Adentrarse en el Espacio Miró es descubrir un ámbito compuesto por sesenta y cinco obras de Joan Miró y cinco del artista americano Alexander Calder, que se presentan de manera permanente en la sede de Fundación MAPFRE en Madrid y que ofrecen un palpitante acompañamiento a nuestra programación expositiva. La apertura de este espacio ha sido posible gracias a la generosidad de los coleccionistas que han prestado tan extraordinario legado a Fundación MAPFRE.
Conocer esta colección es ahondar en el alma del artista catalán. Un alma intensa y profusa que se forjó a base de amar y de respetar la generosidad de la tierra, la infinitud de los cielos, la naturaleza humana y la trascendencia del arte. Las obras corresponden en su mayor parte a las dos últimas décadas de su vida, los años sesenta y setenta. Una época que fue testigo de un trabajo dinámico y fascinante y en la que Miró, lejos de acomodarse debido a su notoriedad pública, retomó algunos de los motivos presentes en su carrera para volver a interpretarlos en nuevos espacios infinitos. Esos que a él siempre le conmovieron. Para Miró, nada era tan sublime como las extensiones inmensas, nada era tan emocionante como el equilibrio de las cosas sencillas.
Los símbolos de Miró están vivos y presentes en las obras de la colección: estrellas, soles, lunas, pájaros y formas femeninas se encuentran estratégicamente situados en los lienzos y nos hablan de la importancia de la meditación en el arte y de la idea de la espontaneidad controlada. Destacan los grandes cuadros, obras que atrapan al visitante por sus gruesos trazos negros, llenos de fuerza y coraje, que avivan las figuras iluminadas de colores puros. Y es que Miró cautiva y embelesa con su sensibilidad y su imaginación. Su serie sobre las Constelaciones fue un hecho trascendente en el arte de mediados del siglo XX. Se trata de toda una poesía visual suspendida sobre campos de color: la tierra y el cielo, lo material y lo espiritual, lo etéreo y lo grave. El universo está presente bajo la frágil idea del equilibrio.

Joan Miró Le Chant de l’oiseau à la rosée de la lune / El canto del pájaro al rocío de la luna, 1955 Colección Particular en depósito temporal © Successió Miró 2017
Pero, hay mucho más que pintura en el Espacio Miró. Nos encontraremos con las estructuras de Calder, que revelan la gran relación profesional y de amistad de los dos artistas; con los personnages, cabezas de figuras misteriosas que asombran con miradas incisivas; con los desafíos a la pintura, cuadros comprados en mercadillos en los que el artista añadió su marca personal a base de trazos y figuras; y, por último, con las obras realizadas en soportes artísticos alternativos, como el metal, el cartón o la madera.
Para Miró nada era tan sublime como las
extensiones inmensas, nada era tan emocionante
como el equilibrio de las cosas sencillas
El maestro Miró creía firmemente que el arte era la herramienta clave para conectar con la sociedad y, por lo tanto, debía estar a su servicio. De la misma manera, pensaba en la responsabilidad que el artista tenía con los ciudadanos en tiempos difíciles y complejos, porque sus obras se convierten en la voz que resuena en los silencios anodinos y obligados. Debido a este pensamiento honesto y generoso, Miró no cesó de crear y compartir. Los cuadros debían contener destello, luz, emoción. Debían sobrecoger, llegar al alma y esparcir su esencia en el ambiente y en la mirada de las personas. Un cuadro podría destruirse, pero su mensaje debía quedar bien asentado, como las raíces en la tierra.
La obra de Miró aviva los sentidos, porque todo elemento es relevante, todo tiene cabida en su intelecto y todo ser tiene derecho a ser respetado. Cualquier cosa es susceptible de convertirse en mironiana. En una ocasión proclamó «Nunca sueño cuando duermo sino cuando estoy despierto», y esto es perfectamente visible en el Espacio Miró porque nos invita a imaginar con él, a soñar despiertos y a desear un mundo más hermoso donde la fantasía y el sentimiento de asombro destaquen constantemente.
