa Phoenix de la ciudad de Londres. Según este mito, el ave dominaba el poder del fuego, además de poseer una fuerza sobrenatural y una gran resistencia física, por lo que se convertía en el candidato perfecto para representar el dominio mental y físico. Asimismo, al ser su don más apreciado el resurgir de las cenizas, lo convertía en todo un símbolo y estandarte de la inmortalidad.

Por constituir unas de las amenazas más presentes en la vida cotidiana, el fuego es un elemento presente en la simbología de las aseguradoras. Por esta razón, el dragón, uno de los seres fantásticos más reconocidos en todas las culturas, es invocado como figura representativa por su carácter de guardián y por su capacidad para controlar el fuego como arma de defensa, como se aprecia en la placa de la compañía Commercial Union.

Aunque en la tradición cristiana el dragón representaba el pecado y el mal, en otras culturas, como la germánica y la celta, es símbolo de soberanía, de tal manera que, con el tiempo, llegó a convertirse en un símbolo heráldico y militar.

Más que el dragón envuelto en su propio fuego, la compañía suiza Baloise, fundada en 1863 en la ciudad suiza de Basilea, tomó como símbolo el guiverno o dragón heráldico. La particularidad del diseño reside en su esquematización y en la utilización binaria y contrastada en el color. la figura no transmite sensación de amenaza, antes al contrario, es portador del escudo de la ciudad: el cayado de tres puntas y voluta que usan los abades cristianos como símbolo de su condición de superior de un monasterio.

La placa de hierro esmaltada, La Rosario, sigue la tendencia del modelo heráldico. En este caso, la compañía argentina, fundada en 1888, escoge como emblema dos leones representados de frente, sosteniendo el escudo de la ciudad de Santa Fe y acompañados del lema de la empresa: «Prudentes y Unidos».

Formado por capitales exclusivamente locales, La Rosario estaba dedicada a pactar contratos de cobertura sobre bienes de riesgo con mayor cantidad de pólizas de la época, los incendios. Su lema y su efigie fueron la manifestación más certera para representar a este grupo que protegió sus comercios, empresas e industrias, dentro de un círculo escasamente abierto a las alianzas externas.

Dentro de la cultura aseguradora, el seguro marítimo tiene un protagonismo destacado porque fue, precisamente, la experiencia históricamente acumulada en esta práctica lo que permitió trasladar los ingredientes principales de estos contratos al seguro de incendios.

El Mediterráneo, una de las cunas del seguro marítimo por el comercio desarrollado entre las ciudades-estado italianas y varias ciudades españolas, especialmente Barcelona, desempeñó un papel importante como epicentro del comercio y del derecho comercial y asegurador. Esta actividad aseguradora estaba gestionada por particulares, normalmente mercaderes funcionando por medio de préstamos a la gruesa ventura.

El Centro de Navieros aseguradores se fundó en Barcelona en 1879 y como emblema de su compañía se escogió el elemento marítimo por excelencia: el ancla. En la parte de la caña, dos serpientes se entrelazan a modo de caduceo de Mercurio. No es casual la referencia a este dios, ya que Mercurio es el dios del comercio y, curiosamente, el que concedió el fuego a los hombres. La figura de las serpientes enroscadas representa el equilibrio de las fuerzas de la naturaleza: el bien y el mal; el agua y el fuego.

Respecto a la producción de las placas, se usaron distintos materiales, aunque las más antiguas solían ser de plomo. A comienzos del siglo XIX el material preferido era el cobre y hacia 1825 se empezó a usar el hierro y el estaño. El diseño, el colorido y la composición de los ejemplares no pasaban desapercibidos y llamaban la atención por su estética y belleza. Muchas placas españolas fueron realizadas en la fábrica G. de Andreis, ubicada en Badalona.

Esta empresa, especializada en la fabricación y litografía de envases metálicos, funcionó ya en los primeros años del siglo XX, llegó a contar con una plantilla de 1.300 trabajadores y fue esencial para la producción de chapas y carteles publicitarios gracias a su trabajo de cromolitografía. Aunque la fábrica cerró en 1980, el edificio modernista todavía se conserva (es conocido como «la lata», la Llauna en catalán) y es testimonio de un patrimonio industrial, imaginativo y artesanal, que nos evoca las primeras manifestaciones de la publicidad de las compañías aseguradoras.

Museo del Seguro. Fundación MAPFRE

Ubicado en Madrid, en la calle Bárbara de Braganza, 14, cuenta con 600 piezas expuestas y un total de 1.300 conservadas en los fondos de la institución.

Además, todas ellas se encuentran disponibles en la versión virtual del museo en www.museovirtualdelseguro.com.

Disponemos de visitas guiadas gratuitas para grupos, previa petición a través del formulario de nuestra web.