De Chagall a Malévich: el arte en revolución

La exposición De Chagall a Malévich: el arte en revolución reúne importantes obras de todos aquellos artistas que en el transcurso del siglo XIX al siglo XX rompieron con los moldes establecidos y se adelantaron a la modernidad de un modo hasta el momento nunca visto en Rusia. Podrá visitarse del 9 de febrero al 5 de mayo de 2019 en la Sala de Exposiciones Recoletos de Fundación MAPFRE en Madrid.

TEXTO: ÁREA DE CULTURA DE FUNDACIÓN MAPFRE

En Moscú antes del estallido de la Primera Guerra Mundial la imaginería popular sigue siendo el vigoroso reflejo de una artesanía llena de vitalidad, muy presente en la vida cotidiana. Iliá Mashkov y Aristarj Lentúlov, a los que hay que sumar sin duda alguna a Pável Filónov, evocan las raíces de su país, pero con la intención, principalmente, de reinventar su lenguaje. En La Catedral de San Basilio, de Lentúlov, el poder y la historia de la religión ortodoxa se traducen en una mezcla de formas y colores llegadas de un oriente muy cercano. Esta composición, plagada de vistosos bulbos, refleja la belleza de una pintura que conserva vivo el recuerdo de la Rusia eterna.

Después de la primera década del siglo, el cubismo influirá en muchos artistas rusos, que lo descubrirán a través de sus viajes pero también en Moscú. El Manifiesto del futurismo de Filippo Tommasso Marinetti, traducido en una fecha tan temprana como 1909, sirve de referencia para toda una generación de artistas. El artista, un consumado revolucionario, pronunció a partir de 1914, numerosas conferencias en Rusia. Su inspirado discurso dará pie a otra visión de la modernidad, que en combinación con el cubismo alumbrará una escuela específicamente rusa, el cubofuturismo, en el que una imagen fija coexiste de modo repentino y espontáneo con una imagen en acción. Liubov Popova, en su pintura Figura + Aire + Espacio, de 1913, crea una dinámica estudiada que se extiende a toda su obra, plasmando tiempos más mecanizados y los caminos del futuro. La influencia del cubismo analítico todavía será perceptible en la obra de tonos oscuros de Nadezhda Udaltsova.

En estos mismos años aparece otro movimiento, el rayonismo. Las nuevas facultades conferidas a los tonos de la luz permiten propagar formas simplificadas por el lienzo. A veces más figurativo, otras más abstracto, este movimiento de vida efímera, cuyo teórico es Mijaíl Lariónov, prefigura las futuras abstracciones. En su estela se sitúan asimismo Natalia Goncharova, pareja del pintor y autora del denso y misterioso cuadro Los lirios rayonistas, de 1913. En un Retrato deconstruido y estridente de 1915, Lariónov capta toda la compleja y múltiple verdad del compositor Ígor Stravinski. A ellos se une Alexánder Shevchenko para expresar el ritmo inefable y el esfuerzo perceptible que hay en los milagros, repetidos a diario, de la trepidante y arriesgada vida del Circo, aunque este cuadro, de colores eléctricos y ácidos, también lleva la huella de la escuela cubofuturista.

Marc Chagall regresa a Rusia en vísperas de la Primera Guerra Mundial y permanece en el país durante este período, en el que también estalla la revolución. El universo de Chagall, refractario a cualquier idea preconcebida, está volcado desde siempre en la poesía y en la cultura popular rusa, sin por ello olvidar la tradición cultural judía. Creador atípico, Chagall aborda la pintura desde el asombro y sus vehementes investigaciones aportan a la vanguardia de su época un compromiso decisivo. El artista incorpora lo maravilloso a lo cotidiano. Tras ser nombrado director de la escuela de Bellas Artes de su ciudad natal, Vítebsk, topa con el pensamiento radical de Kazimir Malévich, a quien había invitado como profesor, junto con muchos otros artistas como El Lisitski y Jean Pougny. «Mi desgreñado pincel es incapaz de extraer de las circunvoluciones del cerebro lo que puede tomar de ellas la pluma más acerada. A la pintura ya hace tiempo que le pasó su hora, y el propio pintor es un prejuicio del pasado», escribe Malévich en la introducción al álbum de litografías Suprematismo-34 dibujos. Son palabras que suenan a imposición. Al final se produce la ruptura, inevitable y dolorosa.