En definitiva, adentrarse en el mundo Miró es percibir, a través de la mirada del artista, el color del que están matizados sus anhelos más profundos.
#espaciomiró
ENTREVISTA A JOAN PUNYET MIRÓ
Nieto del artista y gestor de su legado
¿Por qué Madrid? ¿Qué implica este nuevo espacio de Fundación MAPFRE en Madrid?
Mi abuelo, Joan Miró, tuvo siempre un gran aprecio por esta ciudad, se sentía muy a gusto en ella. Evidentemente, nosotros somos muy críticos a la hora de elegir un espacio expositivo para la obra de Joan Miró. Y después de valorar distintas opciones, dentro del consenso de la familia, pensamos que Fundación MAPFRE era la mejor y tiene una línea de exposiciones que se ha ganado un prestigio internacional.
En el espacio, hay una presencia destacada de la relación de su abuelo con Alexander Calder. La sintonía entre ambos llegó a lo personal. ¿Conoce alguna anécdota de esa relación?
La sala Miró-Calder para mí es algo único e irrepetible en el mundo, porque representa la amistad íntima entre dos genios del siglo XX, Calder, el rey del alambre, y Miró, el amo del pincel. Sé que cuando mi abuelo, mi abuela y mi madre llegaron a Nueva York por primera vez después de la Guerra Mundial en 1947, Calder los fue a recoger al aeropuerto con un coche descapotable destartalado lleno de alambres, tornillos, herramientas, placas de metal… y mi abuelo estaba fascinado porque fueron por la 5ª Avenida en su viaje hacia Roxbury al norte de Nueva York donde estaba el estudio Calder.
¿Tiene algún recuerdo que permita acercarnos de una manera más humana al universo creativo de Joan Miró?
La memoria más bonita que recuerdo de mi abuelo fue cuando en 1978 pude ir a con él a su estudio de Mallorca, él tenía 85 años y yo tenía 10. Y de repente me encontré con este cuadro que se llama Mujer y me fascinó ver la textura, el color, la luz, la poética y la forma y yo iba preguntándole cosas y solo me respondía con silencio y miradas, buscando una complicidad entre el anciano y el niño, entre el abuelo y el nieto y quizás con los silencios fue cuando más entendí la realidad de mi abuelo. Fue el momento más bonito e irrepetible.
Mallorca tiene un papel fundamental en el imaginario de Miró. Pese a su reconocimiento en las grandes ciudades del arte del siglo XX como París o Nueva York, su abuelo siempre volvía a su esencia, a sus orígenes.
Miró volvía siempre a Mallorca porque necesitaba estar cerca de sus orígenes, de lo esencial, de la energía telúrica, comer su comida, beber su bebida, sentirse cerca del universo, de la luz del mediterráneo, cerca de la isla donde nació su madre, de la isla donde se casó con mi abuela. De ahí nacía la fuerza de su pintura.
¿Qué significa ser un Miró? ¿Cómo percibe su misión respecto al legado de su abuelo? ¿Se siente más un guardián o un divulgador?
Para mí llevar el apellido Miró es todo un honor, todo un privilegio. Siempre he respetado al máximo su legado y me siento evidentemente como un guardián y divulgador de su obra. Constantemente hay exposiciones en todo el mundo, diferentes escritores, diferentes comisarios, diferentes directores de museo, desde Los Ángeles, San Francisco, Nueva York, hasta Tokio, Kioto o Moscú que quieren hacer grandes muestras de su obra y mi misión en la vida es simplemente darlo a conocer, explicar quién era mi abuelo y la gran generosidad que tuvo por nuestro país y cómo quiso ayudar y colaborar en el nacimiento y la consolidación de lo que él llamó la nueva España después de la muerte de Franco.