Boldini y la pintura española a finales del siglo XIX. El espíritu de una época

Fundación MAPFRE presenta en su sala de Recoletos en Madrid esta exposición dedicada a la pintura del italiano Giovanni Boldini en diálogo con otros artistas españoles que formaron parte de los círculos parisinos de la Belle Époque. La muestra podrá visitarse del 19 de septiembre de 2019 al 12 de enero de 2020.

TEXTO: ÁREA DE CULTURA DE FUNDACIÓN MAPFRE

El viaje de estudios a Roma siempre había sido parte sustancial de la formación tradicional de pintores y escultores. La ciudad era el marco adecuado para el aprendizaje clásico. Los alumnos franceses de la École de Beaux-Arts compiten por el Prix de Rome, premio del que disfrutaron, entre otros, figuras tan relevantes para la historia del arte como Ingres, Couture o Bouguereau. Sin embargo, paulatinamente, en el siglo XIX, París sustituyó a la capital italiana y se convirtió en la cuna del arte moderno. El desarrollo económico y social de la capital francesa, sus salones literarios, artísticos e institucionales, la importancia de los coleccionistas y del comercio de arte, la atención que prestaba la prensa a los acontecimientos artísticos son algunas de las causas que determinaron su importancia creciente.

Giovanni Boldini (Ferrara 1842-París 1931) fue uno de los artistas italianos más prolíficos de la segunda mitad del siglo XX. En su larga carrera gozó de gran éxito, pero también suscitó también polémicas entre la crítica y el público.

Giovanni Boldini
Coppia in abito spagnolo con pappagalli, c. 1873
[Pareja en traje español con papagayos]
Colección Banca Carige, Génova

Querido y cuestionado por sus primeros interlocutores, como Telemaco Signorini y Diego Martelli, fue posteriormente comprendido y admirado, en sus años de mayor éxito, por el París más sofisticado, el de los hermanos Goncourt, el de Proust y Degas, el de Paul Helleu y el del esteta Montesquiou, hasta el punto de ser considerado el representante de la «máxima belleza» en este cambio de siglo.

Cuando el artista se instala en París en 1871, el conflicto franco-prusiano, que desencadenó la caída del Segundo Imperio y el nacimiento de la Comuna, había provocado la marcha de gran parte de los pintores españoles que se habían asentado en la capital francesa en la década anterior. Entre otros, Fortuny había vuelto a Roma y Martín Rico, Eduardo Zamacois y Rogelio de Egusquiza a España. Raimundo de Madrazo permaneció en París, donde entró en contacto con el pintor ferrarés. Ambos, durante ese período, se dedicaron con profusión a realizar cuadritos de género en pequeño y medio formato, así como retratos que satisfacían el nuevo gusto burgués. Scena galante en el parco di Versailles, Berthe esce per la passeggiata de Boldini o los retratos que de Aline Masson realiza Raimundo de Madrazo, son buen ejemplo de ello.

No hay que olvidar que fue Mariano Fortuny, que fallecería pocos años después, el gran precursor de este tipo de escenas de tema dieciochesco o costumbrista que hacían las delicias de coleccionistas y marchantes.

Entre 1864 y 1870 Boldini había trabajado en Florencia con los Macchiaioli, realizando una serie de retratos en pequeño formato como el de Mary Donegani, que adelantan la revolución del género que estaba por llegar. Los pintores de la mancha, en contra del tipo de cuadros «a la moda» que se hacía en París, tuvieron poco a poco que ceder a los caprichos del mercado parisino y realizar el tipo de pinturas que triunfan en la capital. Tal fue el caso de Boldini, pero también se especializaron en este tipo de cuadros «a la moda» Eduardo Zamacois —Regreso al convento—, Román Ribera Cirera —Dama con traje de noche—, el propio Raimundo de Madrazo —Aline Masson, con mantilla blanca— o León Garrido —La Place de Clichy—, que pronto comenzaron a vender sus obras sobre todo a través de Adolphe Goupil. El marchante se convertiría junto con el coleccionista norteamericano William H. Stewart en una de las figuras más importantes del París de fin de siglo adquiriendo, en un caso y en otro, obras todos los artistas que hoy hemos querido reunir en esta exposición.

Superando su inicial predilección por «la mancha» macchiaiola y por Meissonier y Fortuny, Boldini va a ir imponiendo poco a poco una nueva sensibilidad en el género del retrato galante que también veremos en las pinturas de importantes artistas españoles. Madame Picard o Cleo de Merode muestran plenamente este estilo del ferrarés, basado en la intuición del instante y el movimiento reflejado con rápidas pinceladas. Junto con John Singer Sargent y James Abbot McNeil Whistler, Giovanni Boldini, Joaquín Sorolla e Ignacio Zuloaga, se convirtieron, entre otros, en los retratistas más importantes de la Belle Époque, realizando una galería de retratos que transmiten de forma certera el espíritu de toda una época.

