Las cifras hablan por sí solas: mientras que 115 millones de niños en el mundo sufren desnutrición, la obesidad afecta a 43 millones y, de ellos, entre un 30 y un 40% viven en países desarrollados. La tendencia no es, por tanto, prometedora. Cambiar de hábitos en la edad adulta es verdaderamente difícil, por lo que la infancia es una etapa clave para instaurar una alimentación saludable y que perdure durante toda la vida.

TEXTO: ÓSCAR PICAZO            IMAGENES: ISTOCK

La Organización Mundial de la Salud es clara: la obesidad infantil es uno de los grandes retos de salud del siglo XXI. Sin más paliativos. Así lo explica esta organización, indicando además que este problema afecta a países tanto de altos como de bajos ingresos económicos, donde convive desafortunadamente con la pobreza y la desnutrición. Las tasas de obesidad infantil están aumentando de forma alarmante y en 2016 se estimaba que el número de niños con sobrepeso menores de 5 años superaba los 41 millones. Casi la mitad de ellos se encuentran en Asia y un cuarto en África.

Esto es preocupante además porque se sabe que los niños obesos tienen mayor probabilidad de convertirse en adultos obesos, que además sufran un mayor riesgo de otras enfermedades no transmisibles, tales como las cardiovasculares o diabetes. Por tanto, la OMS insta a conceder a la lucha contra la obesidad infantil, la máxima prioridad.

El hogar como ejemplo

La imitación es uno de los principales mecanismos por los que los niños aprenden. Sabemos que el entorno tiene una gran influencia sobre el comportamiento y la adquisición de hábitos de los pequeños. Lo que ven en su colegio o en casa, va a marcar de forma decisiva sus futuras costumbres. Tanto es así, que sabemos que los hijos de padres obesos tienen mayor probabilidad de ser adultos y niños obesos: no solo por su forma de alimentarse, sino por esa adquisición de hábitos poco saludables que perdurarán en la vida adulta, sumándose a la mala alimentación la inactividad física, el tabaquismo o el consumo de alcohol, que en muchas ocasiones van de la mano en un mismo cóctel.

La paradoja de la sociedad actual es que mientras hay hambre en el mundo, 41 millones de niños menores de 5 años sufren de sobrepeso

Sabemos también que aquellas personas con mejores competencias y habilidades en la cocina suelen tener una alimentación más saludable. Como indica el informe Alimentación, sociedad y decisión alimentaria en la España del siglo XXI elaborado por Fundación MAPFRE en colaboración con la universidad San Pablo CEU, las mujeres, especialmente cuanto mayor es el rango de edad, siguen siendo las que lideran la cocina en los hogares españoles. Menor es la diferencia entre sexos en jóvenes respecto a las habilidades culinarias declaradas. Además, parece que no pierden el interés por la cocina en contra de lo que pudiera parecer. A ello puede que haya contribuido la popularidad de los programas de televisión que acercan la alta cocina a todos los hogares y que han popularizado y dignificado aún más si cabe, la figura del chef. Ahora los pequeños no solo quieren ser futbolistas de éxito, sino crear entre los fogones.

Cocinar para comer mejor

La enseñanza, por tanto, de las habilidades en la cocina puede ser un vehículo excelente para iniciar a los pequeños en una alimentación saludable. Lo tienen claro aquellos que trabajan para mejorar los hábitos de alimentación de los niños como la Fundación Alicia, creada entre otros por Ferrán Adriá, o la Fundación Dani García: una de las primeras motivaciones en el consumo alimentario es el gusto personal, algo que también se refleja en el estudio de Fundación MAPFRE mencionado anteriormente. Si queremos que los más pequeños coman verduras, debemos hacérselas atractivas. O mejor aún, que lo hagan ellos. Hacer a los niños partícipes en todo el proceso, desde la compra, conservación, hasta la preparación previa, cocinado y presentación de los platos en casa, puede romper alguna de las barreras que les impiden probar nuevos alimentos. Darles iniciativa y contar con su opinión para adaptar los platos a sus gustos personales, puede ser una buena forma de mejorar su aceptación. Y no olvidar el aspecto visual: el dicho de que comemos por los ojos, puede ser si cabe aún más importante en los niños. La presentación puede marcar la diferencia.

Practicooking: de la teoría a la práctica

Con el objetivo de facilitar a las familias la recuperación de la cocina como un espacio compartido de ocio y salud, Fundación MAPFRE y la Fundación Dani García han puesto en marcha el proyecto Practicooking. Comer verduras puede ser divertido si todos participamos, haciendo de la comida un juego. Este proyecto ofrece recetas sencillas, rápidas y sabrosas al alcance de todos.

Los vídeos, protagonizados por el chef Dani García, nos dan las pautas para poder preparar estos deliciosos platos. Se indica en cada receta, además, su nivel de dificultad, edad más adecuada, ingredientes, alérgenos y los pasos para su preparación.

Dejemos a los pequeños entrar en la cocina. Bajo nuestra supervisión, podemos hacer que los pequeños chefs de hoy, se conviertan en adultos saludables que transmitan estos buenos hábitos a sus hijos. Puede que sea una de las pocas formas que tengamos de acabar con la lacra de la obesidad.

Sabemos que los hijos de padres obesos tienen mayor probabilidad de ser adultos y niños obesos: no solo por su forma de alimentarse, sino por esa adquisición de hábitos poco saludables que perdurarán en la vida adulta

Baby led weaning: jugando con la comida

La alimentación autorregulada por el bebé, alimentación complementaria a demanda, o en su conocido término anglosajón Baby led weaning, es una tendencia al alza, popularizada a través de las redes sociales. Este método fue creado por la nutricionista Gill Rapley que resume sus ideas en el libro Helping your baby to love good food (El niño ya come solo, en su edición en español). Se trata de facilitar a partir de los 6 meses de edad, y coincidiendo con el inicio de la alimentación complementaria, alimentos enteros cocinados de forma adecuada y con un tamaño idóneo, para que sea el propio bebé el que se familiarice con ellos: tocando, oliendo, viendo y saboreando.

Este método permite que los pequeños se habitúen progresivamente a las texturas, olores, sabores y colores de los alimentos, o incluso a su sonido al morder o masticar. Les va a dar un espacio de confianza en el que ellos mismos autorregulan su ingesta en función de su adaptación a cada uno de los alimentos. Además, les permite reconocer los alimentos enteros, lo que no sucede cuando les facilitamos papillas o purés. De esta forma, se van familiarizando con lo que será ya su alimentación en etapas posteriores una vez abandonada la lactancia. Además, este método parece ayudar también en el desarrollo motor, ya que la necesidad de manipular estos alimentos, a veces resbaladizos o con formas irregulares, estimula su motricidad fina.

Uno de los principales riesgos que se atribuyen a este método es el de atragantamiento. Es por tanto muy importante que los alimentos tengan un tamaño que evite el riesgo de obstrucción de la vía aérea. Es preferible por ejemplo facilitar trozos relativamente grandes que el bebé no pueda ingerir directamente si no es mordiendo o troceándolo con sus manos, y no dejar que se alimente solo sin vigilancia. Además es conveniente estar preparado en caso de tener que actuar, conociendo cómo hacer una maniobra de Heimlich en lactantes o menores de un año. No obstante, un reciente estudio ha encontrado que no hay mayor riesgo de atragantamiento con este método, comparado con la alimentación triturada.