No, los avestruces no esconden la cabeza debajo de la tierra. De hecho, la única especie que lo hace, o, cambiando de expresión, «mira hacia otro lado» o «se pone de perfil» es el ser humano. Buena muestra es su actitud ante una solución que podría salvar muchas vidas a través de una medida de seguridad sin apenas coste y que reduciría la siniestralidad en las carreteras hasta en un 10 %.
TEXTO: JESÚS MONCLÚS
El avestruz es una especie sorprendente. Se trata del ave más pesada del planeta: puede alcanzar 3 metros de altura y llegar a pesar más de 180 kg. Sus pequeñas alas no le sirven para volar, pero corre hasta superar los 70 km/h y es capaz de hacerlo durante aproximadamente 30 minutos. Los machos se turnan con las hembras a la hora de incubar sus huevos en los nidos excavados en la tierra y, de hecho y como modelo de conciliación animal, lo hacen por la noche, lo que implica que los incuban durante aproximadamente el 65 % del tiempo del día (más que las hembras; ahí queda eso). Además, los machos de un mismo territorio suelen intercambiarse los nidos en previsión de que algún macho despistado no encuentre el suyo y ese despiste sea fatal para sus huevos (parece que no es la única especie animal donde los machos son despistados). Aunque parece que sí que acercan su cabeza al suelo, lo hacen para mimetizarse con los arbustos y pasar desapercibidos. Y, lo más importante, la fama de bobos por «esconder la cabeza bajo la tierra» es totalmente injusta, puesto que lo que hacen en realidad es reacomodar sus huevos en sus nidos. Seguro que sus depredadores se alegrarían mucho de que, pudiendo correr a 70 km/h, optaran por esconder la cabeza bajo la tierra.
De hecho, probablemente la única especie que esconda la cabeza bajo la tierra o, cambiando de expresión, «mire hacia otro lado» o «se ponga de perfil» sea el ser humano (es bastante indicativo que existan varias expresiones para referirse a una misma actitud…). Y luego vamos y lo proyectamos injustamente sobre otras especies como los avestruces.
Ahora, y ya entrando en materia, supongamos que tuviéramos a nuestro alcance una medida de seguridad sin apenas coste y que pudiera reducir la siniestralidad hasta un 10 %: unas 150 vidas salvadas al año en España, cerca de 2000 en Europa, 3400 en Brasil, 1600 en México o 4000 en EE.UU. Y digamos que no hiciéramos nada para aprovecharnos de ella e implementarla lo antes posible. ¿No sería algo éticamente inaceptable? Pues la cuestión es que la tenemos y en ella incide una de las últimas propuestas de Fundación MAPFRE. La medida ya está implementándose en el marco de algunas empresas líderes como, por ejemplo, ALSA, ganador de uno de los Premios Sociales de Fundación MAPFRE, en su categoría de mejor iniciativa de prevención de lesiones en el año 2017. El centro de gestión de tráfico de este operador muestra en tiempo real la ubicación de sus cerca de 5000 autobuses y, lo más relevante en este punto, también cualquier exceso de velocidad sobre el límite concreto de cada vía. El objetivo de monitorizar la velocidad es prevenir esos peligrosos excesos de velocidad y, de producirse, trabajar de modo constructivo con los conductores para entender sus causas y, así, evitar su reocurrencia: falta de señalización horizontal o vertical, algún despiste puntual o condiciones súbitas de salud, dificultades o presiones sobrevenidas para cumplir con los horarios…

Hace unos meses, venía a la oficina por el centro de Madrid relativamente pronto, sobre las siete y cuarto de la mañana. Circulaba por una gran avenida de varios carriles y había activado ya el sistema de control inteligente de la velocidad, por lo que mi vehículo se encargaba de no superar los 50 km/h de rigor. Al poco tiempo me adelantaron tres vehículos, a una velocidad considerablemente mayor: el primero era un taxi, el segundo un VTC y el tercero, y lo más sorprendente, un autobús. Todos ellos disponían probablemente de sistema de geolocalización y su responsable de gestión de flotas, o responsable de tráfico, tenía o podía tener a su mano la información en tiempo real sobre su velocidad de circulación. Además, todos esos vehículos operaban al amparo de algún tipo de autorización municipal o pública, por lo que no sólo su responsable directo sino la propia administración podría interesarse por las condiciones de prestación de esos servicios (como ya hacen, por ejemplo, a la hora de supervisar la cobertura geográfica, o por barrios, de esos coches, bicis o motos compartibles…) y, en particular, de su seguridad. Los últimos datos que maneja Fundación MAPFRE, del año 2020, apuntan a que los conductores exceden los límites de velocidad durante al menos el 10 % de todo el tiempo de conducción y que en casi el 100 % de todos los viajes se superan los límites legales al menos en una ocasión. La velocidad es un factor clave de siniestralidad en alrededor del 25 % de todos los siniestros mortales, según datos de la Dirección General de Tráfico. Por otro lado, un estudio aún totalmente válido de Fundación MAPFRE y de CESVIMAP del año 2016 ya indicaba que si no existieran excesos de velocidad se prevendrían alrededor del 20 % de todas las víctimas graves y mortales en nuestro país.
La inexperiencia a los mandos de este tipo de vehículos puede pasar factura a los conductores
Si consiguiéramos que todos los vehículos cuya velocidad se pudiera supervisar con las tecnologías ya embarcadas o disponibles en este momento y sin costes adicionales (y aquí incluiríamos a flotas de todo tipo, vehículos de alquiler, renting, taxis, VTC, vehículos compartidos o de sharing de todo tipo, de transporte de mercancías peligrosas, autobuses escolares y buses municipales, vehículos de recogida de residuos…) aprovecharan dichas oportunidades tecnológicas, incluidos el uso del big data y la inteligencia artificial para ayudar a los conductores a no superar los límites seguros de velocidad, se conseguiría reducir notablemente la siniestralidad, se mejoraría la fluidez del tráfico (los excesos de velocidad y, sobre todo, las diferencias de velocidad entre vehículos son algunas de las principales causas subyacentes de muchos atascos), se disminuiría el consumo de combustible y se rebajarían las emisiones contaminantes y de gases de efecto invernadero y el ruido del tráfico, con el consiguiente beneficio para la salud de todos los ciudadanos.
Si no lo intentamos y lo conseguimos, estaríamos escondiendo la cabeza debajo de la tierra, no como los avestruces sino como los homo sapiens, aunque eso último dejen que lo cuestione.