Mariano Fortuny
Playa de Portici, 1874
Meadows Museum, SMU, Dallas

En este sentido, hemos querido dividir la exposición en seis secciones, ofreciendo por primera vez en España un amplio conjunto de la obra de Giovanni Boldini que se complementa con la obra de una serie de pintores españoles que, como Mariano Fortuny, Raimundo de Madrazo, Román Ribera, Rogelio de Egusquiza, Francesc Masriera o Eduardo Zamacois, tuvieron una relación directa o indirecta con el pintor italiano.

I. Boldini en Florencia: la invención del retrato macchiaiolo (1864-1870)

El café Michelangiolo se convirtió durante la década de los sesenta del siglo XIX en lugar de encuentro de la intelectualidad florentina. Allí se reúnen los integrantes del grupo Macchiaioli, aquellos artistas que desean hacer una pintura «dal vero» y también Giovanni Boldini a su llegada a la ciudad italiana; juntos contribuirán notablemente a la renovación de la pintura de género y el retrato. Tanto en el Retrato de Mary Donegani, como en el del pintor Bepe Abbanti, podemos apreciar cómo con una pincelada ágil y sutil, Boldini es capaz de subvertir las reglas del género dotando a sus figuras de unas cualidades expresivas que se convertirán en uno de los rasgos más característicos de su pintura.

II. La primera manera francesa de Boldini (1871-1879)

A su llegada a París, en 1871, Boldini abandona durante casi una década el retrato para dedicarse con éxito al cuadro «a la moda». Influido por el estilo de Meissonier y Fortuny, trabaja en pequeños cuadros que representan escenas de género y costumbristas en las que Berthe, su modelo durante más de diez años, suele ser la protagonista: paseos por los jardines del Palacio de Versalles, ropas de estilo dieciochesco o representaciones del quehacer cotidiano en las que Berthe camina por el parque y se sienta a descansar. También cuadritos anecdóticos en los que se representan escenas de carácter español —y es que lo español era considerado exótico— tan de moda durante la III República. Pinturas que expresan el bienestar alcanzado por algunas capas de la sociedad durante aquel período, escenas urbanas que muestran la velocidad de la metrópoli en un mundo en continua transformación.

III. Ecos de Boldini en la pintura española de fin de siglo

Durante la segunda mitad del siglo XIX, un número considerable de artistas extranjeros se congregaron en París considerada entonces epicentro cultural. Los pintores que como Eduardo Zamacois, Raimundo de Madrazo o Mariano Fortuny llegaban a la capital francesa, lo hacían con la intención de completar su formación y participar de este laboratorio cultural en el que se había convertido la ciudad. Pronto comenzaron a ser conocidos por sus pequeños cuadros o tableautins que hacían las delicias de la burguesía. Proliferaron las pinturas de carácter costumbrista, en las que predominan las escenas ambientadas en los siglos XVII y XVIII —La elección de la modelo, de Fortuny— así como las escenas de interior —Ensueño durante el baile, de Egusquiza—, las de carácter popular y anecdótico —Eduardo Zamacois en Regreso al convento y Bufón sentado—, o de divertimento como Salida del baile de Máscaras de Raimundo de Madrazo y La salida del baile, de Román Ribera.

Junto a este tipo de representaciones, son cada vez más populares los paisajes y las escenas al aire libre. En Playa de Portici, sin duda el paisaje más importante de Fortuny y una de las últimas obras que realizó antes de su fallecimiento, el pintor da rienda suelta a su gusto por el color y nos presenta una pintura de plain air que le acerca a los Macchiaioli y a los impresionistas a través de un «un resumen de su verano», de forma muy libre, alejada del «encorsetamiento» al que se veía sometido cuando recibía un encargo.

IV. Boldini, pintor de la vida moderna (1880-1890)

La perspicacia de Boldini le permite introducir en su obra los cambios de sensibilidad de la sociedad en la que vive y a finales de los años setenta se convierte en uno de los artistas más importantes de entre los denominados «retratistas mundanos». En este cambio de ruta en su carrera, resultan determinantes su relación con otros artistas más jóvenes como Paul César Helleau, John Singer Sargent o Jacques-Émile Blanche.

