En la localidad peruana de Huachipa, a las afueras de Lima, Fundación MAPFRE y la ONG CESAL llevan a cabo un proyecto de educación integral dirigida a niños desde los dos años y hasta que finalizan sus estudios. El objetivo es darles formación pero también seguridad para que estudien, trabajen y emprendan, para conseguir un futuro mejor.

TEXTO: ISABEL PRESTEL IMÁGENES: LEAFHOPPER

Huachipa, localidad situada a tan solo 10 kilómetros de Lima, no es un lugar agradable para vivir. La pobreza extrema, la carencia de hábitos de alimentación o de higiene saludables, la falta de recursos públicos y el polvo de los ladrillos que se fabrican con la tierra de la zona y que queda suspendido en el aire en comunidades como la de Nievería, no solo dificultan la vida de adultos, niños y adolescentes, sino también las posibilidades de conseguir llevar una vida mejor. Esta falta de esperanza se corrobora con este dato: solo el 7,3% de los jóvenes de la zona logra estudiar una carrera técnica superior y el 1,9%, una carrera universitaria.

Frenar la realidad que se esconde tras esas cifras es uno de los objetivos de Fundación MAPFRE y una de las razones de su colaboración con la ONG española CESAL en un proyecto de educación integral dirigida a niños, niñas y adolescentes de Huachipa, en concreto de las comunidades de Nievería, Cajamarquilla y Jicamarca. El proyecto comienza en la primera infancia en el centro ALECRIM, al que asisten niños de entre dos años y medio y cinco años. Lo cuenta Sara Flores, coordinadora de Obras Educativas de CESAL en Huachipa: «Entramos aquí porque la OIT (Organización Internacional del Trabajo) tenía un programa de erradicación del trabajo infantil. El siguiente proyecto fue para que las mamás pudieran llevar a este centro a sus niños mientras ellas trabajaban en la labranza. También nos ocupamos con ellos del tema de la nutrición y el higiénico, para mejorar la educación de los niños».

Refuerzo escolar y cuidados

El proyecto se fue ampliando al ritmo de las necesidades que percibían, relata Flores: «Los chicos de familias pobres que venían de la labranza no conseguían mejorar en resultados académicos. Por eso, en 2004 creamos un centro de refuerzo extraescolar». Allí acuden unos 1000 niños y adolescentes de los que se ocupan docentes que les ayudan con sus materias escolares. El resultado es que mejoran académicamente. Pero eso no es lo más importante. Ana Canchari es su directora: «Nuestros niños tienen muchas carencias a nivel afectivo. También en lo que respecta a comunicación y a hábitos. Y en las escuelas a las que asisten suelen tener docentes que no están comprometidos con el trabajo y el reto que plantean estos chicos… Nosotros les decimos a nuestras educadoras que son sus segundas mamás. Porque ellas vienen a hacer formación de hábitos: lavarse los dientes o las manos o incluso asearse y bañarse. También les ayudan con la organización del tiempo, porque las sesiones son de tres horas y los chicos tienen que aprender a distinguir la parte de los juegos de la parte para recuperar el aprendizaje». Además de estudiar, practican deporte, aprenden a socializar, etc. Pero no se les abandona al acabar esta etapa. A los jóvenes también se les ayuda con un programa social de formación técnica o acompañamiento en sus estudios superiores.

Escapar de la pobreza es posible

La prueba de que el proyecto funciona, con el esfuerzo de todos los que trabajan en él, tiene nombre propio: Noelia Sandoval. Siempre sonriente y esperanzada, ella sí ha cambiado su vida gracias a estos centros. «En CESAL yo encontraba un espacio en el que había paz y tranquilidad. Allí se me olvidaban todos los problemas que tenía en casa. Desde muy pequeña tenía temor en relacionarme con las personas y aquello era un espacio de libertad para mí. Era como un paraíso. Iba allí a hacer mis tareas, refuerzo y también la parte recreacional porque había deportes y talleres de danza o manualidades». Con todo ese apoyo, Noelia consiguió terminar una carrera técnica. No solo por lo que le enseñaron o explicaron, sino por lo que aprendió de sí misma: «Mis profesores me ayudaron a ver y entender cuáles eran mis habilidades, a qué me podía dedicar. Y me di cuenta de que lo mío es la atención al cliente y los servicios…».

«Aquí he conocido gente que había conseguido tener una profesión y han sido verdaderos referentes para mí». Augusto Salvador Machuca Enríquez, estudiante de Derecho

En la actualidad, Noelia trabaja, pero también estudia y trata dedicar parte de su tiempo y sus fuerzas a que otros niños de Huachipa sean capaces de cambiar su futuro. «Trabajo en el aeropuerto durante la noche, hasta la 07:00. Cuando salgo asisto a mis clases —estudio alemán e inglés— hasta las 10:00. Ahí tengo un rato para descansar, hasta mediodía, cuando comienzan las clases que yo imparto y que se prolongan entre las 15:00 y las 20:00». Porque Noelia ha montado una escuela para enseñar idiomas a los niños de la zona: «Cerca de Nievería no hay ningún centro de idiomas y yo quise implementar uno con la misma metodología de enseñanza con la que he aprendido yo. Y solvento los materiales y las matrículas con el dinero de mi trabajo». Es un modo de devolver parte de lo que se le ha dado. Noelia es una de tantas mujeres en situación vulnerable que han recibido formación técnica en CESAL y hoy se encuentran trabajando o han emprendido su propio negocio (lo han hecho el 80% de ellas). También lo es Jenny Nestares Rutti, empresaria: «Tenía un negocio parecido al que tengo ahora pero en otro lugar de Perú. Venir a Huachipa fue duro porque era distinto clima, distintas costumbres. Gracias a CESAL hice un curso de emprendimiento en el que me dieron muchas pautas para mejorar el negocio, además me enseñaron a calcular el porcentaje de ganancias, los permisos, los impuestos municipales…».

Educación, cariño y buenos hábitos para salir de la pobreza

Las ayudas de esta ONG y Fundación MAPFRE no solo se centran en las mujeres. Augusto Salvador Machuca Enríquez, estudiante de Derecho, le debe mucho a este programa: «Estuve primero en la escuela infantil hasta los 5 años; y luego en las clases de refuerzo. Por las mañanas iba al colegio y por las tardes venía aquí y, con ayuda de los profesores, entendía lo que se me resistía en la escuela». Pero el proyecto es mucho más que un apoyo académico. Es importante conseguir que estos chicos saquen a la luz su afán de superación. Y a veces para ello basta con el ejemplo que unas promociones dan a las siguientes: «Aquí he conocido gente que había conseguido tener una profesión y han sido verdaderos referentes para mí. Ellos nos insistían en que no podíamos terminar de estudiar en el colegio, que teníamos que aspirar a algo más y hacer estudios superiores.» Como él. Como muchos. Porque en la educación, el cariño y la autoestima se sacan las fuerzas para encontrar una vida mejor.