El proyecto ENDING, financiado por la Unión Europea y liderado por Fundación MAPFRE, utiliza la metodología del aprendizaje entre iguales para luchar contra el abandono escolar provocado por el abuso de las nuevas tecnologías.
TEXTO: ANTONIA ROJO
La adolescencia es un viaje iniciático a la fuerza que tiene mucho de aventura, su dosis de drama, una pizca de comedia y sus horas de espera, ensoñación y hasta de aburrimiento. La Organización Mundial de la Salud sitúa sus límites entre los 10 y los 19 años. Todas y todos pasamos por ella y, en todos los casos, los centros educativos son un territorio de experiencia, en el que las y los jóvenes llevan al menos una doble vida, entre las lindes de su perfil académico y su propia efervescencia hormonal.
Hay adolescentes que, voluntaria o involuntariamente, deciden dejar una de esas vidas, la del sistema educativo, antes de graduarse. Hay muchos factores socioeconómicos relacionados con esta situación, pero uno de los más relevantes y con una incidencia creciente tiene que ver con un uso inadecuado de las nuevas tecnologías. Quienes lo hacen no completan la segunda etapa de Educación Secundaria (FP de Grado Medio, Básica o Bachillerato) ni siguen ningún otro tipo de formación. En España, la tasa de abandono escolar ha estado históricamente por encima de la media europea, incluso en un año tan satisfactorio como 2021, cuando se bajó al 13,3% (frente al 9,7% de la UE), el mayor descenso interanual en una década. Un dato que ha de servir para seguir impulsando las estrategias contra ese abandono escolar.
Una de ellas es ENDING, proyecto europeo subvencionado por Erasmus + y liderado por Fundación MAPFRE, que tiene como entidades colaboradoras en España a la Policía Nacional y a Pantallas Amigas; en Alemania, a Siftung Digitale Chancen, y en Portugal, al Centro de Estudios Interculturales del ISCAP del Politécnico de Porto. Su campo de batalla es precisamente el mal uso de las nuevas tecnologías y los riesgos que conlleva la exposición a un entorno digital en el que los jóvenes, cada vez desde una edad más temprana, se exhiben. Su forma de abordarlo es a través de una metodología innovadora basada en el aprendizaje entre iguales, que tiene como primer actor al propio alumno, acompañado en esa toma de conciencia por los docentes y las familias. Un objetivo amparado, además, por los principios rectores de la Convención de la ONU sobre los Derechos del Niño, que se ha ido adaptando a los nuevos entornos (y peligros) digitales: «Es deber de los padres y de los pedagogos de los centros educativos promover la capacitación de los niños, mientras que los gobiernos tienen que proporcionar el marco legal y las condiciones previas» (Artículo 3).
Cuándo las TIC son un problema
La llegada de internet, y su popularización omnipresente en forma de móviles, apps y redes sociales, se ha convertido en el mayor elemento disruptivo contemporáneo. También en el ámbito educativo. Muchas son las ventajas que las TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación) han aportado a la mejor formación de los adolescentes. Basta pensar en cómo los distintos escalones del sistema educativo han sabido afrontar los retos impuestos por la pandemia por coronavirus, con los confinamientos y los niveles de restricciones sufridos en todo el mundo. Sin las TIC, continuar con el curso académico no habría sido posible. Y, a la vez, han sido las familias con menores recursos digitales (carencia ligada a una peor situación económica) las que más han sufrido durante los aislamientos. Por eso, saber manejarse adecuadamente en un mundo digital es fundamental para el futuro de los adolescentes, especialmente si pertenecen a los colectivos más desfavorecidos.
Es deber de los padres y de los pedagogos de los centros educativos promover la capacitación de los niños, mientras que los gobiernos tienen que proporcionar el marco legal y las condiciones previas». Artículo 3 de la Convención de la ONU sobre los Derechos del Niño
Como toda innovación tiene dos caras, es importante conocer los riesgos que las nuevas tecnologías, inevitablemente, plantean. El proyecto ENDING busca así ayudar a profesores, familias y alumnos a detectar las señales de un mal uso de las TIC, que además suele repercutir de forma inexorable en el rendimiento académico de los jóvenes y en el consiguiente abandono escolar. Ya en 2010, la Universidad Autónoma de Barcelona realizó uno de los mayores estudios sobre la utilización de aparatos tecnológicos entre los alumnos de la ESO, y la conclusión era clara: los adolescentes que pasaban más de tres horas diarias usando las TIC iban peor en clase.
Pero ENDING no quiere ser «el típico proyecto que trata de dar respuesta o soluciones a los adolescentes sin contar con su opinión», subraya Antonio Guzmán, director del Área de Promoción de la Salud de Fundación MAPFRE, «sino que busca que sean ellos los que propongan, desde su punto de vista y desde su experiencia, cómo ven esos problemas, cómo los detectan y qué soluciones aportarían». Es esa metodología basada en el aprendizaje entre iguales lo que convierte a ENDING en una innovación pedagógica: «Aquí los alumnos son los protagonistas, tanto de la realización de los materiales (con apoyo docente) como de la formación a sus pares más pequeños, de cursos anteriores», explica Guzmán. Empoderar a los alumnos, incluirlos en la solución del problema y no solo en el diagnóstico, y aprovechar su capacidad de influencia sobre sus compañeros de menor edad está en el quid de esta metodología.

Detección
¿Cómo detecta un adolescente o su entorno (familia, amigos, profesores) que se está haciendo un uso inadecuado de la TIC? Hablamos de esas señales o indicios de que algo está sucediendo en la vida del alumno. Las más evidentes pueden ser los físicos, por la utilización continuada, excesiva y sin descanso de los dispositivos. Tendinitis como el conocido «pulgar del jugador»; artrosis precoz, dorsalgias o lumbalgias; también obesidad, diabetes o hipercolesterolemia, trastornos del sueño… Un amplio catálogo de problemas físicos de nuestros adolescentes tiene que ver con ese tiempo de más dedicado a las TIC.
síntomas pueden aparecer cuando se pasa del nivel de uso al de abuso y su extremo, la adicción, en la que «se prioriza esta actividad frente a otras, viéndose afectados el resto de los ámbitos de la vida de esa persona, de manera que el hecho de no estar conectado le genera un alto grado de malestar». Aislamiento, bajo rendimiento académico o laboral, desinterés por otros temas y por el ocio activo son sus red flags.
Concienciación
Ser víctima o verdugo digital es otra de las caras oscuras del mal uso de las nuevas tecnologías. Los adolescentes deben saber que el chantaje, la coacción, la extorsión, las amenazas o incluso los insultos son diferentes formas no lícitas, más o menos graves, de tratar de condicionar la libertad de las personas a través de Internet. «Se trata, en definitiva, de comportamientos de fácil ejecución que pueden ser constitutivos de delito, y cuya realización se ve no solo facilitada, sino también amplificada por las características de la red», se afirma en la Guía para Profesores del proyecto ENDING.
Pensamiento crítico
Contra toda esta oscuridad, ENDING propone también espacios de luz, como fomentar el pensamiento crítico contra la desinformación: «Es importante proponer actividades que les ayuden a dudar de sí mismos, de sus propios planteamientos, de manera que aprendan a limitar la emisión precipitada y vehemente de sus opiniones o juicios de valor». Cultivar el pensamiento crítico se convierte así en una oportunidad para mejorar la vida personal y profesional, lo cual explica su inclusión en la lis ta de habilidades para la vida de la OMS.