No son menos importantes los contactos con artistas españoles que, como Joaquín Sorolla, también se encuentran en la capital francesa. Desde principios de los años ochenta Boldini retrata la ciudad de París en todo su esplendor: plazas y calles se suceden a las terrazas de los cafés y el tránsito de los carruajes. Con este mismo espíritu el ferrarés retrata figuras femeninas de medio cuerpo plenas de color. Estos aspectos de su producción demuestran que siguen vivas sus relaciones personales con la colonia española activa en París, en particular con Raimundo de Madrazo, cuyos retratos de Aline son sorprendentemente afines a las figuras del ferrarés; y también con Román Ribera, cuyas escenas cotidianas se han atribuido —en algunos casos en época reciente— al propio Boldini.

Joaquín Sorolla
María mirando los peces, 1907
Colección particular

V. Los pintores españoles y el retrato: el espíritu de una época

Durante su etapa como pensionado en Roma, influido por artistas como Fortuny, Joaquín Sorolla realizó desnudos como Bacante en reposo. Este tipo de pinturas, que transmiten una sensualidad más o menos explícita, se alejan de otras que el valenciano realizará años más tarde, como es el caso de Desnudo en el que se hace evidente la corporeidad y la intimidad de una mujer que sin embargo carece ya de adjetivación. El espectador ha dejado de ser un voyeur, como sí lo es cuando contempla buena parte de los desnudos de Boldini, pues ahora la figura femenina ya no es un objeto de deseo, o no sólo, también es una compañera.

Junto al desnudo, el retrato es otro de los géneros que ha evolucionado. El retrato es un modo de afirmación del retratado y la ciudad, la metrópoli y sus aledaños, es el ambiente en el que se mueve. En un jardín de La Granja de Segovia presentaba Sorolla a su hija, e Ignacio Zuloaga pinta caminando, en un paraje que no somos capaces de descifrar, pero elegantemente vestida, a la moderna doña Adela de Quintana Moreno. Sentada en un interior nos presenta Sorolla a la actriz de teatro Catalina Bárcenas, como también en un interior retrata la elegancia natural de su mujer Clotilde. El pintor Manuel Benedito pinta a una Cléo de Mérode casi simbolista, muy distinta a la que pintara Boldini y Casas nos muestra ya a la mujer sin pretextos, sin paisaje que la circunde, La parisienne está presente, eso es suficiente, es todo.

Tanto Zuloaga como Sorolla se especializaron en este tipo de retratos elegantes y se convirtieron, junto con Giovanni Boldini, John Singer, James Abbott McNeill Whistler, Antonio de la Gándara, Jacques-Émile Blanche y Giovanni Boldini, en algunos de los retratistas más importantes de la Belle Époque. Todos ellos trataron de modernizar un género que, por su propia naturaleza, estaba íntimamente ligado al pasado y realizaron entre todos una galería de retratos, a medio camino entre la tradición y la innovación, que transmite de forma certera el espíritu de una sociedad, mundana y de un mundo, decadente, que acabará con la Primera Guerra Mundial.

VI. Boldini, retratista de la Belle Époque (1890-1920)

En 1897, cuando desembarca en Nueva York, Boldini ya era conocido por su primera «manera francesa». El reciente regreso de Sargent al país sensibilizó al público estadounidense sobre el moderno refinamiento de la retratística europea, de la que Boldini es maestro indiscutible.

En su Retrato de Whistler, el pintor ferrarés identifica al maduro pintor con el tipo de dandi cosmopolita, al que viste con un elegante traje de etiqueta oscuro y chistera. A pesar de representarlo sentado, el pintor confiere vida a la figura masculina, pues le otorga un movimiento que hace reconocible al «maestro» incluso en medio de una multitud. Análoga es la postura de Madame Veil- Picard, que aparece sentada, con el codo colocado en el respaldo de una chaise longue y la cabeza apoyada en la mano; la silueta, elegantemente vestida de seda negra y brillante que la envuelve con sensualidad, contrasta con su «mirada de golondrina», que encuentra la complicidad del observador.

Las pinceladas de Boldini, cada vez más libres y dinámicas se centran en los retratos, pero también en naturalezas muertas y en estudios de manos femeninas como Le viole del pensiero o los rincones del taller. En el llamado llamado Autoritratto di Montorsoli, que Boldini donó a los Uffizzi en 1892, el pintor mejora sus rasgos, no demasiado atractivos y se muestra con una fisionomía orgullosa, a la española, inspirada en Velázquez, el pintor que tanto había admirado tres años atrás en Madrid. En el cromatismo del maestro español encuentra Boldini el sustento de un arte de carácter elitista que lleva aparejada la evolución del pintor hasta el virtuosismo más extremo.