Brusca y charlatana, la revolución impondrá el poder del realismo de las imágenes para incidir directamente en aquellos con los que quería hablar, a fin de ser oída

El ideal de lo absoluto conquista al conjunto de la sociedad, que parece transformada por la inmensa esperanza que insufla la revolución. La trágica ejecución de la familia imperial en 1918 no modifica el sentimiento profundo de la población respecto al movimiento revolucionario, convencida como está de que ha empezado a nacer un mundo nuevo. Del pasado se hace tabula rasa. A esta exigencia responderá el suprematismo creado por Kasimir Malévich, movimiento que comporta la posibilidad —única, a su modo de ver— de vías inexploradas. La demostración de la fuerza de un cuadrado, o cuadrángulo, en la exposición 0,10 organizada en Petrogrado en 1915 provoca una ruptura total y el abandono de cualquier representación figurativa. La pureza de sus formas primarias otorga más fuerza a su confrontación y genera un impacto visual y mental que permanecerá imborrable en la memoria.

Más adelante, en su arte, surgen formas autónomas que componen una organización nueva y compleja de lectura. La gravitación de estas formas abstractas, de colores puros, puebla un lienzo inmaculado. Estas composiciones se distribuyen a lo largo de varios años de investigación, y en la década de 1920 llevan a Malévich a idear los Arquitectones, construcciones verticales u horizontales dentro del espacio, que juegan con el rechazo o la atracción terrestre.

Durante los años posteriores a la revolución, el arte también está en la calle. Las calles se llenan de adornos que transmiten los mensajes de los pintores y los escultores, sin olvidar a los arquitectos, todos los cuales manifiestan su adhesión a unos momentos históricos que desean compartir con el pueblo ruso, igual de convencido que ellos. La pintura de caballete parece haber quedado relegada en lo más profundo del recuerdo. Aparecen nuevos soportes. Vladímir Tatlin y Jean Pougny acumulan materiales curiosos e improbables, como la madera, el metal y el vidrio, y conciben nuevas estructuras que se adueñan del espacio, confiriéndole una nueva función. Así surgen obras constructivistas, que se  apoderan del espacio y le dan otra función. El constructivismo deja una huella duradera en los años veinte y las vanguardias y su coexistencia polémica con el suprematismo hace de ambos movimientos las puntas de lanza de una sociedad idealizada.

El papel de Mijail Matiushin, amigo de Malévich y admirador de su arte, es múltiple. Músico y pintor, fundó con su amigo Borís Ender una escuela en la que también trabajaron Xenia y María, las hermanas de este último. Reagrupados dentro del Guinjuk [Instituto Nacional de la Cultura Artística] y del Zorved [Ver-Saber], sus investigaciones se centraron en el color, su poder, sus mutaciones y sus movimientos. Todos evolucionaron hacia un arte no figurativo en el que se juega con la interacción de los colores para generar la sensación de una visión sin fin, que parece extenderse más allá del lienzo, invadiendo el espacio. Estas construcciones, de tonalidades muy dispares, imponen a la retina un campo visual ampliado. Un mundo de luz ilumina el Movimiento en el espacio de 1921, imponente cuadro de Matiushin cuyo gran haz oblicuo, orientado a un cielo imaginario, renueva el poder del color en la pintura.

No fue la revolución la que forjó las vanguardias y la modernidad. Cabe preguntarse, incluso, si pensaba en ellas. ¿Pero acaso lo hacían esos hombres y mujeres cuyo deseo era ante todo cambiar de régimen y soñar con la libertad? Fueron los artistas los que se erigieron en revolucionarios antes de la revolución, seguros de que esta se convertiría en lo que esperaban, y, por consiguiente, en lo que esperaba ella de ellos. Este malentendido dio origen a desilusiones que también deben tenerse en cuenta como fermentos importantes de un lenguaje abstracto, casi definitivo. Brusca y charlatana, la revolución impondrá el poder del realismo de las imágenes para incidir directamente en aquellos con los que quería hablar, a fin de ser oída.

Impactante resumen, con el que podría encabezarse la presente exposición: De Chagall a Malévich: el arte en revolución.