El centro comunitario MAPFRE-UP en la Colonia Santa Fe de México DF cumple tres años de atención a los más desfavorecidos. Un proyecto que ha logrado superar todos sus objetivos y que puede convertirse en modelo para otras experiencias en todo el mundo.

TEXTO: ANTONIA ROJO      IMÁGENES: CEDIDAS POR EL CENTRO

 

En el mundo de la cultura, la arquitectura y el urbanismo es bien conocido el llamado efecto Guggenheim. Bilbao culminó en 1997 la construcción de un rompedor museo de arte moderno y contemporáneo que transformó la ciudad y su entorno. El éxito de la experiencia ha sido objeto de estudio en universidades de todo el mundo y muchas otras ciudades quisieron reproducir su proceso (no siempre con el mismo final feliz).

Hay otros edificios menos ambiciosos desde el punto de vista arquitectónico, pero nacidos con la misma voluntad de ser catalizadores de un proceso de transformación del entorno. Espacios que, en lugar de convertir el titanio en oro (por el singular revestimiento del museo proyectado por el arquitecto Frank Gehry), logran un milagro que puede ser aún mayor: convertir la precariedad en esperanza, la subsistencia en sostenibilidad, la educación en futuro. Así ocurre en el centro comunitario MAPFREUP de la Colonia Santa Fe, en México D.F. Un lugar que merece su propio reconocimiento, el efecto Santa Fe.

«Nuestro fin no es resolver los problemas de la población desde una perspectiva paternalista», defiende Valenzuela, «sino poner a su disposición elementos que les permitan desarrollar habilidades para poder salir adelante por sus propios medios»

La primera piedra se colocó en noviembre de 2015. Esa soleada mañana del suave invierno mexicano, el presidente de Fundación MAPFRE, Antonio Huertas, subrayó el objetivo fundamental del proyecto: «Asentar las bases de una sociedad más justa», para así «optar a labrarse un futuro mejor en igualdad de oportunidades». Es el caso, por ejemplo, de José, un niño lozano y simpático que, con solo 10 años, protagonizaba el vídeo informativo de la institución. En él cuenta cómo su madre le recoge todos los días al salir de la escuela, junto a su hermano de apenas un año, José Luis: «Vamos al centro comunitario, que queda aquí cerquita», relata. El edificio, de una arquitectura funcional, destaca por el intenso color rojo de su fachada principal, y su ubicación privilegiada en la zona menos favorecida de un distrito de clase media y con un núcleo universitario muy potente: la Universidad Panamericana, socio fundamental del proyecto. En el distrito viven 750.000 personas, tres de cada 10 en situación de pobreza y 18.000 de ellos en pobreza extrema.

Mucho más que un plato de comida

«Llegamos con mucha hambre», confiesa el pequeño José, «directos al comedor infantil Santa María, que es para niños». Alicia Ortega, trabajadora del centro, relata cómo en ese espacio sirve «a 334 niños desde los 4 meses a hasta los 16 años, madres embarazadas y lactando, a los que da una comida equilibrada todos los días». La totalidad de los niños que atienden viven en inseguridad alimentaria, subraya Ortega. Pero el objetivo también es desarrollar las capacidades de los usuarios y ayudar a los pequeños a generar su plan de vida: «Cada mes vemos un valor diferente, en este mes estamos viendo el valor de las emociones, por medio de frases y canciones», explica.

La nutrición es solo el primer pilar de una labor que se extiende a muchas otras facetas y edades, desde la sanidad, la educación y la capacitación, al entretenimiento, la psicología o el apoyo legal. Y viendo como el niño José se traba en el vídeo para decir la palabra «jurídico» auguramos que, con la ayuda de la Comunidad MAPFRE, podría ser la abogacía, precisamente, su profesión. Y es que él puede ser uno de los casos de éxito fruto del efecto Santa Fe.

«Estar al frente de este centro es una experiencia gratificante en muchos sentidos. Todos los días tienes un reto distinto, es algo que te motiva a regresar al día siguiente. Yo aprendo más de la gente, te ayudan a conocerte a ti mismo»

Otro caso nos lo recuerda Nydia Valenzuela, directora de la Comunidad MAPFRE-Universidad Panamericana: «Maité, una niña de nueve años con síndrome de Down. El cambio que ha tenido en su forma de sociabilizar es abismal», asegura. «Ingresó a las actividades de desarrollo, a formar parte del Club, tomando clases de computación, apoyo a tareas, valores, manualidades y usuaria del Comedor Santa María… su caso me ha marcado», confiesa Valenzuela.

En el primer año de vida del centro se logró beneficiar a casi tres mil personas de forma directa y a más de 14.500 indirectamente. La meta de atención para 2018, cuando se alcanzara el 100% de capacidad, estaba prevista en 5.000 personas de escasos recursos de la región. Pero en 2017, los beneficiarios ya alcanzaron los 8.000. «Nuestro fin no es resolver los problemas de la población desde una perspectiva paternalista», defiende Valenzuela, «sino poner a su disposición elementos que les permitan desarrollar habilidades para poder salir adelante por sus propios medios».

Una experiencia gratificante

El centro, financiado y gestionado por las fundaciones MAPFRE y UP-IPADE, está dirigido por profesionales de la UP con la ayuda de unos 400 voluntarios. En él se proporciona:

• Servicio de comedor para niños de 0 a 16 años, mujeres embarazadas y en periodo de lactancia, gestionado por el Comedor Santa María.

• Bufete Jurídico, con asesoría legal en materia familiar, civil, penal y mercantil.

• Atención médica de primer nivel, medicina preventiva, servicio de farmacia, atención psicológica y orientación para mejorar su salud en la Clínica del centro.

• Educación y Desarrollo, con clases de inglés, computación, apoyo en tareas, artes marciales, música, cocina, talleres de oficios, profesionalización de labores domésticas, círculo de lectura, escuela para padres y más.

«Estar al frente de este centro es una experiencia gratificante en muchos sentidos», explica Nydia Valenzuela. «Todos los días tienes un reto distinto, es algo que te motiva a regresar al día siguiente. Yo aprendo más de la gente, te ayudan a conocerte a ti mismo», subraya.

En la misma línea se manifiesta el presidente de MAPFRE, Antonio Huertas, cuando afirma que «México es el primer país en el mundo donde MAPFRE ha puesto en marcha un proyecto de estas características, estamos orgullosos de ir de la mano de una universidad tan prestigiosa que tiene entre sus valores desarrollar una comunidad educativa al servicio del bien común».

Esa conciencia de estar marcando la diferencia resulta especialmente importante en un proyecto de estas características. Y se transmite. La directora Nydia Valenzuela nos cuenta «los resultados del Programa de Regularización: de los 13 niños de sexto de primaria que se inscribieron, el 100% ingresaron a la secundaria a la que aspiraban». Una cifra que parece solo un dato y que, sin embargo, está cargada de futuro y de sentido.

«Trabajar en el Centro Comunitario me ha hecho reflexionar sobre el impacto que tienes en los demás», confiesa Francelia Lule, coordinadora en la Comunidad MAPFREUniversidad Panamericana. «Estoy más comprometida en realizar de la mejor forma mis actividades porque sé que soy ejemplo y puedo inspirar a otros». Debe de ser, sí, el efecto Santa Fe.